lunes, 23 de junio de 2008

Fútbol de verano, negocio estival.


(publicado en igooh.com 01/2008)


Fútbol de verano, negocio estival.
También como el calor agobian los negocios del fútbol que de amateur poco queda.


"El amor del hincha es lo único amateur que queda en el fútbol, ahora centro de una comercialización absoluta". Roberto Fontanarrosa.


La lógica indicaría que el verano debería ser propicio también para que el fútbol de alto rendimiento se tome vacaciones. Nadie niega que para complementar los incipientes trabajos físicos, todo se hace más llevadero con una pelota en el césped y no solamente con la mirada clavada en la arena.
Un parate sin exigencias de exponerse ante el clima que rodea todo partido clásico de verano, serviría para que los futbolistas se repongan del trajín de partidos, ajusten sus máquinas, se desenchufen de la tensión que supone vivir compitiendo en un mundo resultadista. Para que, en definitiva carguen sus pilas como corresponde. Porque el año es largo, pero no hay caso.
El fútbol una vez más, no detendrá su marcha en este verano 2008. La pelota seguirá en movimiento. ¿Hace falta decir cómo será la película? La de siempre: jugadores “duros” que se lesionarán en la primera jugada riesgosa, partidos de muy bajo nivel –de esos que hacen doler los ojos-, canchas con sus populares apenas colmadas, pero los fieles dirán presente porque cuando desaparecen los mecanismos tradicionales de identificación (la política, el trabajo, la educación, el sindicalismo), el fútbol es generoso y da identidad sin pedir carnet. Pertenecer a un club es ser parte de ese territorio.
Parece que el show no puede dejar de continuar. Aunque el fútbol no sea de Primera y los actores no estén a punto.
El normal devenir de los hechos asegura doce partidos de verano.
Las exigencias del espectáculo agregan los dos o tres clásicos veraniegos, generalmente inexpresivos.

En la tribuna, el jugador número doce protagonizará quizás el partido más importante.Aquel que no sabe de primas ni de marketing. Ese que concluye con una copa, gane o pierda el equipo. La sentencia de Fontanarrosa describe a pleno el fenómeno que enfrenta a la pasión de multitudes. Y es esa pasión por el equipo la que se convirtió en semilla del desenfreno comercial de empresarios y marcas publicitarias, que ven en este deporte una mina de oro y el mejor enganche entre el cliente y el producto.
En sus inicios, los torneos de verano servían para presentar a los nuevos jugadores o entrenadores, que debutaran chicos de Inferiores o para observar estrellas del exterior que sólo se conocían por fotos porque la televisión todavía no había invadido. Así, pasaron equipos extraordinarios como aquel Vasas, o Rapid Viena, Nantes, Slovan Bratislava, los más cercanos Palmeiras, Santos, Peñarol y Nacional y las selecciones de Checoslovaquia y Hungría. Mucho tiempo después, la de Polonia, a la que Francescoli hizo su celebrado gol de chilena, en 1986. Vasas en el '68, Palmeiras en el '72 y Nacional en el '89 son los únicos equipos del exterior que lograron ser campeones.
Disparado el negocio, el fútbol de verano se abrió a otras sedes y dejó de ser exclusividad marplatense. Donde sea, el futbolero lo consume mientras espera el torneo de la prestobarba. La hora de la pasión oficial.
Mucho ruido, seguro, algo de nueces acaso? Si, pero poco que ver con lo deportivo. Las exasperadas coberturas de la prensa deportiva, invariablemente dispuesta a sacudir el parche del orgullo nacional; sin rebajas en las butacas, destinadas a satisfacer el mercado turístico más que redituable; optar por la lógica del espectáculo “garantizado” y dejar en stand by -por lo menos para después de cenar- el escenario con chicas bonitas y copas antes del casino. No olvidemos el merchandising, la facturación publicitaria, la venta de ejemplares pos clásicos, el rating venido y por venir.
El fútbol, también en verano, mal que le pese a algún anacrónico defensor romántico de un folclore caduco, se ha vuelto centralmente un negocio espectacular.
Como todo buen negocio debe reducir el margen de imprevisibilidad, que corresponde justamente a lo lúdico, a lo aleatorio de un poste pintado o por pintar, un mal pique, o una jugada inesperada.

Para garantizar su margen de adición, el fútbol debe entonces concentrarse y volverse monopólico. Así, como consecuencia inmediata obtenemos la progresiva “uruguayización” de nuestro fútbol. A falta de Nacional y Peñarol, tenemos a Boca y a River –fieles animadores de los torneos de verano tanto en al arena como en los picos-.
Nuestro fútbol criollo y hegemónico, ha conseguido desplazar definitivamente toda otra posibilidad de juego, todo discurso alternativo. Hegemónico porque hace unos años el ex presidente de Boca expresó así su deseo para el club y sus socios “quiero un Boca hegemónico”. Entonces este nuevo bloque histórico ha instaurado una cultura futbolística que envía cualquier alternativa a la periferia, a las páginas interiores, a los minutos de síntesis, que reduce la clásica pluralidad de nuestras tradiciones deportivas a puro monólogo. Y esto no es una consecuencia deportiva, propia de una sumatoria de noventa minutos, ganadores y perdedores, goles y amores. Es consecuencia de políticas económicas, decisiones empresariales – especialmente televisivas- que concentraron poder, por ejemplo en los dos “grandes”, lo que permitió saquear planteles enteros de otros equipos y condenarlos a vender jugadores adolescentes.
Algunos insistirán en que los goles son goles, que siempre gana el “más mejor”, que la tradición del “jogo bonito” gallina o que la garra bostera, que la pasión popular y todas las mitologías habidas y por inventar.
Se resistirán a entender que el fútbol no puede ser un espacio justo, democrático y pluralista en un país injusto, concentrado, vaciado y excluyente.
Nuestro deporte rey funcionó siempre como espacio de lo posible, de la meritocracia, de lo imprevisto, de los David venciendo a los Goliat. Quizás esto sólo perdure en un recóndito lugar, lejos de la industria y más cerca de la cancha de tierra del campito atravesado por el camino forjado en bicicleta.
DIEGO SPONTON
Enero 2008
Santa Fe Capital

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