Será el calor de la plancha que caliente el transfer de una realidad por espejar. Tendrá la eficacia de quien le apunta al cura y le pega al campanario.
Porque en épocas de Maestras Ciruelas se necesita la pureza inocente de un niño para justificar su existencia. Y aquí estamos para soportar el reto y la penitencia junto al busto de Dalmacio Vélez Sarsfield. Espacio de reflexión si los hay. Esquivará el puntero y se colocará junto a nuestro prócer, que nos observa con sus ojos vacíos de expresión, como contemplando la reprimenda propinada hace unos minutos, ahí está, sin pestañar, inmóvil. Firmaremos el libro de apercibimientos una o dos veces, a sabiendas que en la tercera habrán de llamar al padre, madre o tutor; luego de haber aprendido la lección y escuchar el mismo sermón de siempre: Un niño con una personalidad equilibrada, integrada, se siente aceptado y querido, lo que le permite aprender una serie de mecanismos apropiados para manejarse en situaciones conflictivas. Nos dirigimos al aula con ganas de ahora van a ver, al primero que se me cruza lo surto. Por eso antes de llegar, vamos a la puerta que da al patio enorme, la empujamos despacito y la dejamos entre abierta esperando el segundo recreo, el más largo.
Este espacio obliga a reorganizar todo lo que conocemos, para que lo nuevo tenga un significado coherente.
He aquí un espacio para enfrentar los conflictos cotidianos del ciudadano de a pie donde el que hace las veces de periodista, que gracias a la coyuntura se ve como un adulto en miniatura, encuentra en la reflexión un mecanismo de defensa.
Platón sostenía que los niños nacen ya dotados de habilidades específicas que su educación puede y debe potenciar.
Ya en el siglo XVIII el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau se hizo eco de las opiniones de Platón, postulando que los niños deberían ser libres de expresar sus energías para desarrollar sus talentos especiales. Esta perspectiva sugiere que el desarrollo normal debe tener lugar en un ambiente no restrictivo, sino de apoyo, idea que hoy nos resulta muy familiar.
Porque nos despertamos a veces minado por la duda. Aquí las palabras son tan ciertas como las cosas, nuestro pensamiento diáfano, el mundo inteligible, lo que hagamos en una de esas, será útil. Nada en consecuencia será desperdicio. Estaremos aquí, siempre dando vueltas en el laberinto de la cotidianeidad, o arriba de la calesita sin sortija por rescatar. Sin develar verdades verdaderas, pero con opiniones a priori; sin esperar el veredicto de la Historia porque la misma no nos absolverá. La pandilla de
el niño y su medioes un refugio, con sus códigos secretos y actividades que nunca harían delante de los padres y educadores. Permiso.
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