
(publicado en sosperiodista.com 04/2008).
“Sin este previo punto de partida peyorativo, serían imposibles de comprender estas contradicciones” (Arturo Jauretche sobre la clase media en El medio pelo en la sociedad argentina).
Hace algunos años todo barrio se preciaba de tener una calesita cerca. Bastaba que hubiera un terreno baldío para que los fines de semana muchos chicos con sus familias se congregaran a su alrededor mientras compraban manzanas o higos bañados en caramelo, pochoclos o copos de “algodón” azucarado. La música alegre de Gaby, Fofó y Miliki y hasta alguna de Palito como “La Felicidad” inundaba el predio y se esparcía algunas cuadras a la redonda, donde a eso de las cinco de la tarde comenzaba el clima festivo del sábado.
Hoy muchas han desaparecido. Algunas se conservan como una antigüedad y hasta algún melancólico planea protegerlas declarándolas patrimonio cultural.
Carrusel, tiovivo, calesita, en verdad nadie sabe a ciencia cierta quien la inventó. La primera referencia es de 1648, cuando a un viajero le extrañó en Turquía- aún no se hallaba Alí Baba riojano- el “Maringiak”, un enorme plato con caballos de madera que giraba sobre sí mismo. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.
Se cree que el invento llegó a Europa en 1673, cuando Rafael Folyarte registró la primera patente de una calesita en Inglaterra. La bautizó “merry go round” (algo así como “vueltas alegres”). Luego el juego se propagó por Francia, exclusivo de la aristocracia y según algunos cronistas, fue desde allí que llegó la primera calesita a la capital de este país, en 1860. Allí aún no había boinas ambiguas ni mucho menos la panfletaria de hace un mes.
Las pioneras giraban impulsadas por un caballo, hasta que en los años 30 llegó el motor naftero y las famosas calesitas rosarinas de los hermanos Sequalino.
El primer carrusel nacional tuvo un encanto que perdura hasta nuestros días. Sequalino Hnos.- haciendo las veces del General del partido más popular del país, el primer trabajador, pararán parán pam pam…- le encargó al tallista Ríspoli- como el astuto decorador de interiores de los 90s- su ornamento quien ejecutó figuras corpóreas como caballos en exposición, leones y burros. Además talló doce biombos de cedro policromado con temas circenses y el cuento de los Tres chanchitos y el Lobo feroz. Encabezando la fábula figuras de renombre nacional como Moreno, Moyano, el Aníbal y completando el staff con el primer protagónico para el feroz Señor K.
La tradición de la sortija, único recurso para dar “una vuelta más” a las benditas-malditas retenciones, cuando papá-campo no quería pagar más boletos, tiene su origen en la década del 30 cuando solían encontrarse calesiteros nómades, que armaban sus calesitas en cualquier potrero, permanecían un tiempo y luego se mudaban a otro sitio.
A pesar del tiempo y la generalización de los juegos electrónicos, descubrir en una Plaza una calesita- con monos grandes y con retrógrados de camisa negra- sigue provocando la sonrisa de los más pequeños y de algunos mayores que evocan su infancia, te acordás hermano qué tiempos aquellos del 55, a través de la música, el colorido y tal vez alguna pancarta haciendo referencia a algún medio que emite, pero que no se mire.
Una historia simple, pero con la enorme virtud de traernos a la memoria sólo los recuerdos más felices.
Si bien es cierto que el Señor K forjó lazos entre su ahora dominante caterva en el partido peronchista y otras agrupaciones de izquierda y de centro, desde muchos puntos de vista el Señor K y su esposa han usado clásicas tácticas peronistas para consolidar su poder.
La administración santacrucificada gobernó de manera semi-autoritaria, basándose en decretos para hacer aprobar importantes leyes. Fortaleció vínculos políticos con gobiernos locales usando fondos del Estado y el gasto trepó bruscamente durante la campaña electoral. La administración pública y el poder judicial se han politizado y han perdido su independencia. Incluso estadísticas básicas como las cifras oficiales de inflación ya no son confiables a causa de la intervención del gobierno.
La propia candidatura de Reina K se decidió a puertas cerradas, lo que refleja un enfoque intolerante y excluyente al proceso político. En primer lugar, aunque los altos precios de los commodities y el clima favorable en los mercados financieros han contribuido a que la Argentina pueda tener cuatro años de rápido crecimiento económico, se necesitan instituciones más creíbles para lidiar con una creciente inflación y restricciones en la capacidad.
Segundo, sin una política más responsable y abierta, las divisiones sociales en Argentina pueden volverse más pronunciadas. Los argentinos más pobres -quienes han sido los principales beneficiarios de la creación de empleo y del gasto público- votaron masivamente en favor de Reina K. Pero en el caso de muchos argentinos en mejor situación económica, el estilo arbitrario del matrimonio contribuyó a un creciente desencanto con la política, lo que se observó en la gran cantidad de gente que no votó y en el fuerte apoyo que tuvo la oposición en las ciudades más importantes del país.
Al convocar a los argentinos a reconstruir el tejido social y al dejar de lado el lenguaje de confrontación, Reina K ha demostrado que es consciente del desafío. Sin embargo, sigue siendo una incógnita si una dirigente política tan sumida en las tradiciones verticalistas de aquel partido peronista puede liderar el proceso del verdadero cambio que la Argentina necesita, porque de hecho se observa todo lo contrario. La crispación del poder conyugal no le conviene a nadie. Lejos de lograr la “unión de todos los argentinos”, fragmenta con saña e invita a decidirse por unos u otros. O se está con el Gobierno o con los medios; con el Gobierno o con los empresarios; con el Gobierno o con el campo; con el Gobierno o con la clase media…en fin, enfrentar argentinos con argentinos. Esa parece ser la premisa que enarbola el kirchnerato desde aquel 2003.
El sentido común de los hombres del campo parece no tocar las decisiones del Gobierno y los medios reproducen el retruque de ambos a lo largo y a lo ancho del país. Calificar de golpistas o de oligarcas resulta una especie de bumeran que debilita más, aún sin saberlo-por mera soberbia- al acusador que al acusado.
El producto político que más vende es por lo general uno que apela al falseamiento de la realidad, porque de esa forma satisface a un público que prefiere una bella ilusión a enfrentarse con la realidad y sus dificultades. El político que miente, como el medio que reproduce falsedades o que promueve lo que suele pensarse como frivolidad, está dando a la gente lo que la gente quiere.
Ha hecho el Gobierno un esfuerzo enorme por poner en peligro el mejor momento económico del último siglo en la Argentina por una combinación de ambición política con erróneas medidas técnicas.
Tuvo oportunidades la presidenta para corregir errores pero “guay” si se equivoca y logra desdecirse, porque “juna el ambiente” entonces lo que se dice se hace y sin chistar, y el que no lo entienda está en contra de los argentinos. Será un signo de debilidad y no de grandeza retroceder en sus pasos porque el orgullo los vuelve ciegos. Ahora cuando no tengamos vacas comeremos gorilas, diría un peronista melancólico, al cual hay que preguntarse si los pingüinos se pueden ordeñar.
Y por confundir los motivos y la profundidad del reclamo de los productores agropecuarios (no solo los sojeros, sino también ganaderos o tamberos. que en la mayoría de los casos combinan producciones) se llevó al país a un estado de invalidez económica.
Varias actividades industriales están paralizadas, el comercio desabastecido, las exportaciones frenadas. Una combinación ideal para liberar viejas y malas prácticas argentinas: el que tiene no vende por las dudas y el que vende remarca los precios porque no tiene certeza de cuándo y a cuánto va a reponer stock.
Los que salieron a la Plaza decían que estaban a favor del campo. Los que llegaron después aducían defender al Gobierno. Si no se está de un lado o del otro de la cuestión “no somos argentinos”.
La respuesta a esto es simple, punto uno: al buen pensante y sensato señor no se le ocurriría jamás boicotear o intentar desestabilizar un Gobierno legítimamente designado; y punto dos: al buen pensante y sensato señor no se le ocurriría jamás querer que le vaya mal a un sector que impulsó una notable recuperación económica en el país.
Por esta simple ecuación no hay que por qué estar contra del campo o en contra del Gobierno. Plantear la dicotomía Campo-Gobierno es un absurdo excesivo que no hace más que alejarnos de la real cuestión de fondo a debatir sobre las retenciones y su eficacia como instrumento de la distribución del ingreso. Punto.
Ahora bien, los planteos urticantes desde el atril son lanzados y se derraman cubriendo toda la sociedad, como así también lo están las reacciones que estos producen. La provocación genera un malestar incómodo en cualquier circunstancia; y si las palabras no se moderan y los discursos no se ajustan con la sensatez y el atino necesario, el diálogo nunca va a existir.
Y no llegar a buen puerto producirá heridas que jamás cicatrizarán. Por qué, porque el espíritu de revancha y venganza se respira en el aire, se transforma en un fantasma que aparece, se va y vuelve de la mano de la crispación y el dedito acusador o el puntero y el grito de maestra ciruela.
Los ministros a cargo de la cartera económica de la República en estos últimos años no son más que peones que salen, avanzan un paso y se los devoran, y pase el siguiente para repetir la acción; ni siquiera son alfil.
Es una severa tragicomedia donde los imberbócratas y los infinitos adictos al oportunismo prefieren creer que todavía hay muchas vueltas que dar en una calesita, condenada al impacto sobre su eje, ya sin sortija que alcanzar para subir una vuelta más.
Diego Sponton 24/04/08
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