jueves, 18 de diciembre de 2008

El mundo.


Por Hernán Casciari.
El autor es argentino, actualmente corresponsal de EL PAÍS de España. Esta
es su interpretación de la relación entre países.


Leí una vez que la Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más
joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la
edad de los países basándome en el 'sistema perro'.

Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro era joven o viejo
había que multiplicar su edad biológica por 7. En el caso de los países
hay que dividir su edad histórica entre 14 para saber su correspondencia
humana. ¿Confuso?

En este artículo pongo algunos ejemplos reveladores.

Argentina nació en 1816, por lo tanto ya tiene 190 años. Si lo dividimos
entre 14, Argentina tiene 'humanamente' alrededor de 13 años y medio, o
sea, está en la edad del pavo.

Es rebelde, pajera, no tiene memoria, contesta sin pensar y está llena de
acné (¿será por eso que le dicen el granero del mundo?

Casi todos los países de América Latina tienen la misma edad y, como pasa
siempre en esos casos, forman pandillas.

La pandilla del Mercosur son cuatro adolescentes que tienen un conjunto de
rock. Ensayan en un garaje, hacen mucho ruido y jamás han sacado un disco.


Venezuela, que ya tiene tetitas, está a punto de unirse a ellos para hacer
los coros. En realidad, como la mayoría de las chicas de su edad, quiere
tener sexo, en este caso con Brasil, que tiene 14 años y el miembro
grande.

México también es adolescente, pero con ascendente indígena. Por eso se
ríe poco y no fuma ni un inofensivo porro, como el resto de sus amiguitos,
sino que mastica peyote, y se junta con Estados Unidos, un retrasado> mental de 17, que se dedica a atacar a los chicos hambrientos de 6 añitos
en otros continentes.

En el otro extremo está la China milenaria. Si dividimos sus 1,200 años
por 14 obtenemos una señora de 85, conservadora, con olor a pipí de gato,> que se la pasa comiendo arroz porque no tiene -por ahora- para comprarse
una dentadura postiza. La China tiene un nieto de 8 años, Taiwán, que le
hace la vida imposible.

Está divorciada desde hace rato de Japón, un viejo cascarrabias, que se
juntó con Filipinas, una jovencita pendeja, que siempre está dispuesta a
cualquier aberración a cambio de dinero.

Después, están los países que acaban de cumplir la mayoría de edad y salen
a pasear en el BMW del padre. Por ejemplo, Australia y Canadá, típicos
países que crecieron al amparo de papá Inglaterra y mamá Francia, con una
educación estricta y concheta, y que ahora se hacen los locos. Australia
es una pendeja de poco más de 18 años, que hace topless y tiene sexo con
Sudáfrica; mientras que Canadá es un chico gay emancipado, que en
cualquier momento adopta al bebé Groenlandia para formar una de esas
familias alternativas que están de moda.

Francia es una separada de 36 años, más puta que las gallinas, pero muy
respetada en el ámbito profesional. Tiene un hijo de apenas 6 años:
Mónaco, que va camino de ser puto o bailarín... o ambas cosas. Es amante
esporádica de Alemania, camionero rico que está casado con Austria, que
sabe que es cornuda, pero no le importa.

Italia es viuda desde hace mucho tiempo. Vive cuidando a San Marino y al
Vaticano, dos hijos católicos idénticos a los mellizos de los Flanders.
Estuvo casada en segundas nupcias con Alemania (duraron poco: tuvieron a
Suiza), pero ahora no quiere saber nada con los hombres.

A Italia le gustaría ser una mujer como Bélgica: abogada, independiente,
que usa pantalón y habla de política de tú a tú con los hombres (Bélgica
también fantasea a veces con saber preparar espaguettis).

España es la mujer más linda de Europa (posiblemente Francia le haga
sombra, pero pierde espontaneidad por usar tanto perfume). Anda mucho en
tetas y va casi siempre borracha. Generalmente se deja follar por
Inglaterra y Después hace la denuncia.

España tiene hijos por todas partes (casi todos de 13 años), que viven
lejos. Los quiere mucho, pero le molesta que, cuando tienen hambre, pasen
una temporada en su casa y le abran la nevera.

Otro que tiene hijos desperdigados es Inglaterra. Sale en barco por la
noche, se tira a las pendejas y a los nueve meses aparece una isla nueva
en alguna parte del mundo. Pero no se desentiende de ella. En general las
islas viven con la madre, pero Inglaterra les da de comer. Escocia e
Irlanda, los hermanos de Inglaterra que viven en el piso de arriba, se
pasan la vida borrachos y ni siquiera saben jugar al fútbol. Son la
vergüenza de la familia.

Suecia y Noruega son dos lesbianas de casi 40 años, que están buenas de
cuerpo, a pesar de la edad, pero no le dan bola a nadie. Cojen y trabajan,
pues son licenciadas en algo. A veces hacen trío con Holanda (cuando
necesitan porro); otras, le histeriquean a Finlandia, que es un tipo medio
andrógino de 30 años, que vive solo en un ático sin amueblar y se la pasa
hablando por el móvil con Corea.

Corea (la del sur) vive pendiente de su hermana esquizoide. Son mellizas,
pero la del norte tomó líquido amniótico cuando salió del útero y quedó
estúpida. Se pasó la infancia usando pistolas y ahora, que vive sola, es
capaz de cualquier cosa.

Estados Unidos, el retrasadito de 17, la vigila mucho, no por miedo, sino
porque le quiere quitar sus pistolas.

Israel es un intelectual de 62 años que tuvo una vida de mierda. Hace unos
años, Alemania, el camionero, no lo vio y se lo llevó por delante. Desde
ese día Israel se puso como loco.

Ahora, en vez de leer libros, se lo pasa en la terraza tirándole piedras a
Palestina, que es una chica que está lavando la ropa en la casa de al
lado.

Irán e Irak eran dos primos de 16 que robaban motos y vendían los
repuestos, hasta que un día le robaron un repuesto a la motoneta de
Estados Unidos y se les acabó el negocio. Ahora se están comiendo los
mocos.

El mundo estaba bien así, hasta que un día Rusia se juntó (sin casarse)
con la Perestroika y tuvieron como docena y media de hijos. Todos raros,
algunos mongólicos, otros esquizofrénicos.

Hace una semana, y gracias a un despelote con tiros y muertos, los
habitantes serios del mundo descubrimos que hay un país que se llama
Kabardino-Balkaria. Un país con bandera, presidente, himno, flora,
fauna...y ¡hasta gente!

A mí me da un poco de miedo que aparezcan países de corta edad, así, de
repente. Que nos enteremos de costado y que, incluso, tengamos que poner
cara de que ya sabíamos, para no quedar como ignorantes Y yo me pregunto:

¿Por qué siguen naciendo países, si los que hay todavía No funcionan?

domingo, 30 de noviembre de 2008

Señor orquesta.


"¿Profeta, yo? ¡No!: soy un laburante como cualquiera, ni más ni menos (...). Soy un poroto, un tornillo de la máquina tanguera (...)". Osvaldo Pugliese.


Se conmemora el día 2 del último mes del año, un nuevo cumpleaños de un señor virtuoso. El hombre nació en Villa Crespo, y amó a Buenos Aires sobre todas las cosas. A pesar de que su padre lo mandó a estudiar violín, después probó flauta, finalmente se enamoró del piano y así se transformó en la extensión de sus manos.
Debutó a los 15 en un bar de mala muerte. Claro, después de unos años se le animó a la tele, luego al cine, la radio hasta se dio el gusto de tocar con su orquesta, en el mismísimo Teatro Colón.

En el año 1960 dio una espectacular gira por la Unión Soviética y China, demostrando que ni el Tango ni su talento tenían fronteras. Por eso años hasta llegó a Japón. Pensar que en este último tiempo se lo nombra al tango, como figura emblemática de exportación, en aquellos países donde Don Osvaldo se dio una vueltita para desparramar su talento hace 50 años.

Pero no era tan sólo un gran pianista, también era un ciudadano comprometido con la sociedad. Ya que impulsó el Sindicato Argentino de Músicos del que fue el afiliado número 5. Inició, entonces, una lucha "... donde el trabajo sea una dignidad personal y no un castigo".

En 1936 se afilió al joven Partido Comunista Argentino. Esto y sus ideas provocaron que fuera perseguido, censurado y encarcelado durante el gobierno de Juan Domingo Perón y luego durante el gobierno de facto conocido como la autodenominada Revolución Libertadora. Pero durante el tiempo que duraron sus penurias, su orquesta no dejó de tocar, aunque huérfana de su director.

Pugliese, nunca claudicó, y siguió con su música adelante, formando, además tantos músicos... Así protestó Don Osvaldo contra las injusticias del mundo, según sus convicciones, y no necesitó incendiar palcos, ni destruir instrumentos, ni saltar a lo largo de un escenario para enervar multitudes...y "enfrentar el sistema"...Su única arma fue su piano, y la evolución del tango...

En los documentales que orillan los canales de aire, por esta fecha; se les pregunta a sus amigos por cómo fue él, siempre contestan que fue “un vivo”. En las partidas de truco todo era mentira. Osvaldo era audaz, podía tener veintiuno que le cantaba falta envido igual.

Para el final termino con las palabras del redactor de La Maga, Eduardo Rafael. Así contaba en la revista, cómo había sido la visión de Pugliese con respecto a la muerte.


"Una nochecita se las tomó. Dijo: 'Muchachos, yo llegué hasta aquí, ahora sigan ustedes. Alguna vez lo había anunciado. La cosa tenía que ser así, y fue... No hubo drama. Fue un pasaje su vida, nada más. Recién estaba por cumplir los 90 años. La juventud se le escapaba por la yema de los dedos que todos los días se empecinaba en ejercitar sobre las teclas del piano para que los chicos de la orquesta no lo sorprendieran con los 'dátiles' duros. Se fue empilchado como para una milonga. Encanutado en el traje gris con el clavel en el ojal. Flaco y miope como siempre".

martes, 25 de noviembre de 2008

Costumbres peligrosas.


Vivir en el peligro obliga a naturalizarlo y por lo tanto deja de parecer peligroso.

Eso lo aprendí de chico en la segunda vuelta al tren fantasma del viejo parque Las Heras. Los monstruos estaban oxidados y los agujeros de luz descubrían el truco.

¿Qué es más peligroso para un chico que no trabaja, ni estudia, ni tiene familia que le transmita valores ni sociedad que le ofrezca salida? ¿Vivir o robar?

¿Cuánto peligro entraña el hecho de no saber qué ocurrirá el día en que me jubile con ese dinero que hoy manosea el Estado y ayer los privados, si mi madre, mi padre, mi abuelo, mis tíos tienen jubilaciones indignas del esfuerzo que realizaron en su vida?

¿Es peligroso no tener instituciones fiables, división de poderes, ser gobernados por autócratas o desengañados por oposiciones expertas en oponerse? Todos dicen que es suicida pero en cada elección resucita el molde reencarnado en el argentino de turno.

¿A quién asusta el título catástrofe cotidiano, las opiniones dominicales del apocalipsis, la caja de pandora de la corrupción, el pronóstico de tsunami financiero, el fantasma del default, la realidad del desempleo, el manotazo a los ahorros, las profecías de Lilita, o la suba del riesgo país?

¿Asustan en serio? A todos un poco,….a pocos lo suficiente.

Ayer leí: “Los pobres no tienen miedo a la crisis porque no tienen experiencia en no tenerla. Ese es su estado natural y están vacunados. A los que más miedo les tienen es a los ricos en crisis”.

Esto no lo leí pero lo escuché: “La crisis afecta los planes de la clase media. Habrá que esperar para cambiar el auto. Brasil está muy caro y la Costa también. Habrá menos adornos en el árbol de Navidad y más Fresita que Chandón”.

La gran lección es que la vida sigue a pesar de todo y que cuando los argentinos dormimos el país crece de noche como la soja y el trigo con la fotosíntesis. El amanecer nos devuelve naturalmente salvajes y al acecho.

¿Es posible recuperar el temor a vivir en el peligro continuo?¿Qué sea excepción y no regla?

Creo que es posible en la medida en que asumamos que ese “otro” que camina las mismas calles dentro del mismo territorio no es necesariamente un caníbal dispuesto a degollarnos.

Ese otro padece el mismo mal anestésico de no advertir el peligro de conjunto que tiene equivalencia para todos, tanto si viaja en 4X4, modesto usado, bicicleta o tren cartonero.

A ese otro no hay que asestarle veneno demagógico, monólogo salvador, predicciones derrotistas, amenazas del Código Penal o injurias de colección.

Hay que aprender o recuperar la conversación, el tono adecuado, el don de escuchar “al otro” sin el argentinismo de las verdades propias o los derechos absolutos que jamás reconocen deberes previos.

Crear de a poco un tono distinto de “conversación nacional” irá reemplazando los debates falsos sobre las cosas comunes que el poder no atiende.

Hablar y escuchar bajo reglas comunes parece poco para una empresa semejante. Escaso requisito para abandonar la seducción del peligro.
Pero cualquiera sabe que la palabra adecuada en el momento justo es terapéutica.

Piense en la imagen del niño temeroso de la oscuridad que necesita un cuento leído al pie de la cama. Tan simple como eso.

A veces creo que somos niños pidiendo a gritos que alguien nos escuche, huyendo siempre del peligro, habitando en el sin poder entenderlo ni conversarlo.

Niños viejos que siempre piden padres protectores que hagan el trabajo por ellos.

Por Pablo Rossi. Cadena 3.com

sábado, 22 de noviembre de 2008

No me gustan los lunes.


“No me gustan los lunes. Sólo lo hice para animarme el día. No tengo ninguna razón más, sólo fue por divertirme. Me gustan el rojo y el azul de las chaquetas de los alumnos. […] vi a los niños como patos que andaban por una charca y un rebaño de vacas rodeándolos. Eran blancos fáciles.”

El lunes 29 de enero de 1979, la niña Brenda Ann Spencer estrenó un rifle semiautomático que su padre le regaló por navidad disparando a los alumnos de su escuela situada al otro lado de la calle. Seis horas, dos muertos y nueve heridos; la joven Brenda, mientras bajaba por las escalinatas del colegio esposada, se vió acechada por los periodistas que le preguntaban “Dime por que lo hiciste? ” una y otra vez, pero la joven no se inmutó, luego de unos minutos fue trasladada por la policía y una vez en el destacamento, rechinó en sus oídos la nueva y vieja pregunta: “Dime por qué lo hiciste? ” para argumentar sus motivaciones y calmar a los uniformados contestó: “¡ Porque no me gustan los lunes!”.
El grupo británico, Boomtown Rats, sacó la canción en julio de 1979. Bob Geldorf escribió el tema después de leer en un periódico que una chica de 16 años, Brenda Ann Spencer, había disparado desde su casa contra los niños que jugaban en el patio de la escuela frente a su casa de San Diego, en California, crímenes por los que todavía cumple condena. La chica mató, con un rifle que le había regalado su padre por Navidad, a dos adultos e hirió a 8 niños y un policía. Cuando le preguntaron porqué lo había hecho, Spencer contestó: “no me gustan los lunes” (I don’t like Mondays) y así nació la canción.
Para esa navidad del 78 había pedido a su familia una radio como presente navideño pero su padre, acreditando su indolencia, le regaló un fastuoso rifle semiautomático del calibre 22.
Ah, el tema llegó a los primeros puestos de las listas inglesas en Julio de 1979.
P.D.: en el apartado "Mirá lo que te digo" podés ver el video.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La pierna izquierda de Maradona.


Ya sé que se trata del fútbol.
Ya sé que el fútbol tiene sus propias reglas.
Ya sé que no hay que mezclar el fútbol con las cuestiones institucionales.
Todo eso ya lo sé.


Pero es que no me gustó que Diego Maradona fuera el nuevo técnico de la selección.
Por eso rechiné los dientes y dije que no con la cabeza.
Por eso voté que no lo quería en la encuesta de Clarín.com
Por eso opiné públicamente que hubiera preferido a otros técnicos.
A Russo, a Simeone, a Bianchi, a técnicos más ordenados, menos caóticos.


Pero el domingo a la mañana estuve mirando un documental sobre la vida de Maradona.
Los goles, las polémicas, la mano de Dios, la efedrina, la pelota jamás manchada.
El amor incondicional de los hinchas por Maradona.
De los argentinos, de los catalanes, de los napolitanos. El amor de todos.
Y entonces me pregunté.


¿Por qué no darle otra oportunidad a Maradona?
¿O acaso no le hemos dado segundas oportunidades a tantos otros?
Perón tuvo su segunda oportunidad. La tuvo Domingo Cavallo. La tiene Charly García.
Ya sé: esto es fútbol. Y el fútbol, se sabe, es apenas un deporte emocional.


Pero insisto, ¿por qué no darle otra oportunidad a Maradona?
Es que tal vez Maradona haya dejado de ser la pierna izquierda del país adolescente.
Tal vez Maradona también haya madurado.
Tal vez ya no necesite hacer goles con la mano ni pelearse con el Papa.


Será tal vez porque nos hizo tan felices con el fútbol.
Será por eso que queremos darle otra oportunidad.
Será que los argentinos nos parecemos más a Maradona que a los Russos o a los Bianchis.
Será por eso que el país adolescente va con Diego.
Hasta la victoria siempre.
O hasta que nos corten las piernas.

Hasta entonces.
Fernando Gonzalez. Clarin.com

sábado, 1 de noviembre de 2008

Maradona


MARADONA (Por Eduardo Galeano)

Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares.
Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó.
Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable.
Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean.
Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero.
Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio.
Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga.
Enviado por Gustavo Castro. Santa Fe Capital.

El día que murió Diego.


“¡No TN no, hijos de puta no rompan los huevos con Diegote, jodan con los del campo pero no con el Diego!”. Esas palabras sonaban a alto volumen cuando ingresaba al bar de un amigo. Y el “qué pasó” se entrecortó en mi boca cuando miré el televisor y Todo Noticias titulaba: SE HABRÍA MATADO DIEGO, mientras pasaban imágenes de Maradona jugando contra Nigeria en el Mundial de Estados Unidos 94.

Claudio, mi amigo, seguía insultando a los periodistas de TN, dos parroquianos que tomaban energizantes con naranja no salían de su asombro y comentaban estupideces sin elevar demasiado la voz y yo, todavía sin tener noción de la noticia, quedé paralizado, apuntando mi mirada hacia el televisor. Y desde esa pantalla plana, una flaquita con voz aguda no paraba de decir que “el ex futbolista se habría suicidado”.

“Cambiá, por favor cambiá de canal, no puede ser, se hacen los serios pero son muy amarillistas estos tipos”, le grité a Claudio mientras comenzaba a tomar dimensión de la noticia. Y Crónica TV, como siempre, tenía la información antes que nadie y afirmaba con letras negras y fondo celeste y blanco: “DIOS SE MATÓ”. Y como si eso fuese poco, decenas de goles y jugadas majestuosas comenzaban a aparecer en la pantalla. La peor de las noticias estaba confirmada, ya no había ilusión en pie, la leyenda empezaba a tomar medidas inigualables, la figura del máximo jugador de la historia del fútbol tan sólo era comparable con los Beatles o Cristo, no había medio del mundo que no lo tuviese como noticia principal. Dejaba de ser “el Diego de la gente” para pasar a ser “Diego, el inmortal”.

Tal como siempre lo imaginé y charlamos entre amigos y colegas periodistas, Crónica tenía preparado un informe para la muerte de Diego. “Viste, como decimos siempre, estos tipos ya lo habían hecho. Mirá, mirá como tenían toda la historia contada, sólo le va a faltar la fecha de la muerte, pero tenían todo armado. Lo mismo hicieron cuando murió Fidel”, aseguraba Claudio mientras yo lloraba como un nene mirando aquellos goles de Boca en el 81. El país ya no habló más de la candidatura presidencial de Marcelo Tinelli, menos aún de las nuevas privatizaciones que proponía el presidente Macri para su último año al frente del gobierno nacional.

Y las calles se adormecieron, ya nadie las transitaba, a los diez o quince minutos de conocerse la noticia que sacudió al mundo todo un país se hizo llanto y los que no lloraron, al menos tuvieron el respeto de no comentar “giladas”, como siempre decía el Diego ante palabras fuera de lugar. Entre lágrimas recuerdo que salí para la casa de mi vieja, abrí la puerta y ahí estaba ella, desconsolada en la cocina preguntando una y otra vez por qué. Me abrazo fuerte y ella que lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo me dijo: “Nunca te olvides que en la adolescencia te hizo muy feliz”. Me habló como si se hubiese muerto un familiar, un tío muy querido o alguien muy respetado por la familia. Y era él, el jugador de fútbol, el que realmente me hizo gritar hasta quedar sin voz en el 86, porque yo sí creía que contra los ingleses nos jugábamos las islas. Tenía 12 años y mi recuerdo de Malvinas estaba muy fresco. Tenía 12 años y por mis poros salían gotas de fútbol. Tenía 12 años y mi cabeza tenía gajos de cuero. Tenía 12 años y la cancha era mi templo. Tenía 12 años y ya sabía que como Maradona nunca más iba a ver otro igual. Tenía 12 años y un sueño inamovible: ser futbolista. Tenía 12 años y un corazón como una número cinco. Tenía 12 años y un padre que me decía “vos no lo viste jugar a Pelé”. Tenía 12 años y un padre que me dijo cuando terminó el partido contra Inglaterra: “Maradona es bueno bueno, capaz que sea como Pelé nomás”. Tenía 12 años y lloré de emoción por primera vez en mi vida. Tenía 12 años y como me gustaría volver a tenerlos.

Desplomado en el piso y a moco tendido, escucho que un policía de la Federal decía: “Maradona se tiró del piso 10 y murió de inmediato”. Y los irrespetuosos periodistas, sedientos de sangre, atacaron a preguntas y el bigotudo respondía: “nos avisó una vecina, que es la dueña de la casa donde cayó Maradona”. “No sé de quien era el departamento desde donde se arrojó”. “Sí, tiene muchísimas quebraduras y la parte izquierda de la cara desfigurada”. “Estamos investigando, hasta luego”, y el policía cruzó las vallas y se metió a la casa donde estaba el cuerpo de Diego. Ya había escuchado todo lo que nunca quise escuchar, la dejé a mi madre llorando frente al tele, caminé por el pasillo, subí al auto y me fui. Cuando llegué a la esquina de Llerena y General Paz no lo dudé ni un instante, doble hacia la izquierda por la avenida y salí a la búsqueda de mi amigo Nicolás. No había nada que hablar, sólo se tenía que subir, ponerle nafta al coche, tomar la autopista y viajar.

El peaje de Zárate fue la primera señal de un duelo histórico, hasta superior al de Evita. Los fieles de la Iglesia Maradoniana estaban celebrando una “misa” improvisada para los centenares de automovilistas que comenzaban a desfilar con destino al estadio de la AFA, en Ezeiza, donde serían velados los restos de Diego. Banderas, gorros, llantos y cantos eran parte de una parada forzosa que, con el correr de los minutos, se transformaría en un ritual sin calma para los fanáticos del eterno 10.

En el auto escuchábamos una y mil versiones del por qué decidió matarse, los motivos iban desde una recaída en el trigésimo cuarto tratamiento para salir de las drogas hasta el inminente debut de Diego Lionel Agüero Maradona con la camiseta de River Plate. Entre tantos rumores no faltó el que dijo “pudo haber sido por la depresión de no haber logrado como técnico el título del Mundial Egipto 2026”. El Nico, que lloraba cada tanto, afirmó esa teoría. “Nooo loco, que culpa tiene Diego de haber perdido la final por penales, además jugamos muy bien, que más podíamos hacer contra China, si no hay con que darle a esos tipos”.

La noticia sobre la muerte de Diego era el único tema de los medios, sólo faltaba que digan si el velatorio iba a ser abierto para todo el público y por suerte, a pocos kilómetros de llegar a Buenos Aires se confirmó la noticia: “los restos de Diego Maradona serán velados en el estadio olímpico de la AFA y luego de tres días serán enterrados en el medio del campo de juego”. A llorar otra vez, lo que acabábamos de escuchar era muy fuerte. Sólo con entrar al estadio de la AFA y saber que ahí descansa eternamente Diego, los jugadores tienen que dejar hasta lo que no tienen para ganar. “Imaginate que estás jugando con la bendición de Diego en las patas, imposible perder” me decía mi amigo mientras nos equivocábamos de carril en el cruce de Panamericana y General Paz.

¡Al fin llegamos! Una manera de decir, porque tuvimos que dejar el auto como a doce kilómetros del estadio. “Esto es como la vuelta de Perón en el 73”, tiró un pelado con muchos abriles en su haber. “Shhhhhh, toquese un huevo abuelo, acá no habrá quilombos” le gritó otro que casi pisaba los sesenta. Ya estábamos cerca, sólo había que avanzar muy lentamente hasta aproximarnos a los portones del sector oeste, por donde entraba el público en general. Cuando la noche se marchaba y los primeros guiños del sol asomaban sobre el estadio César Luis Menotti, llegó mi turno, la hora de la despedida. Con los ojos rojos como aquella camiseta de Argentinos que supo usar Diego en los comienzos, sentí dos manos cálidas sobre mis hombros y una voz que al oído que me decía: “Tonga, despertate”.

Me di vuelta, busqué el control remoto, prendí el televisor y ahí estaba Diego, hablando en Fox Sports de las patadas de los uruguayos y criticando a su estilo al árbitro del partido.

Al igual que la publicidad de Diegote con la camiseta de Brasil, mi una expresión fue: “¡ay caramba, que pesadelo!”.


Fue el lunes pasado, cerca de las diez de la mañana, cuando terminé de abrir los ojos y de darme cuenta que sólo se trató de una triste pesadilla.

Gastón Chansard. Santa Fe Capital.

jueves, 30 de octubre de 2008

Me van a tener que disculpar.


Para Diego

Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.
Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.
Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantendo que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.
No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.
No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.
Él no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.
Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratósfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.
Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones.
Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las infinitas traiciones tan propias de nosotros los mortales.
Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones.
Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.
Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros».
Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.
Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.
Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.
Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndoseal calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante.
Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo.
Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable.
Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria.
Eduardo Sacheri. Esperándolo a tito y otros cuentos de fútbol.

Queremos tanto al Diego...


Hay mucha gente que no quiere a Maradona. Y está en su derecho.

Algunos no lo quieren porque jugó en Boca y, para colmo, es hincha de Boca.

Otros no lo quieren por el primer gol a los ingleses en 1986, hecho con la mano.

Otros no lo quieren por el segundo gol a los ingleses, hecho con el pie.

Hay quienes no lo quieren porque no reconoció a un hijo que tuvo en Italia.

También hay quienes no lo quieren porque no podía salir de la droga.

Muchos son los que no lo quieren porque Maradona habla mucho y se pelea con todos. Desde el Papa hasta Guillermo Cóppola, desde Joao Havelange hasta Ramón Díaz.

Y muchos no lo van a querer nunca.

Aunque no haga goles con la mano. Aunque lo más fuerte que tome sea una Coca Zero. Aunque bese la camiseta de River. Aunque abrace al Papa dé la mano de su hijo italiano.

Pero hay muchos otros que no habitamos la tribuna de los que esperan pacientemente que Maradona se equivoque. Que yerre un penal decisivo. O que se ponga gordo de nuevo. O que lo internen por excesos de lo que sea.

También somos muchos los que queremos que a Maradona le salga todo bien. Que gane todos los partidos de showball o de papi fútbol. Que cuando haga de conductor televisivo, tenga el más alto ranking. Que se le sigan ocurriendo frases ingeniosas y giros inesperados. Que cuente mil veces más la anécdota del bidón de agua en el partido contra Brasil. Que explique otra vez, en una sobremesa, con tenedores y pancitos, cómo fue el famoso gol a Inglaterra y cómo fue que le hizo caso a su hermano y esta vez eludió al arquero.

Con todo, no estamos seguros que Maradona sea el mejor DT al que pueda aspirar la selección nacional en estos momentos. No tenemos certeza de que el amor a la camiseta y el estímulo del honor nacional alcance siempre para salir airosos si no se los mezcla -cuando haga falta- con técnica, equilibrio emocional, frialdad temperamental.

Parece que también quienes tomaron la decisión de nombrarlo como técnico fueron asaltados por la duda. Por eso le pusieron una estricta marca personal encabezada por Carlos Bilardo. Pero, ya sabemos: Maradona es muy difícil de marcar. Siempre se corta solo hacia el espacio inesperado.

Por las dudas, preparémonos por si las cosas no salieran bien.

En primer lugar, podremos echarle la culpa a los árbitros.

O a los jugadores.

Diremos que no han sabido interpretar a Maradona.

O que malograron goles increíbles.

O que los otros tuvieron mucha suerte.

Como sea, la Selección ya tiene nuevo técnico. Ahora hay que ganar y ganar. Que no se nos escape la tortuga. Que no tengamos que decir, prematuramente, “siamo fuori”. Que Messi hable menos y juegue más. Que a Tévez no lo echen en todos los partidos. Que Riquelme tenga más ritmo.

En definitiva, que Maradona acierte.

Pero vivimos en la Argentina y acá tenemos cierta inclinación a alimentarnos de la gloria pasada, como quien invoca espíritus benéficos en momentos difíciles. Nuestros abuelos son italianos del sur, no alemanes. Acá se piensa con el corazón y no se admiten las estadísticas. Que Maradona no haya sido jamás un DT exitoso, es apenas un detalle.

¿O acaso no contrataríamos a Gardel para que enseñe a los pibes a cantar tango?
Claro que los alumnos, aunque sean aplicados y muy esforzados, podrían desafinar.

Pero siempre la culpa será de ellos.

Nunca de Gardel.

Y menos aún de Maradona.
Gonzalo Neidal. Diario La Mañana de Córdoba.

martes, 30 de septiembre de 2008

El asesinato de Ernesto "Che" Guevara




El 9 de octubre de 1967, un día después de ser capturado por el ejército boliviano, el “Che” Guevara fue asesinado en la localidad de La Higuera, Bolivia. Lo que sigue es la carta que dirigió Juan Domingo Perón al Movimiento peronista al confirmarse la caída en combate del guerrillero.

Fuente: Revista Sala 2, Año 1, Nº 5.
Compañeros:

Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado este ideal, nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación. Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres del Pentágono mantienen a los pueblos oprimidos.

Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto “Che” Guevara.

Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir.

He leído algunos cables que pretenden presentarlo como enemigo del peronismo. Nada más absurdo. Suponiendo que fuera cierto que en 1951 haya estado ligado a un intento golpista, ¿qué edad tenía entonces? Yo mismo, siendo un joven oficial, participé del golpe que derrocó al gobierno popular de Hipólito Yrigoyen. Yo también en ese momento fui utilizado por la oligarquía. Lo importante es darse cuenta de esos errores y enmendarlos. ¡Vaya si el “Che” los enmendó!

En 1954, cuando en Guatemala lucha en defensa del gobierno popular de Jacobo Arbenz ante la prepotente intervención armada de los yanquis, yo personalmente di instrucciones a la cancillería para que le solucionaran la difícil situación que se le planteaba a ese valiente joven argentino; y fue así como salió hacia México.

Su vida, su epopeya, es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los jóvenes de toda América Latina.

No faltarán quienes pretendan empalidecer su figura: el imperialismo, temeroso del enorme prestigio que ya había ganado en las masas populares; otros, los que no viven las realidades de nuestros pueblos sojuzgados. Ya me han llegado noticias de que el Partido Comunista Argentino, solapadamente, está en campaña de desprestigio. No nos debe sorprender, ya que siempre se ha caracterizado por marchar a contramano del proceso histórico nacional. Siempre ha estado en contra de los movimientos nacionales y populares. De eso podemos dar fe los peronistas.

La hora de los pueblos ha llegado y las revoluciones nacionales en Latinoamérica son un hecho irreversible. El actual equilibrio será roto porque es infantil pensar que se pueden superar sin revolución las resistencias de las oligarquías y de los monopolios inversionistas del imperialismo.

Las revoluciones socialistas se tienen que realizar; que cada uno haga la suya, no importa el sello que ella tenga. Por eso y para eso, deben conectarse entre sí todos los movimientos nacionales, en la misma forma en que son solidarios entre sí los usufructuarios del privilegio. La mayoría de los gobiernos de América Latina no van a resolver los problemas nacionales sencillamente porque no responden a los intereses nacionales. Ante esto, no creo que las expresiones revolucionarias verbales basten. Es necesario entrar a la acción revolucionaria, con base organizativa, con un programa estratégico y tácticas que hagan viable la concreción de la revolución. Y esta tarea, la deben llevar adelante quienes se sientan capaces. La lucha será dura, pero el triunfo definitivo será de los pueblos.

Ellos tendrán la fuerza material circunstancialmente superior a las nuestras, pero nosotros contamos con la extraordinaria fuerza moral que nos da la convicción en la justicia de la causa que abrazamos y la razón histórica que nos asiste.

El peronismo, consecuente con su tradición y con su lucha, como Movimiento Nacional, Popular y Revolucionario, rinde su homenaje emocionado al idealista, al revolucionario, al Comandante Ernesto “Che” Guevara, guerrillero argentino muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las revoluciones nacionales en Latinoamérica.

Juan Domingo Perón
Madrid, 24 de octubre de 1967

sábado, 27 de septiembre de 2008

Román no necesita el pulóver...






Mamá tiene frío e impone el saquito a otros. Un prejuicio similar decide que el 10, "cansado", anda mal y hay que pararlo. Yo creo que está bárbaro.




"El que contesta la pregunta no es el que la recibe, sino el que la formula". Eso lo decía Enrique Pichon Riviere, mi formidable maestro de Psicología Social (durante mi primer año, luego murió). Reforzando ese concepto, y ampliándolo para intentar comprender ciertas reacciones de la mente humana, también afirmaba: "El suéter es una prenda que la madre obliga al hijo a ponerse cuando en realidad ella es la que tiene frío".

Así es como nos dominan los prejuicios; es decir, los juicios previos. Toda la vida estarán sobre nuestras espaldas tratando en la mayoría de los casos de convencernos --a veces fanáticamente-- de que la vida es como cada uno cree que es, y no como objetiva y realmente es. Bien, en el fútbol, junto con su osamenta, el hincha y la cátedra llevan sus prejuicios a la cancha. No entro en el detalle de quién retroalimenta a quién, pero han decidido que "Riquelme está cansado". Pequeña refutación: ¿alguien que no sea Román puede afirmar eso? Yo no me enteré de que se lo preguntaran... Los medios, y los que no lo quieren, presuponen, prejuzgan que no aguanta la seguidilla de partidos desde Pekín hasta acá. Se esgrime el vil argumento de que Boca no gana desde que él volvió y hasta se dice que manda más que Ischia; y que por eso, pese a estar cansado, "no se saca del equipo".

Un par de veces me tocó vivir este tipo de experiencias. Cuando Racing ganó la Libertadores y luego la Intercontinental --ambas Copas definidas en 1967-- fui el único que jugó los 23 partidos, además del torneo local. Con respuesta incluída, me preguntaban: "¿No es cierto que estás cansado?". No hay nada que hacer: el deseo, que es el núcleo del prejuicio, condiciona la opinión de quienes van a la cancha.

A Ermindo Onega, el mejor jugador que vi después de Maradona, le decían "pecho frío" porque nunca había sido campeón con River. Pero era recojudo... ¿Otras? El Tanque Rojas, Raffo o Palermo "burros que sólo saben cabecear". Cuando Martín tira una pared perfecta dicen que se equivocó... Todos prejuicios. Riquelme está soportando desde hace tiempo esta abrumadora tendencia a obligarlo a ponerse el suéter porque los demás tienen frío. Su, para mí admirable, cara de culo es la mejor respuesta a los prejuiciosos. "Fue el mejor jugador de Boca", dijo hace poco Caruzzo, central de Argentinos.

Sí, fue el mejor jugador de Boca contra Independiente y también contra Tigre, digo yo. Llega al área como nunca. Mete pases de gol. Siempre se la da a un compañero. Román no está ni cansado ni saturado. Si lo miramos y lo juzgamos con objetividad, es un jugador de lujo. Unico.

Nota:Roberto Perfumo

El incomprendido.


Siempre se habla que los argentinos, y también los brasileños, tienen jugadores de sobra para armar bastantes selecciones de fútbol competitivas a la vez, ya que tienen la suerte se poseer una gran cantidad de jugadores de calidad, y esto se nota más aún cuando se trata del puesto de "creador" del equipo. Para ese puesto en Argentina las opciones sobran: Aimar, D.Alessandro, Inzúa, Montenegro...y Juan Román Riquelme, quien debo decirlo, es mi ídolo futbolístico desde que comencé a seguirlo desde al año 2000 apróximadamente. Quizás no fue una coincidencia que el día del retiro profesional de Diego Armando Maradona, el mejor de la historia, haya sido Román quien lo remplazó, en ese partido contra River Plate el año 1997, destacando que cuando entró Román, Boca marcó los dos goles que le dieron el triunfo en el estadio Monumental, simplemente la historia del fútbol se hizo presente para decir "se retira el más grande, pero ojo con este chico que está entrando", fue el destino.
Si hubiese que definir a Román en una palabra sin dudas sería "crack". Este talentoso, perfectamente puede estar ausente del partido durante 85 minutos, pero en los 5 que quedan fácilmente puede marcar un gol de afuera del área, realizar un gol de tiro libre, dejar 3 veces sólos en posición de gol a sus delanteros, y además se puede preparar un café y leer el periódico del día si es que lo estima conveniente, es decir, puede cambiar el rumbo del partido en una sola jugada...y ha esos jugadores distintos sólo se les puede llamar CRACKS.
Una vez el argentino Roberto Perfumo, uno de los mejores defensas centrales que han existido en América (junto a Elías Figueroa), señaló: "Los buenos jugadores se ven cuando su equipo va perdiendo, cuando va ganando hasta el más cagón la rompe"; estas palabras me recuerden a Riquelme, en especial ese Riquelme del Boca Juniors dirigido por Carlos Bianchi, que incluso Henry elogió diciendo que Román "Hacía cosas increíbles cuando jugaba en Boca", antes del enfrentamiento histórico entre Arsenal y Villareal por la Champions. Siguiendo las palabras del "Mariscal" Perfumo, Román es de esos jugadores que se agrandan ante la adversidad, un ejemplo es cuando por la semifinal de la copa Libertadores contra Palmeiras, el primer partido jugado en la Bombonera terminó igualado a dos, el técnico brasileño Parreira declaraba en su país que ya eran finalistas, lamentablemente este señor no contaba con la astucia y talento de Román, que en el partido jugado en Brasil marcó un golazo y les dio un baile igual de grande que el estadio Morumbí, testigo presencial del día glorioso de Riquelme. Finalmente ese día clasificó Boca a la final, y logró el título semanas después venciendo al Cruz Azul.
Yo no entiendo como hay gente que discute la calidad futbolística de Riquelme. Sus más críticos lo tildan de "pecho frío"...entonces yo pregunto ¿es ser pecho frío aguantar 1500 patadas de Makelele en una final de Copa Intercontinental, y aún así darle un baile al Real Madrid? ¿Es ser pecho frío llorar desconsoladamente luego de perder injustamente contra el Bayer Munich,y ser pateado los 90 minutos por los alemanes en la Copa Intercontinental el 2001? ¿Es ser pecho frío llegar a un equipo chico como el Villareal, clasificarlo a la Champions y lograr el tercer lugar de la liga española?.
Hay otros que demuestran toda su ignorancia futbolística, pues lo llaman un "jugador lento"...¿QUE SABE ESA GENTE DE FÚTBOL? Posiblemente nada, es gente que no comprende que el fútbol es un juego de toque, y donde existen pausas. Uno que sí sabe es Jorge Valdano, quien sabiamente dijo "El talento no tiene prisa"; estas palabras son clave. ¿De que sirve tener jugadores veloces, si cuando sacan centros salen a cualquier parte?. Riquelme puede ser un jugador lento físicamente, pero mentalmente es más rápido que los otros 21 jugadores que se encuentran en una cancha con él, los árbitros y hasta los suplentes de ambos elencos. Muchas veces sus jugadas no alcanzan total perfección, pues es incomprendido incluso por sus propios compañeros...sin dudas es un jugador fuera de serie.
Otra crítica que se la realiza a Román es por la actitud seria que demuestra cuando juega al fútbol. Muchos lo comparan con Ronaldinho, y esperan que se ría durante los encuentros, que se muestre alegre para las cámaras...pero esa gente debe entender que Riquelme demuestra la alegría con la pelota en los pies, con pases en profundidad, las pisadas al balón...el mismo Román declaró aburrido de tanta comparación que "Zidane es el más grande hace 10 años y no se ríe", un claro golpe al juego sínico del brasileño, quien por fin demostró hace algunos días atrás que tambien tiene su mal genio, luego de perder la final de la Copa Mundial de Clubes contra el Internacional de Brasil, en esta ocasión el fútbol no fue risa, ya que se sacó enojado la medalla del segundo lugar, ¿acaso no es digno un segundo lugar?. Insisto, sea o no sea serio, las 3 pelotas gol por partido que Riquelme otorga a los delanteros llegan de igual forma.
Ahora último, a Riquelme se le critica por el desempeño en el mundial, que hay que decirlo no fue el mejor, y muchos lo creen responsable del fracaso argentino. Pero hay que recordar que Riquelme llego "golpeado psicológicamente", pues habían quedado eliminado de la final de la Champions League por el Villareal contra el Arsenal, cuando perdió el penal en el último minuto del partido, que por cierto pudo haberlo perdido Maradona, Pelé, Di Estéfano, Ronaldinho, Joel Soto, "Manteca" González, Richard Zambrano o el "Chiqui" Chavarría, cualquiera puede errar un penal. Muchas críticas cayeron sobre Riquelme por haber fallado, pero Maradona tuvo las palabras justas y sabias en el momento..."los penales sólo los fallan quienes los tiran, ¿Cuántos jugadores del Villarreal quisieron agarrar esa pelota para tirar ese penal?". Este capítulo claramente afectó al rendimiento mundialista de Riquelme, ya que el fútbol es un deporte donde las emociones y lo psicológico está presesente, e influyen con alta probabilidad, y sin dudas a Riquelme esto le dolió y mucho.
Querido por unos, odiado por otros, de todas formas Riquelme ha quedado en la historia del fútbol como un jugador de excelente nivel, porque los entendidos en este deporte tienen bien considerado al 10 del Villareal, sino hablen con Thierry Henry, ¿les suena? Sí, el delantero del Arsenal y seleccionado Francés, quien dijo: "La gente habla de Ronaldinho. Pero lo que Riquelme puede hacer el balón… Cuando está inspirado uff, además el resto del equipo se contagia". Si es que Henry está ocupado puede hablar con Aimar, quien al ser consultado si le molestaba ser reserva de Román en el mundial declaró: "Como me va a molestar ser suplente del mejor 10 del mundo". También le puede consultar a Pekerman, quien en declaraciones previas al mundial dijo: "Si Riquelme jugara en Brasil sería Riquelminho y estaría entre los dos mejores del mundo"...No quedan dudas, la gente que sí sabe de fútbol valora el talento de Riquelme y su modo de jugar, el cual puede ser incomprendido por parte del público, pero esa gente con suerte debe saber lo que es el offside. Si te consideras fanático del fútbol y no reconoces a Riquelme como un buen jugador, es como si dijeras que sabes de Cine y no supieras quien es el actor principal del Padrino, es algo imperdonable, algún amante del cine no te lo perdonaría, y buscaría alguna forma para golpearte por la ignorancia y falta de respeto demostrada a esa actividad.
Es de esperar que los jugadores con Riquelme, es decir los que piensan, los que ponen la pausa, nunca se acaben, ya que como dice el "Loco Bielsa", el filósofo del deporte rey, "El fútbol se hace menos dramático cuando lo ejecutan los que saben". Roberto Perfumo.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El potrero de Bin Laden

La cancha donde Bin Laden jugó a los 17 años, en Beirut, Líbano

Un recorrido por los mejores potreros del mundo
Dos argentinos rescatan a través de fotos y textos, las historias de canchas y sus protagonistas. Dónde jugaron Bin Laden y Evo Morales.

Por Federico Noguera



Como ésta, son muchas las historias que se pueden encontrar en Canchas , un interesante open proyecto "antropológico, social y cultural" que un grupo de amigos de Alemania, Austria y Argentina lanzó en 2002. Y que pretende ser el más grande banco de fotos y anécdotas de la Web sobre los potreros y sus protagonistas (actualmente cuentan con 1620 fotos de 444 canchas).

"Canchas celebra la alegría y la emoción de las personas en contacto con los campos donde se juega al fútbol", se explica desde el sitio, que también recibe la colaboración de 130 personas que suben diariamente a la página imágenes, videos, audios y textos de lugares tan disímiles como extraños.

El experimentado fotógrafo y encargado artístico del proyecto, Gastón Silberman, explica a Perfil.com que la idea de Canchas surgió de una iniciativa conjunta del psicólogo y periodista argentino Santiago Bardotti, el matemático y fotógrafo austríaco Andreas Matt y los alemanes Hans Woppmann y Despina Leonhard, ingeniero y relacionador público, respectivamente.

"Consideramos que estas canchas son puntos de partida, un vehículo para explorar gente", comenta Silberman. Pero aclara lo que no es Canchas: ni "un proyecto de fútbol" ni una mirada exploradora de "la miseria" ("el nene pobre con la pelota de trapo"), pero sí de "lo hiperfestivo".

El autor de Proyecto Cartele aclara que esa mirada no apunta a destacar o impugnar el virtuosismo del juego, sino a realizar un registro cultural a través de fotos y textos (desde una observación no participante) de las acciones y las historias de los protagonistas del fútbol amateur. De esa forma pretenden analizar los comportamientos en un contexto determinado.

"Nos interesa saber los idiomas, nombres, apodos, quién es el dueño de la pelota, cómo se visten, cómo se preparan (para jugar), cuáles son los rituales, quién define cuándo se juega, a qué hora se juega, cuándo es faul, cuándo se termina el partido", detalla Silberman.

Ese registro también busca rescatar "la alegría, la celebración, el humor y la ironía" de los habitantes de Groenlandia, Tanzania, Inglaterra, Vietnam, Argentina, España, Sudáfrica, Pakistán, entre otros, en potreros nevados, polvorientos, sobre rascacielos, a pasos de las Pirámides...

Algunas situaciones o "detalles naturales" de las canchas (cuyo origen viene de la palabra quechua "kancha", que significa recinto) desencadenan reacciones o hasta desafíos a los jugadores "Hay una cancha en Taliouine (Marruecos) que está torcida, está hecha en una planicie que dobla. Entonces uno piensa que el que tira un chanfle manda la pelota a la punta y el que marca la punta no ve el córner", Silberman, quien en su libro Colores en la Piel ya había explorado la vinculación entre los hinchas y las canchas argentinas.

El fotógrafo también recuerda cómo Echek, un joven marroquí, miraba con ansiedad como sus amigos jugaban un picadito en la playa Tan Tan. "No podía jugar porque iba a salir con una chica –cuenta Silberman–. Estaba de punta en blanco, pero no se bancó las ganas de jugar".

Las mismas que hicieron que el presidente de Bolivia, Evo Morales, se pusiera los cortos para jugar un partido en la cancha de Sajama, en la frontera con Chile, como forma de protesta contra la decisión de la FIFA de prohibir que las Eliminatorias mundialistas se continúen disputando en la altura de La Paz.

El análisis de esas acciones mínimas no incluye ni intenta que el proyecto se transforme en "un fin social": "La idea no es viajar con una pelota y botines nuevos. Ese rol lo único que hace es acentuar la carencia, y lo que queremos es mostrar que la carencia es relativa. Ellos la pasan bien y mal, como todos", apunta.

Tampoco pretenden "redimir" a personajes como Bin Laden, sino destacar que, como otros, el líder de Al Qaeda también fue "un chico" que "corría detrás de una pelota", cuando aún "no tenía deseos de tirar una bomba". El proyecto incluye historias de personajes famosos (sean deportistas o no) y de desconocidos, que han cobrado protagonismo en los últimos años (ver Messi…).

Pero Silberman señala que esa búsqueda de "ciertos íconos" tiene que ver con personalidades que "hayan excedido la frontera, 'gente de exportación', para que el proyecto sea lo más universal posible y no localista". En él, ya tienen su lugar las canchas donde jugaron Diego Maradona y el Che Guevara antes de que se transformaran en lo que fueron después: íconos. Federico Noguera. Recogido de Perfil.com

lunes, 18 de agosto de 2008

El burrito sencillo...


Casualmente, a principios de este mes, una cámara del noticiero del canal América estaba en la puerta de un boliche de la zona de Palermo para captar a Ariel Ortega saliendo en un presunto estado de ebriedad.
Casualmente, esas imágenes sirvieron para que el futbolista fuera desafectado del plantel de River Plate.
Casualmente, pocos días más tarde se anunció la extraña transferencia de este cotizado jugador al modesto club Independiente Rivadavia de Mendoza, que milita en la primera B nacional.
Casualmente, el dueño de ese club es Daniel Vila, quien también es uno de los propietarios de América.
Casualmente, ahora las cámaras del mismo noticiero emitieron un "informe" sobre un posible complot de la AFA para perjudicar, mediante arbitrajes, a Independiente de Mendoza por "revolucionar el ascenso" con la contratación de Ortega y "ayudar a la recuperación de un ídolo".
¿Dónde escuché que en el fútbol, como en la vida, las casualidades no existen? Mmmhhh... no, en América TV no.
Maximiliano Poter. Revista Rolling Stones.

viernes, 8 de agosto de 2008

Volaré...


Las Olimpiadas fueron celebradas por primera vez hace casi treinta siglos, en 884 antes de Cristo, por iniciativa del rey Ifitom, soberano de Élida, en el Peloponeso, donde está situada la ciudad de Olimpia. Las justas de Ifitom, hechas en honor a Zeus, constaban entonces de una sola prueba: una carrera por el estadio, marcado con piedras pintadas de cal, que tenía una longitud de 192 metros, a la que luego fueron añadidas dos pruebas más en aquel mismo recorrido: la diáulica (ida y vuelta) y la dólica (doce veces ida y vuelta). Hacia 708 hizo su aparición el pentathlon, que comprendía la carrera, la lucha, el salto, el boxeo y el lanzamiento de disco. Las pruebas clásicas del olimpismo. Hoy en día son trescientas dos disciplinas en veintiocho deportes diferentes, tan diferentes como la equitación, el judo, la vela, el atletismo, la esgrima, el badminton y la natación.

Los Juegos Olímpicos eran celebrados entonces, como ahora, cada cuatro años, en el verano, al pie del monte sagrado de Altis. Duraban una sola jornada, aunque con el tiempo fueron ampliados para durar cinco días, en los que acabó incluida una prueba más: la carrera de cuadrigas. Los vencedores, proclamados al finalizar el quinto día, recibían como premio una rama de olivo silvestre, cortada por los sacerdotes de Ifitom en las márgenes del río Alfeo, en Olimpia. Un premio similar recibirán, junto con sus medallas, los atletas que venzan en las Olimpiadas que comienzan este día, el 08 del 08 del 08, a las 8 de la noche con 8 minutos, hora de Beijing (el 8, claro, es el número de la suerte en China).

Participaban en las competencias de la Antigüedad los helenos, los dóricos y los arcadianos, pues los bárbaros, en un principio, estaban excluidos. Los atletas gozaban de una fama rara incluso en nuestros días. Muchos fueron celebrados en las odas del poeta Píndaro. Uno de ellos, Milón de Crotona, el luchador, fue recordado un siglo después de su muerte por Herodoto, quien menciona en sus Historias (libro III, párrafo 137) que su fama había llegaba hasta las calles de Susa, la capital de Persia. Las Olimpiadas fueron así celebradas, sin interrupción, durante mil doscientos sesenta y nueve años, hasta el verano de 385 de nuestra era, en donde resultó vencedor en la competencia de boxeo un bárbaro, el armenio Varasdate. El mundo, por fin, había irrumpido en las Olimpiadas, que por siglos habían estado circunscritas a Grecia. Esta vez, en Beijing, participarán diez mil quinientos atletas originarios de más de doscientos países.

Las Olimpiadas fueron suprimidas en 394 por el emperador Teodosio el Grande, como parte de una ofensiva cristiana contra el paganismo de Grecia. Quince siglos después de esa supresión –quince siglos exactos: en el año de 1894– Pierre de Fredi, mejor conocido como barón de Coubertin, organizó, en junio, un congreso internacional de sociedades deportivas en el anfiteatro de la universidad de la Sorbona, en París. En aquel congreso surgió el Comité Olímpico que aprobó el proyecto de reinstaurar las Olimpiadas en el sitio donde habían nacido: Grecia. Los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna, inaugurados el 5 de abril de 1896 en Atenas, fueron realizados con el entusiasmo del príncipe Constantino, heredero de la corona en Grecia, quien recaudó los fondos necesarios entre su pueblo, cuando el gobierno de su país anunció que no tenía dinero para financiar las Olimpiadas. Esta vez, en China, los costos ascenderán a más de 40 mil millones de dólares. Serán los Juegos Olímpicos más caros de la historia.

miércoles, 30 de julio de 2008

Geografía de Tercero.


El cuento de esta semana es una mezcla entre ficción y realidad. El ambiente tan cercano a nuestra infancia creado por Eduardo Sacheri merece una reflexión acorde a aquellos tiempos que transcurrieron en las aulas de nuestra escuela primaria. Los compañeros de banco, la maestra, el edificio, momentos compartidos; y el ejercicio de la memoria. Aquí un encuentro, que no tiene desperdicio.


Apenas la vi sentí que me hundía en una especie de pozo sin fondo, en un vértigo de piedras y plomos recién tragados que me llenaron el estómago. O tal vez fue una sensación más brutal, más primitiva, más parecida al más simple de los pánicos. Y lo otro: el peso feroz en las tripas y el vértigo de abismo aparecieron después, cuando ella desapareció de mi vista y pude sentarme en un banco de ese parque inmenso y quedarme con los ojos clavados en el pasto y la cara vacía durante minutos interminables.
Ella ni siquiera me había mirado. No me había visto, pero yo me sentía como desnudo delante de una multitud. Y lo peor de todo era justamente comprobar el poder inmenso que, más allá de los años apilados unos sobre otros, esa mujer conservaba sobre mis emociones.
¿Y si me había equivocado? Sí, era enormemente probable. Debía haberla confundido con otra persona. ¿Cuántos años hacía que no la veía? Veinte años, y eso es mucho tiempo. Y además estaba la cuestión de las edades. La última vez que la había visto yo acababa de cumplir los "dieciocho. Y a esa altura -intenté tranquilizarme- uno no tiene un cuidado excesivo en recordar fisonomías. Pero sobre todo estaba la cuestión de la edad de ella. ¿Cuántos años podía tener ahora? Traté de volver a 1978: ¿cuántos tenía esa mujer en aquellos tiempos? Yo le atribuía, entonces, setenta u ochenta; de modo que ahora, un cuarto de siglo después, tendría que ser casi centenaria. Entonces no tenía motivos para angustiarme: yo me había confundido y esa mujer no era quien yo había temido. Pero era un razonamiento demasiado frágil. Cuando uno es estudiante secundario todas las personas que superan los treinta años parecen flotar en una ancianidad yaga y distante. Entonces, si en 1978 esa mujer tenía cincuenta en lugar de setenta, la que acababa de cruzarme en el hall del hotel bien podía ser la de mi pesadilla.
Algo muy dentro de mí me instaba a correr a mi habitación, hablar con Lorena, hacer las valijas y escapar de ese sitio. Lorena tendría que entenderme: varias veces, durante esa etapa del noviazgo en la que uno está dispuesto a contar su vida entera, le había hablado sobre esa mujer y sobre el efecto bestial que había ejercido sobre mi vida en la escuela secundaria. Tal vez mi esposa pusiese reparos a la huida. Seguramente iba a decir que yo soy un exagerado, un sentimental, un chiquitín, todas esas cosas que dice cuando mis impulsos la contrarían. Pero ahí sentado, con la respiración todavía entrecortada por la impresión y el disgusto, no me preocupaban demasiado sus posibles reproches mientras aceptase, aun a regañadientes, levantar campamento y volver a Buenos Aires de inmediato.
No obstante, si quería contar con un mínimo de argumentos para la tempestad doméstica que estaba dispuesto a desatar, tenia que aseguraren de que esa mujer que acababa de cruzarme en el hotel era quien yo creía qué era. A regañadientes tuve entonces que incorporarme y atravesar el parque hacia el edificio principal del que prácticamente había escapado un rato antes. La mujer que me había espantado iba hacia el bar, de modo que hacia allí dirigí mis pasos con una piedra en la garganta. El lugar resultó estar casi desierto, cosa esperable en esa mañana radiante. Muy pocas mesas estaban ocupadas. En un rincón, cerca del ventanal y de espaldas a una de las mejores postales de las sierras, estaba sentada esa mujer, de espaldas a la entrada. Leía un libro y apoyaba la sien sobre la mano izquierda. Ocupé una mesa detrás de ella y pedí un café.
El primer indicio que me sacudió fue el perfume. Apenas me senté, me golpeó el mismo olor cítrico y penetrante que dejaba flotando en el aula, cuando recorría amenazante los pasillos entre los pupitres. El segundo signo fue el golpecito tenaz sobre la mesa. No veía sus manos pero no hacía falta. Me bastaba el toque regular, cronométrico, patibulario, que producía su lapicera fuente al toparse con la mesa. Cinco segundos. Cinco segundos exactos entre golpe y golpe, y entre medio apenas un silencio de tumbas.
Me ahogué en un sudor horrorizado y quieto. Bajé la cabeza, clavé los ojos en mi propia mesa y miré el reloj de soslayo con un subrepticio movimiento de mi muñeca izquierda. Cuando tomé conciencia de mis gestos me sentí un imbécil, porque aunque era un terrible grandulón de casi cuarenta años acababa de adoptar la actitud corporal de los quince, la de 1978, la de tercer año del Nacional de Morón, la del cuarto banco de la fila de la ventana, la de las dos primeras horas de los jueves, la de la clase de geografía, la de la tortura interminable de la profesora Hilda Cerutti de González. Era su perfume y era la nuca recta con el pelo corto y era el toc toc de su lapicera Parker azul sobre la mesa de un hotel de la sierra, y era tan extraño volver a encontrarla allí luego de veinte años que hubiese sido para reírse a carcajadas si no fuera que en realidad me daban unas ganas de llorar que me moría.
Hilda Cerutti de González y el pantano terrorífico de sus clases eran el compendio angustioso de todo mi horror de aquellos años de silencio y obediencia y desesperación. Encontrarla allí era como volver a esos días de amargura. Desde que uno entraba al Nacional en primer año le llovían las historias sobre esa mujer endemoniada. El espíritu se iba macerando en las anécdotas feroces de sus crueldades, de sus desplantes de hielo, de sus ataques de ira, de sus arbitrariedades impredecibles. Como ese engendro nos esperaba en tercero, teníamos dos años enteros para escuchar sobre ella y espantarnos, empequeñecernos y desear nacer de nuevo en otro universo que no la contuviera.
Cuando el primer jueves de marzo de 1978 Hilda Cerutti de González ingresó lentamente en el aula y se paró junto al escritorio y nos miró con las piedras grises y heladas de sus ojos y movió levemente la cabeza hacia los lados abarcándonos en una panorámica acongojante y sus labios se torcieron en una mínima mueca de desprecio y suspiró profundamente y se dio vuelta y anotó en el pizarrón con su hermosa letra cursiva las veintidós letras de su nombre completo como una sentencia irrevocable, entendimos que todo lo que nos habían dicho y anticipado era cierto y que en el fondo se habían quedado cortos.
Hilda Cerutti de González era una mujer cruel, despótica e inconformable, y en aquellos años esas características la volvían poco menos que la profesora perfecta; así nos lo hacían notar el rector y sus alcahuetes en cada oportunidad en que se presentaba la ocasión de alabarla. Durante sus clases estaban prohibidas las preguntas. Ni qué hablar de pedir permiso para ir al baño o de cuchichear con un compañero. Dictaba y escribíamos, hablaba y callábamos, gozaba y sufríamos. Años después y por casualidad me cayó en las manos un libro de geografía americana, amarillento y viejo, muy breve, editado en Chile. Al hojearlo descubrí, con cierta sorpresa, que podía anticipar renglón por renglón su contenido. Él autor era un tal Bustamante y estaba impreso en 1942, y si podía adelantarme a cada oración era sencillamente porque para aprobar geografía de tercero con Hilda Cerutti de González tuve que aprender a recitar de memoria desde el primero al último renglón de mi carpeta. Descubrí así en mi madurez que mi carpeta no era sino la versión manuscrita de ese librito. Aquella mujer no sólo era cruel sino además una ignorante que recitaba a su vez de memoria los párrafos de un antiguo librejo olvidado y suficientemente ignoto como para que nadie advirtiese la maniobra y el plagio. No me atrevo a decir que eso volvía estúpida su crueldad, porque supongo que cualquier crueldad es estúpida. Pero al menos diré que su ignorancia tornaba aún más estéril esa crueldad.
Siempre iniciaba sus clases tomando lección. Hacía las preguntas en voz baja, casi en un murmullo, y jamás las repetía. Nos concentrábamos en ese murmullo hasta casi sentir dolor en los oídos. Odiábamos al compañero que hiciera crujir el pupitre o que tosiese o se sonase la nariz mientras nos tocaba el turno, porque si osábamos preguntar "¿Qué?" o "¿Cómo?" la bruja aquella consideraba que nuestra distracción merecía un 1 inapelable. Cuando mencionaba nuestro apellido debíamos ponernos de pie y responder sin demora. Si nos salíamos una palabra del dictado previo estábamos perdidos. Sin alzar la voz decía otro apellido y el aludido debía a su vez pararse y continuar en el exacto punto de la equivocación del anterior. A los que erraban ni siquiera les ordenaba sentarse. Era la única decisión que dejaba en nuestras manos: podíamos tomar asiento enseguida o podíamos seguir de pie un rato. A ella le daba igual porque el aplazo ya estaba sellado en su libreta y estábamos desahuciados sin dudas y sin apelación posible.
Cuando sonaba el timbre nos dedicaba la única sonrisa de la mañana, y aunque era una sonrisa hueca y extraña era posible que estuviese realmente contenta porque el recreo era su momento de gloria. Afirmaba el maletín negro en la mano derecha, levantaba el mentón, dejaba que su cara se llenase de una serena soberbia y salía al patio. Creo que era la profesora que más tardaba en llegar a la sala de profesores y la que primero salía hacia el aula al tocar de nuevo el timbre, pero no lo hacía por puntualidad sino para exhibirse ante la multitud de pibes. A su paso todos callábamos, nos quedábamos quietos, bajábamos los ojos y apenas salíamos de su campo visual nos librábamos de la angustia que nos había dejado su presencia fugaz comentando con el compañero más próximo la última de sus fechorías. Y ella, estoy seguro, se derretía de placer en esos murmullos que nutrían y engordaban su leyenda. Nadie se atrevía a ensayar ni la mínima burla o morisqueta a sus espaldas, porque era sabido que tenía ojos en la nuca. Dos ilusos lo habían intentado, uno en 1969 y otro en 1976, y los había hecho expulsar sin más trámite. Después de rendirla siete u ocho veces pude aprobar geografía de tercero y egresar del secundario. Nunca volví a verla, hasta esa mañana desolada veinte años después; y ahora la tenía adelante, más vieja, algo más canosa, un poco más flaca, pero igual de opresiva que entonces.
Traté de pensar. Era ridículo hablar con Lorena, hacer la valija y escapar del hotel, pero en mi desesperación se me ocurría que era una alternativa excelente. También podía ahogarla en la pileta de natación, asfixiarla en su pieza o precipitarla al vacío por un barranco, pero soy un tipo pacífico y el carácter no me da para semejantes cosas.
Pagué el café y me puse de pie, empujando un poco hacia atrás la silla de madera. Él crujido me perdió. Haciendo uso de sus antiguos ojos en la nuca, Hilda Cerutti de González se dio vuelta y me clavó las piedras frías y grises y filosas de sus ojos. Le sostuve la mirada, no por osadía sino por la sorpresa de verla vuelta hacia mí. Pero no estaba preparado para lo que ocurrió después, porque casi en un susurro, con sus palabras cortas y su voz un poco chillona me estampó:
-¿Así que usted es de la zona de Morón? Yo también. Mire qué casualidad encontrar a alguien de allí en un lugar tan lejano como éste.
Sentí que las piernas me tambaleaban. ¿Encima de todo era adivina? ¿Cómo había sabido semejante cosa con sólo mirarme? Al momento entendí: yo llevaba puesta una camiseta blanca y roja del Deportivo Morón, con escudo del gallito y todo. A mí el fútbol me interesa poco y nada, pero mi hijo es todo un fanático y me la regaló para Navidad, y yo la había traído cándidamente a ochocientos kilómetros de mi hogar sólo para que esa bruja pudiera identificarme. Le respondí atropelladamente que sí, que había nacido y crecido en Morón. Apenas concluí deseé haberme mordido la lengua.
-¿Y en qué colegio hizo usted el secundario?
Guardé silencio. Era la oportunidad de mentir y librarme de ella. Al fin y al cabo no era tan grave. Había sido una conversación de medio minuto. Podía salir al sol. Podía caminar hasta el arroyo. Podía aflojarme nadando un buen rato en la pileta. En algún momento me libraría de su perfume penetrante y de los alfileres de sus ojos grises. Era la decisión más simple. Pero a veces la simpleza no me satisface. Casi desconociéndome respondí lentamente que era egresado del Nacional. La vieja acreció su interés. Soltó la lapicera y me hizo un gesto para que la acompañara en la mesa. Era mi última oportunidad para huir, pero se me cruzaron por la cabeza dos o tres de sus crueldades más sórdidas, y las caras de mis mejores amigos de entonces, y rechacé la tentación. Le estreché la mano, le dije mi nombre y me senté frente a ella.
No habló enseguida. Se tomó un minuto para verme y tratar de ubicarme. Repitió mi nombre buscando una clave que le permitiera encasillarme. Me entristeció un poco que no lo lograra. Así, en ese olvido, era como si la humillación y la angustia y el terror que esa mujer me había provocado en la adolescencia tuviesen todavía menos sentido, porque ni siquiera había sido algo personal, algo propio, algo mío. No me lo había hecho a mí; simplemente era uno más en un hormiguero de rostros iguales y anodinos, y si ahora me había invitado a sentarme era seguramente para escuchar de mis labios el recuerdo del terror y de la desesperación y disfrutar por un momento de su antigua y bien ganada fama de hija de puta.
Sonrió apenas con un costado de la boca, ladeó apenas la cabeza y se presentó:
-Bueno, le cuento que yo soy Hilda Cerutti de González.
No dijo más. Yo sentí que sólo faltaba el sonido de la tiza contra el pizarrón dibujando las veintidós letras de su nombre. No dijo más y se limitó a esperar mi reacción. Era evidente que la soberbia no la había abandonado. No dijo que había sido profesora, ni cuál era la materia ni el curso en el que había dictado sus clases. Sabía que no hacía falta y que su tenebrosa celebridad podía prescindir de las aclaraciones a las que se ve obligada la mayoría de los mortales.
Yo soy de esas personas que suelen lamentarse de las contestaciones que dan y de las reacciones que tienen. Cuando discuto con alguien, cuando alguna persona me trata con descortesía, cuando alguno se pasa de piola y se me adelanta o se burla de mí, suelo ser tímido, corto, torpe, y nunca elijo las respuestas adecuadas. Por supuesto que después me arrepiento de mi estupidez y se me suelen ocurrir respuestas ingeniosas capaces de desarmar a mis rivales. Pero es tarde. Nunca se me ocurren en el momento oportuno. Lo raro de aquel encuentro fue que el modo en que actué fue tan espontáneo como siempre, pero mucho menos torpe que de costumbre, como si de pronto hubiese aprendido cómo tratarla. Cuando la mujer calló y se dedicó a esperar mi reacción sostuve su mirada, sonreí también imitando su mueca y me limité a preguntarle:
-¿Perdón?
La vieja tuvo un ligerísimo sobresalto pero se compuso. Ya no sonreía cuando repitió:
-Hilda Cerutti de González.
Entrecerré los ojos. Sonreí más francamente y moví ligeramente la cabeza hacia adelante, como invitándola a que se soltase y hablara con comodidad. Pero permanecí majestuosamente callado. La dama empezaba a parecer impaciente. Disparó una frase breve y cortante, como si no estuviese del todo dispuesta a transigir con mi imbecilidad:
-La profesora de geografía de tercer año.
-Ah... -fue toda mi respuesta.
Me mordí brevemente el labio, con los ojos todavía semicerrados, mientras seguía observándola, corno haciendo un esfuerzo por recordarla. Mantuve mi sonrisa leve, un poco porque convenía a mi papel de hacerme el otario y otro poco porque verla incómoda era una sensación nueva y agradable. Cuando habló sus ojos parecían más fríos que nunca y sus labios se habían puesto rígidos en su característica mueca de disgusto:
-¿En qué época estudió usted en el Nacional?
-Del ‘76 al ’80, ¿por?
-Bueno -la mujer vaciló-, porque en esos años yo dictaba clases en todos los terceros…
-Comprendo, comprendo.
No dije más, porque el silencio que siguió era embarazoso y a mí me encantaba que resultara así. Al verla tan tensa me envalentoné y seguí:
-¡Qué raro! ¿No? Porque con mis compañeros nos reunimos todos los años -mentí-. Y casualmente hicimos una cena para las Fiestas -seguí mintiendo- y nos pusimos, naturalmente, a recordar anécdotas del colegio, usted sabe: chiquilinadas, líos, personajes de entonces -culminé mi fábula.
-Claro, claro, por supuesto -aunque trataba de que no se le notara, la vieja estaba ansiosa por conocer su papel en esos recuerdos.
-Siempre somos los mismos, ¿sabe? Unos veinte. No creo que usted recuerde los apellidos. Siempre van Arispe, Butelman, Zelaya, Rincón y algunos más.
-Sí, sí, claro que los recuerdo.
"Seguro que te los acordás, vieja turra", pensé para mis adentros. Había elegido los apellidos de los tipos más destacados del curso, o por capaces o por alcahuetes, pero esos apellidos célebres que todos los docentes recuerdan por años, como para dar verosimilitud al engatusamiento. Me reí tímidamente, con la mirada perdida en el ventanal, como quien recuerda algo muy gracioso.
-Tantos recuerdos, tanta gente. Debo, confesarle que a unos cuantos profesores les sacamos el cuero. Se imagina, ¿no?
La vieja pareció recuperar algo de aquella gallardía sanguinaria con la que recorría el patio durante el recreo, mientras cosechaba murmullos y pánico. Pero yo la tenía en un puño y no estaba dispuesto a soltarla. Hablé de todos los profesores que pude. Mencioné a los viejos venerables y a algunos jovencitos y Jovencitas a los que metódicamente hicimos la vida imposible. Evoqué a unos por su sabiduría, a otros por su rigidez o por su mal carácter. A medida que hablaba sentía una sensación extraña. Me sorprendió notar con cuánto detalle los recordaba a todos, con sus nombres y sus rasgos y sus cosas. Era como si, una vez levantada la lápida de aquella anciana odiosa, los otros recuerdos de mi secundario lograran salir en libertad ufanos y simples. Para terminar hablé de Aguirre, el de literatura, que era un maestro en todo el sentido de la palabra, y la emoción que me asomó a los ojos fue tan sincera que estuve a punto de rematar su evocación con un "exigente, sabio y amistoso, y no un hijo de tal por cual como usted", pero me contuve a tiempo.
Cuando callé la vieja tardó en hablar. Al fin lo hizo, y su voz era mucho más opaca que al comienzo.
-Veo que tiene grandes recuerdos del colegio, muchacho.
-Sí, sí, señora, muchos recuerdos... -y como si me hubiese percatado de una grosería me apresuré a agregar-, aunque ahora que lo pienso, creo que recuerdo que usted fue nuestra profesora... -puse cara de estar esforzándome en el recuerdo-: En primero y segundo tuvimos a Tolosa, en cuarto a Nicotra... ¡Claro! Sí, señora, cómo no, ahora me acuerdo de usted, por supuesto, Hilda Cherriti de González, seguro...
-Cerutti. Cerutti, no Cherreti -aunque la vieja me corrigió sonriendo era evidente que hubiera preferido acogotarme.
-Cerutti, perdón, por supuesto.
Miré el reloj pero ahora lo hice ostensiblemente, con ambos brazos apoyados sobre el pupitre, digo, sobre la mesa del bar. Si hubiese estado menos eufórico habría notado que era el mismo reloj -regalo de mi abuela- que intentaba espiar durante el tormento sin fin de las clases de la vieja, pero en ese momento sublime no me detuve a considerar el aspecto simbólico del gesto.
-¡Qué hora se ha hecho, señora! -A propósito no la había llamado “profesora” en toda la conversación. Me incorporé y le tendí la mano. Cuando estreché la suya la noté fría y húmeda de transpiración.
Salí. Caminé por el parque rodeando el edificio. La divisé a través del ventanal que se abría sobre el paisaje de la sierra. Ella había vuelto a abrir el libro, pero tenía los ojos fijos en la mesa del costado. Ya no marcaba ningún punteo con la lapicera, que descansaba junto a su mano, y tenía una expresión terriblemente sombría y cansada. Parecía más pequeña y más vieja que una hora atrás. Estoy seguro de que el mozo, que se acercó a cobrarle en aquel momento, no habrá sentido ninguna fragancia cítrica y penetrante.
Me di vuelta, caminé hasta el arroyo, me senté en una piedra grande, hundí los pies en el agua clara y sonreí, porque me acordé de mi abuela diciéndome que para algunos malparidos no hay mejor castigo que el olvido.