
Hay mucha gente que no quiere a Maradona. Y está en su derecho.
Algunos no lo quieren porque jugó en Boca y, para colmo, es hincha de Boca.
Otros no lo quieren por el primer gol a los ingleses en 1986, hecho con la mano.
Otros no lo quieren por el segundo gol a los ingleses, hecho con el pie.
Hay quienes no lo quieren porque no reconoció a un hijo que tuvo en Italia.
También hay quienes no lo quieren porque no podía salir de la droga.
Muchos son los que no lo quieren porque Maradona habla mucho y se pelea con todos. Desde el Papa hasta Guillermo Cóppola, desde Joao Havelange hasta Ramón Díaz.
Y muchos no lo van a querer nunca.
Aunque no haga goles con la mano. Aunque lo más fuerte que tome sea una Coca Zero. Aunque bese la camiseta de River. Aunque abrace al Papa dé la mano de su hijo italiano.
Pero hay muchos otros que no habitamos la tribuna de los que esperan pacientemente que Maradona se equivoque. Que yerre un penal decisivo. O que se ponga gordo de nuevo. O que lo internen por excesos de lo que sea.
También somos muchos los que queremos que a Maradona le salga todo bien. Que gane todos los partidos de showball o de papi fútbol. Que cuando haga de conductor televisivo, tenga el más alto ranking. Que se le sigan ocurriendo frases ingeniosas y giros inesperados. Que cuente mil veces más la anécdota del bidón de agua en el partido contra Brasil. Que explique otra vez, en una sobremesa, con tenedores y pancitos, cómo fue el famoso gol a Inglaterra y cómo fue que le hizo caso a su hermano y esta vez eludió al arquero.
Con todo, no estamos seguros que Maradona sea el mejor DT al que pueda aspirar la selección nacional en estos momentos. No tenemos certeza de que el amor a la camiseta y el estímulo del honor nacional alcance siempre para salir airosos si no se los mezcla -cuando haga falta- con técnica, equilibrio emocional, frialdad temperamental.
Parece que también quienes tomaron la decisión de nombrarlo como técnico fueron asaltados por la duda. Por eso le pusieron una estricta marca personal encabezada por Carlos Bilardo. Pero, ya sabemos: Maradona es muy difícil de marcar. Siempre se corta solo hacia el espacio inesperado.
Por las dudas, preparémonos por si las cosas no salieran bien.
En primer lugar, podremos echarle la culpa a los árbitros.
O a los jugadores.
Diremos que no han sabido interpretar a Maradona.
O que malograron goles increíbles.
O que los otros tuvieron mucha suerte.
Como sea, la Selección ya tiene nuevo técnico. Ahora hay que ganar y ganar. Que no se nos escape la tortuga. Que no tengamos que decir, prematuramente, “siamo fuori”. Que Messi hable menos y juegue más. Que a Tévez no lo echen en todos los partidos. Que Riquelme tenga más ritmo.
En definitiva, que Maradona acierte.
Pero vivimos en la Argentina y acá tenemos cierta inclinación a alimentarnos de la gloria pasada, como quien invoca espíritus benéficos en momentos difíciles. Nuestros abuelos son italianos del sur, no alemanes. Acá se piensa con el corazón y no se admiten las estadísticas. Que Maradona no haya sido jamás un DT exitoso, es apenas un detalle.
¿O acaso no contrataríamos a Gardel para que enseñe a los pibes a cantar tango?
Claro que los alumnos, aunque sean aplicados y muy esforzados, podrían desafinar.
Pero siempre la culpa será de ellos.
Nunca de Gardel.
Y menos aún de Maradona.
Gonzalo Neidal. Diario La Mañana de Córdoba.
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