domingo, 30 de noviembre de 2008

Señor orquesta.


"¿Profeta, yo? ¡No!: soy un laburante como cualquiera, ni más ni menos (...). Soy un poroto, un tornillo de la máquina tanguera (...)". Osvaldo Pugliese.


Se conmemora el día 2 del último mes del año, un nuevo cumpleaños de un señor virtuoso. El hombre nació en Villa Crespo, y amó a Buenos Aires sobre todas las cosas. A pesar de que su padre lo mandó a estudiar violín, después probó flauta, finalmente se enamoró del piano y así se transformó en la extensión de sus manos.
Debutó a los 15 en un bar de mala muerte. Claro, después de unos años se le animó a la tele, luego al cine, la radio hasta se dio el gusto de tocar con su orquesta, en el mismísimo Teatro Colón.

En el año 1960 dio una espectacular gira por la Unión Soviética y China, demostrando que ni el Tango ni su talento tenían fronteras. Por eso años hasta llegó a Japón. Pensar que en este último tiempo se lo nombra al tango, como figura emblemática de exportación, en aquellos países donde Don Osvaldo se dio una vueltita para desparramar su talento hace 50 años.

Pero no era tan sólo un gran pianista, también era un ciudadano comprometido con la sociedad. Ya que impulsó el Sindicato Argentino de Músicos del que fue el afiliado número 5. Inició, entonces, una lucha "... donde el trabajo sea una dignidad personal y no un castigo".

En 1936 se afilió al joven Partido Comunista Argentino. Esto y sus ideas provocaron que fuera perseguido, censurado y encarcelado durante el gobierno de Juan Domingo Perón y luego durante el gobierno de facto conocido como la autodenominada Revolución Libertadora. Pero durante el tiempo que duraron sus penurias, su orquesta no dejó de tocar, aunque huérfana de su director.

Pugliese, nunca claudicó, y siguió con su música adelante, formando, además tantos músicos... Así protestó Don Osvaldo contra las injusticias del mundo, según sus convicciones, y no necesitó incendiar palcos, ni destruir instrumentos, ni saltar a lo largo de un escenario para enervar multitudes...y "enfrentar el sistema"...Su única arma fue su piano, y la evolución del tango...

En los documentales que orillan los canales de aire, por esta fecha; se les pregunta a sus amigos por cómo fue él, siempre contestan que fue “un vivo”. En las partidas de truco todo era mentira. Osvaldo era audaz, podía tener veintiuno que le cantaba falta envido igual.

Para el final termino con las palabras del redactor de La Maga, Eduardo Rafael. Así contaba en la revista, cómo había sido la visión de Pugliese con respecto a la muerte.


"Una nochecita se las tomó. Dijo: 'Muchachos, yo llegué hasta aquí, ahora sigan ustedes. Alguna vez lo había anunciado. La cosa tenía que ser así, y fue... No hubo drama. Fue un pasaje su vida, nada más. Recién estaba por cumplir los 90 años. La juventud se le escapaba por la yema de los dedos que todos los días se empecinaba en ejercitar sobre las teclas del piano para que los chicos de la orquesta no lo sorprendieran con los 'dátiles' duros. Se fue empilchado como para una milonga. Encanutado en el traje gris con el clavel en el ojal. Flaco y miope como siempre".

martes, 25 de noviembre de 2008

Costumbres peligrosas.


Vivir en el peligro obliga a naturalizarlo y por lo tanto deja de parecer peligroso.

Eso lo aprendí de chico en la segunda vuelta al tren fantasma del viejo parque Las Heras. Los monstruos estaban oxidados y los agujeros de luz descubrían el truco.

¿Qué es más peligroso para un chico que no trabaja, ni estudia, ni tiene familia que le transmita valores ni sociedad que le ofrezca salida? ¿Vivir o robar?

¿Cuánto peligro entraña el hecho de no saber qué ocurrirá el día en que me jubile con ese dinero que hoy manosea el Estado y ayer los privados, si mi madre, mi padre, mi abuelo, mis tíos tienen jubilaciones indignas del esfuerzo que realizaron en su vida?

¿Es peligroso no tener instituciones fiables, división de poderes, ser gobernados por autócratas o desengañados por oposiciones expertas en oponerse? Todos dicen que es suicida pero en cada elección resucita el molde reencarnado en el argentino de turno.

¿A quién asusta el título catástrofe cotidiano, las opiniones dominicales del apocalipsis, la caja de pandora de la corrupción, el pronóstico de tsunami financiero, el fantasma del default, la realidad del desempleo, el manotazo a los ahorros, las profecías de Lilita, o la suba del riesgo país?

¿Asustan en serio? A todos un poco,….a pocos lo suficiente.

Ayer leí: “Los pobres no tienen miedo a la crisis porque no tienen experiencia en no tenerla. Ese es su estado natural y están vacunados. A los que más miedo les tienen es a los ricos en crisis”.

Esto no lo leí pero lo escuché: “La crisis afecta los planes de la clase media. Habrá que esperar para cambiar el auto. Brasil está muy caro y la Costa también. Habrá menos adornos en el árbol de Navidad y más Fresita que Chandón”.

La gran lección es que la vida sigue a pesar de todo y que cuando los argentinos dormimos el país crece de noche como la soja y el trigo con la fotosíntesis. El amanecer nos devuelve naturalmente salvajes y al acecho.

¿Es posible recuperar el temor a vivir en el peligro continuo?¿Qué sea excepción y no regla?

Creo que es posible en la medida en que asumamos que ese “otro” que camina las mismas calles dentro del mismo territorio no es necesariamente un caníbal dispuesto a degollarnos.

Ese otro padece el mismo mal anestésico de no advertir el peligro de conjunto que tiene equivalencia para todos, tanto si viaja en 4X4, modesto usado, bicicleta o tren cartonero.

A ese otro no hay que asestarle veneno demagógico, monólogo salvador, predicciones derrotistas, amenazas del Código Penal o injurias de colección.

Hay que aprender o recuperar la conversación, el tono adecuado, el don de escuchar “al otro” sin el argentinismo de las verdades propias o los derechos absolutos que jamás reconocen deberes previos.

Crear de a poco un tono distinto de “conversación nacional” irá reemplazando los debates falsos sobre las cosas comunes que el poder no atiende.

Hablar y escuchar bajo reglas comunes parece poco para una empresa semejante. Escaso requisito para abandonar la seducción del peligro.
Pero cualquiera sabe que la palabra adecuada en el momento justo es terapéutica.

Piense en la imagen del niño temeroso de la oscuridad que necesita un cuento leído al pie de la cama. Tan simple como eso.

A veces creo que somos niños pidiendo a gritos que alguien nos escuche, huyendo siempre del peligro, habitando en el sin poder entenderlo ni conversarlo.

Niños viejos que siempre piden padres protectores que hagan el trabajo por ellos.

Por Pablo Rossi. Cadena 3.com

sábado, 22 de noviembre de 2008

No me gustan los lunes.


“No me gustan los lunes. Sólo lo hice para animarme el día. No tengo ninguna razón más, sólo fue por divertirme. Me gustan el rojo y el azul de las chaquetas de los alumnos. […] vi a los niños como patos que andaban por una charca y un rebaño de vacas rodeándolos. Eran blancos fáciles.”

El lunes 29 de enero de 1979, la niña Brenda Ann Spencer estrenó un rifle semiautomático que su padre le regaló por navidad disparando a los alumnos de su escuela situada al otro lado de la calle. Seis horas, dos muertos y nueve heridos; la joven Brenda, mientras bajaba por las escalinatas del colegio esposada, se vió acechada por los periodistas que le preguntaban “Dime por que lo hiciste? ” una y otra vez, pero la joven no se inmutó, luego de unos minutos fue trasladada por la policía y una vez en el destacamento, rechinó en sus oídos la nueva y vieja pregunta: “Dime por qué lo hiciste? ” para argumentar sus motivaciones y calmar a los uniformados contestó: “¡ Porque no me gustan los lunes!”.
El grupo británico, Boomtown Rats, sacó la canción en julio de 1979. Bob Geldorf escribió el tema después de leer en un periódico que una chica de 16 años, Brenda Ann Spencer, había disparado desde su casa contra los niños que jugaban en el patio de la escuela frente a su casa de San Diego, en California, crímenes por los que todavía cumple condena. La chica mató, con un rifle que le había regalado su padre por Navidad, a dos adultos e hirió a 8 niños y un policía. Cuando le preguntaron porqué lo había hecho, Spencer contestó: “no me gustan los lunes” (I don’t like Mondays) y así nació la canción.
Para esa navidad del 78 había pedido a su familia una radio como presente navideño pero su padre, acreditando su indolencia, le regaló un fastuoso rifle semiautomático del calibre 22.
Ah, el tema llegó a los primeros puestos de las listas inglesas en Julio de 1979.
P.D.: en el apartado "Mirá lo que te digo" podés ver el video.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La pierna izquierda de Maradona.


Ya sé que se trata del fútbol.
Ya sé que el fútbol tiene sus propias reglas.
Ya sé que no hay que mezclar el fútbol con las cuestiones institucionales.
Todo eso ya lo sé.


Pero es que no me gustó que Diego Maradona fuera el nuevo técnico de la selección.
Por eso rechiné los dientes y dije que no con la cabeza.
Por eso voté que no lo quería en la encuesta de Clarín.com
Por eso opiné públicamente que hubiera preferido a otros técnicos.
A Russo, a Simeone, a Bianchi, a técnicos más ordenados, menos caóticos.


Pero el domingo a la mañana estuve mirando un documental sobre la vida de Maradona.
Los goles, las polémicas, la mano de Dios, la efedrina, la pelota jamás manchada.
El amor incondicional de los hinchas por Maradona.
De los argentinos, de los catalanes, de los napolitanos. El amor de todos.
Y entonces me pregunté.


¿Por qué no darle otra oportunidad a Maradona?
¿O acaso no le hemos dado segundas oportunidades a tantos otros?
Perón tuvo su segunda oportunidad. La tuvo Domingo Cavallo. La tiene Charly García.
Ya sé: esto es fútbol. Y el fútbol, se sabe, es apenas un deporte emocional.


Pero insisto, ¿por qué no darle otra oportunidad a Maradona?
Es que tal vez Maradona haya dejado de ser la pierna izquierda del país adolescente.
Tal vez Maradona también haya madurado.
Tal vez ya no necesite hacer goles con la mano ni pelearse con el Papa.


Será tal vez porque nos hizo tan felices con el fútbol.
Será por eso que queremos darle otra oportunidad.
Será que los argentinos nos parecemos más a Maradona que a los Russos o a los Bianchis.
Será por eso que el país adolescente va con Diego.
Hasta la victoria siempre.
O hasta que nos corten las piernas.

Hasta entonces.
Fernando Gonzalez. Clarin.com

sábado, 1 de noviembre de 2008

Maradona


MARADONA (Por Eduardo Galeano)

Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares.
Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó.
Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable.
Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean.
Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero.
Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio.
Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga.
Enviado por Gustavo Castro. Santa Fe Capital.

El día que murió Diego.


“¡No TN no, hijos de puta no rompan los huevos con Diegote, jodan con los del campo pero no con el Diego!”. Esas palabras sonaban a alto volumen cuando ingresaba al bar de un amigo. Y el “qué pasó” se entrecortó en mi boca cuando miré el televisor y Todo Noticias titulaba: SE HABRÍA MATADO DIEGO, mientras pasaban imágenes de Maradona jugando contra Nigeria en el Mundial de Estados Unidos 94.

Claudio, mi amigo, seguía insultando a los periodistas de TN, dos parroquianos que tomaban energizantes con naranja no salían de su asombro y comentaban estupideces sin elevar demasiado la voz y yo, todavía sin tener noción de la noticia, quedé paralizado, apuntando mi mirada hacia el televisor. Y desde esa pantalla plana, una flaquita con voz aguda no paraba de decir que “el ex futbolista se habría suicidado”.

“Cambiá, por favor cambiá de canal, no puede ser, se hacen los serios pero son muy amarillistas estos tipos”, le grité a Claudio mientras comenzaba a tomar dimensión de la noticia. Y Crónica TV, como siempre, tenía la información antes que nadie y afirmaba con letras negras y fondo celeste y blanco: “DIOS SE MATÓ”. Y como si eso fuese poco, decenas de goles y jugadas majestuosas comenzaban a aparecer en la pantalla. La peor de las noticias estaba confirmada, ya no había ilusión en pie, la leyenda empezaba a tomar medidas inigualables, la figura del máximo jugador de la historia del fútbol tan sólo era comparable con los Beatles o Cristo, no había medio del mundo que no lo tuviese como noticia principal. Dejaba de ser “el Diego de la gente” para pasar a ser “Diego, el inmortal”.

Tal como siempre lo imaginé y charlamos entre amigos y colegas periodistas, Crónica tenía preparado un informe para la muerte de Diego. “Viste, como decimos siempre, estos tipos ya lo habían hecho. Mirá, mirá como tenían toda la historia contada, sólo le va a faltar la fecha de la muerte, pero tenían todo armado. Lo mismo hicieron cuando murió Fidel”, aseguraba Claudio mientras yo lloraba como un nene mirando aquellos goles de Boca en el 81. El país ya no habló más de la candidatura presidencial de Marcelo Tinelli, menos aún de las nuevas privatizaciones que proponía el presidente Macri para su último año al frente del gobierno nacional.

Y las calles se adormecieron, ya nadie las transitaba, a los diez o quince minutos de conocerse la noticia que sacudió al mundo todo un país se hizo llanto y los que no lloraron, al menos tuvieron el respeto de no comentar “giladas”, como siempre decía el Diego ante palabras fuera de lugar. Entre lágrimas recuerdo que salí para la casa de mi vieja, abrí la puerta y ahí estaba ella, desconsolada en la cocina preguntando una y otra vez por qué. Me abrazo fuerte y ella que lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo me dijo: “Nunca te olvides que en la adolescencia te hizo muy feliz”. Me habló como si se hubiese muerto un familiar, un tío muy querido o alguien muy respetado por la familia. Y era él, el jugador de fútbol, el que realmente me hizo gritar hasta quedar sin voz en el 86, porque yo sí creía que contra los ingleses nos jugábamos las islas. Tenía 12 años y mi recuerdo de Malvinas estaba muy fresco. Tenía 12 años y por mis poros salían gotas de fútbol. Tenía 12 años y mi cabeza tenía gajos de cuero. Tenía 12 años y la cancha era mi templo. Tenía 12 años y ya sabía que como Maradona nunca más iba a ver otro igual. Tenía 12 años y un sueño inamovible: ser futbolista. Tenía 12 años y un corazón como una número cinco. Tenía 12 años y un padre que me decía “vos no lo viste jugar a Pelé”. Tenía 12 años y un padre que me dijo cuando terminó el partido contra Inglaterra: “Maradona es bueno bueno, capaz que sea como Pelé nomás”. Tenía 12 años y lloré de emoción por primera vez en mi vida. Tenía 12 años y como me gustaría volver a tenerlos.

Desplomado en el piso y a moco tendido, escucho que un policía de la Federal decía: “Maradona se tiró del piso 10 y murió de inmediato”. Y los irrespetuosos periodistas, sedientos de sangre, atacaron a preguntas y el bigotudo respondía: “nos avisó una vecina, que es la dueña de la casa donde cayó Maradona”. “No sé de quien era el departamento desde donde se arrojó”. “Sí, tiene muchísimas quebraduras y la parte izquierda de la cara desfigurada”. “Estamos investigando, hasta luego”, y el policía cruzó las vallas y se metió a la casa donde estaba el cuerpo de Diego. Ya había escuchado todo lo que nunca quise escuchar, la dejé a mi madre llorando frente al tele, caminé por el pasillo, subí al auto y me fui. Cuando llegué a la esquina de Llerena y General Paz no lo dudé ni un instante, doble hacia la izquierda por la avenida y salí a la búsqueda de mi amigo Nicolás. No había nada que hablar, sólo se tenía que subir, ponerle nafta al coche, tomar la autopista y viajar.

El peaje de Zárate fue la primera señal de un duelo histórico, hasta superior al de Evita. Los fieles de la Iglesia Maradoniana estaban celebrando una “misa” improvisada para los centenares de automovilistas que comenzaban a desfilar con destino al estadio de la AFA, en Ezeiza, donde serían velados los restos de Diego. Banderas, gorros, llantos y cantos eran parte de una parada forzosa que, con el correr de los minutos, se transformaría en un ritual sin calma para los fanáticos del eterno 10.

En el auto escuchábamos una y mil versiones del por qué decidió matarse, los motivos iban desde una recaída en el trigésimo cuarto tratamiento para salir de las drogas hasta el inminente debut de Diego Lionel Agüero Maradona con la camiseta de River Plate. Entre tantos rumores no faltó el que dijo “pudo haber sido por la depresión de no haber logrado como técnico el título del Mundial Egipto 2026”. El Nico, que lloraba cada tanto, afirmó esa teoría. “Nooo loco, que culpa tiene Diego de haber perdido la final por penales, además jugamos muy bien, que más podíamos hacer contra China, si no hay con que darle a esos tipos”.

La noticia sobre la muerte de Diego era el único tema de los medios, sólo faltaba que digan si el velatorio iba a ser abierto para todo el público y por suerte, a pocos kilómetros de llegar a Buenos Aires se confirmó la noticia: “los restos de Diego Maradona serán velados en el estadio olímpico de la AFA y luego de tres días serán enterrados en el medio del campo de juego”. A llorar otra vez, lo que acabábamos de escuchar era muy fuerte. Sólo con entrar al estadio de la AFA y saber que ahí descansa eternamente Diego, los jugadores tienen que dejar hasta lo que no tienen para ganar. “Imaginate que estás jugando con la bendición de Diego en las patas, imposible perder” me decía mi amigo mientras nos equivocábamos de carril en el cruce de Panamericana y General Paz.

¡Al fin llegamos! Una manera de decir, porque tuvimos que dejar el auto como a doce kilómetros del estadio. “Esto es como la vuelta de Perón en el 73”, tiró un pelado con muchos abriles en su haber. “Shhhhhh, toquese un huevo abuelo, acá no habrá quilombos” le gritó otro que casi pisaba los sesenta. Ya estábamos cerca, sólo había que avanzar muy lentamente hasta aproximarnos a los portones del sector oeste, por donde entraba el público en general. Cuando la noche se marchaba y los primeros guiños del sol asomaban sobre el estadio César Luis Menotti, llegó mi turno, la hora de la despedida. Con los ojos rojos como aquella camiseta de Argentinos que supo usar Diego en los comienzos, sentí dos manos cálidas sobre mis hombros y una voz que al oído que me decía: “Tonga, despertate”.

Me di vuelta, busqué el control remoto, prendí el televisor y ahí estaba Diego, hablando en Fox Sports de las patadas de los uruguayos y criticando a su estilo al árbitro del partido.

Al igual que la publicidad de Diegote con la camiseta de Brasil, mi una expresión fue: “¡ay caramba, que pesadelo!”.


Fue el lunes pasado, cerca de las diez de la mañana, cuando terminé de abrir los ojos y de darme cuenta que sólo se trató de una triste pesadilla.

Gastón Chansard. Santa Fe Capital.