jueves, 3 de diciembre de 2009

Mi vecino, el flaco.




El diario dice que a piscis y a acuario les toca en febreo el vinagre y las rosas. Vuelve un tipo desafinado, la tanguita de serpiente, el niño en bicicleta, el preso sin juez, el viejo verde, el tierno llorón, el que dibuja pescaditos; vuelven los sonetos en canción, el bufón, la adrenalina en camas separadas; vuelve el de la tapa de la Rolling Stone, la crítica de García, de Montero, los amigotes como Fito, Juan Carlos y el café de las descepciones. A punto de dejarnos por darle la razón, rebota y vuelve.

En fin... escuchando el disco estoy. Lo vuelvo a poner. Noto que pierdo solidez, que me licúo, que empiezo a soñar, con el peligro que entraña soñar… Parece como si fuera perdiendo años por los costados, los ojos me brillan y me entran ganas de hacer las cosas bien, de escribir la mejor columna del mundo. Creía que este flaco ya no volvería a solucionarme un atardecer y ahí lo tengo, cantándole al mate lavado y encerrándome en una tela de araña que me rodea y me atrapa, me libera de prevenciones y me convence de que debo jugarme la vida por mis cumpas y por esta fulanita de tal, con lo peligroso que es jugarse la vida o lo que sea por esta fulanita de tal, por un empeño, por una hoja en blanco. Es un regalo de cumpleaños que venga acá, transformado en un vecino más del sur; y que haya mosaicos asi capaces de hacerte sentir nuevo y valiente a base de música y poesía. Canta Sabina y yo lo sigo, y me emociono, y creo ser feliz mientras cuenta la historia de que tomó las armas a los 30 sin chaleco antibalas y ahora a los 60 no se preocupa por el talle de los pantalones. Me lleva Sabina de la mano, me mece y adormece. Luego me recarga energía y salgo del trance renovado. Sabina me vuelve rencoroso con el porvenir, que
avanza a paso de cangrejo
; pero me invita a pelearlo con un billete en la media.

viernes, 28 de agosto de 2009

El Gran Marcelo.


Admiro a Marcelo Bielsa. Todos lo admiramos. Más allá de que su paso por la selección nacional no fue del todo exitoso, fue un gran cambio. Incluso podemos experimentar un poquito de envidia ajena hacia el fútbol chileno que, hoy por hoy, atraviesa un momento feliz en plena armonía con el director técnico de los sueños.


¿No seremos un país adecuado para Marcelo Bielsa y Chile sí? Como dice su hermano, el poeta Rafael Bielsa. ¿En qué fallamos cuando tuvimos a Marcelo en nuestra selección y lo dejamos ir? ¿No le dimos todo el apoyo?



Sin duda, este presente es mucho peor si la comparamos con la etapa de Marcelo. Nuestra selección nacional está llena de estrellas, pero es incapaz de redondear una buena actuación.



No voy a tener nostalgias de Bielsa, pero al ver la tremenda repercusión mediática y popular que Marcelo genera en estos momentos en Chile y la gran revolución deportiva que realizó en el país trasandino en un período de tiempo relativamente corto, no puedo dejar de preguntarme: ¿En qué fallamos, por qué nos abandonaste a este negro presente y peor futuro? Parezco un novio despechado...



Todos sabemos. El fútbol chileno siempre fue de regular para abajo. Muchas veces acarició el desastre total. Es un fútbol muy inferior al argentino. Casi sin figuras, mas allá de Zamorano y Salas de a ratos, por rachas o épocas. Su época en River, por ejemplo.



Pese a este breve historial. En la actualidad, Chile es uno de los que le pelea un puesto para ir al Mundial a nuestra selección. Y sería una locura, hoy por hoy, siquiera soñar que podemos ganarle a Chile. (Esto demuestra que la dirigencia chilena está mucho mejor que la dirigencia del fútbol argentino).



El fútbol chileno ha entendido mucho mejor que nuestro fútbol, la filosofía de Bielsa. Filosofía que tiene su modo de ser en el trabajo constante, riguroso, contagioso y sobretodo superprofesional. Nada puede quedar librado al azar. Todo es motivo de estudio. Y este precioso modo de ser de Bielsa, ha sido mamado en los últimos tiempos por toda la cúpula del fútbol chileno, desde los dirigentes hasta los jugadores.



También es cierto que esta revolución deportiva de Bielsa pueda trasladarse a cualquier otro tipo de organización, sea de carácter político o empresarial. Yo también creo que Marcelo Bielsa podría ser presidente de Chile o tener por lo menos un alto cargo en algún Ministerio de Deportes.



Someterse al trabajo duro, al silencio escueto, a pensar cada día más en el compañero y no pensar tanto en creerse uno, sino "un uno parte de un grupo" parecen ser todas situaciones muy alejadas del Predio de Ezeiza.



Si hoy ronda el fantasma del fracaso en nuestra selección nacional, es más que nada porque siempre estuvo llena de camarillas, jefes y estrellas mas que de deportistas profesionales y humildes. El ego va siempre al volante del carro de la selección nacional.



Un día habría que analizar cuántos jugadores que pasaron por la selección en el último tiempo solo lo hicieron para cumplir y para que suba su cotización en el mundo del fútbol.



Este presente nos dice que se hicieron las cosas mal. Que poco y nada hemos aprendido de un técnico como Bielsa y hoy estamos pagando las consecuencias. Estrellatos, grandes nombres, figuras internacionales hemos impuesto en la selección por sobre el trabajo, la humildad, el buen sentimiento y el sacrificio deportivo y así nos va...



Me alegro que los chilenos hayan aprendido de nuestro error y hayan aprendido aún más de Marcelo Bielsa, un gran hombre que tiene mucho para dar. Ojalá lo tengan siempre, se lo merecen, por hacer bien las cosas. En cambio, nosotros, seguiremos en penitencia deportiva un buen tiempo.

Por Washington Cucurto

sábado, 25 de julio de 2009

Blues de Cris


Luis en el 76.

A punto de cumplir los 60, “el flaco” de Belgrano fue premiado con el máximo galardón de la industria discográfica local. Señor K también nació en el 50, pero "Luigi" llegó un mes antes.

Atado a mi destino…
El papá era aficionado al tango, también cantaba en boliches de mala muerte, y Spinetta desde niño fue inclinado a la música. A los 12 años participó de un concurso nacional de canto resultando seleccionado para realizar una gira aunque desistió de hacerla. Esa buena costumbre de elogiar la renuncia. En esa época comienza a tomar sus primeras, y únicas, lecciones de guitarra, ya que prontamente se transformaría en músico autodidacta.
En su camino instruido con apenas 23 años, ahí nos detenemos ahora; con su Pescado Rabioso a flor de piel nos muestra el blues rock como pocos. El cuarteto debuta con Desatormentándonos y ya en el 73 con su doble Pescado 2.

Al borde del camino volveré.
A principios de la década del setenta, Kirchner estudió Derecho en La Plata, recibiendo su diploma de abogado en 1976. En 1974, a las órdenes del director Héctor Olivera, actuó como extra en el exitoso largometraje "La Patagonia rebelde". En 1976, luego del inicio de la dictadura abandonó La Plata junto con su esposa, Cris Fernández para retornar a Río Gallegos para dedicarse a ejercer su profesión, alejándose así de la actividad política.

Hace exactamente un mes, como resultado de la derrota electoral, Kirchner renunció a la presidencia del Partido Justicialista.

Hoy, Spinetta con sus 43 años de trayectoria, escuchamos nuevamente su Blues de Cris y se nos purifica la razón.

Los dejo con su letra y más abajo encontrarán el video. Permiso.

Cansado de gritar por Cris,
mi mente está colgada como un árbol.
Cansado de luchar por mí,
atado a mi destino
al borde del camino volveré.

Y si la ves pasar y no habla,
es porque sabe que
atado a mi destino
sus ojos al final olvidaré.

Cansado de gritar por Cris,
mi mente está colgada como un árbol.
Cansado de luchar por mí,
atado a mi destino
al borde del camino volveré.

Y si la ves pasar y no habla,
es porque sabe que
atado a mi destino, sus ojos al final olvidaré.

Zumbando en mi caverna gris,
la voz de Cris me llega y no cesa.
Oh, zumbando en mi caverna gris,
atado a mi destino,
al borde del camino volveré.

domingo, 7 de junio de 2009

Pelotudo pluscuamperfecto.


Sueltame pasado.


...¿hay palabras, palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunos incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo.
El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada —no sé si está en el diccionario de dudas—, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas. Puede hacer referencia a algo que tiene pelotas que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza; está en la letra t. Analicémoslo —anoten las maestras—: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTUdo. Roberto Fontanarrosa.
El dirigente ruralista Alfredo De Angeli endureció su discurso contra el ex presidente Néstor Kirchner, y calificó al ex mandatario de "pelotudo" por acusar indirectamente al agro de generar un clima destituyente y de haber "cambiado los tanques por los tractores".
"Tengo que tratarlo de eso, de pelotudo; se quedó leyendo el diario de la década del '70", reaccionó el titular de la Sociedad Rural de Entre Ríos, en réplica de los nuevos cuestionamientos de Kirchner contra el agro.

Un acierto de naturaleza semántica-gramatical, tomada en el momento justo, se valió de ella para expresarse abiertamente, tuvo la libertad de seleccionar, de hurgar, de penetrar en el conglomerado léxico que se le presentó y cumplir así su función primordial de comunicación.
El presidente se siente perfecto. Un hombre de selección, para sentirse perfecto, necesita ser especialmente vanidoso, y de jactarse de ello, la creencia en su partido perfecto no está unida a él, no es ingenuo, sino que llega de su inmodestia, y aun para él mismo tiene un carácter ficticio, imaginario e inseguro; porque además sabe que puede perder. Pero el vanidoso necesita de los demás, y en este morbo que vive con el campo, entre otros eventuales adversarios; "cegado" por su vanidad, consigue el hombre sentirse de verdad perfecto. En cambio, al tipo de a pie, de nuestros días, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, maravillosa. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería posición anterior para descubrir su insuficiencia: compararse con otros seres. Compararse sería salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es incapaz de cambios.
Según Ortega y Gasset, tal vez el gallego más argentino que existió, nos encontramos con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza. Y agrega: no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás.
Hoy, en cambio, el hombre palmípedo tiene las "ideas" más taxativas, más concretas, más particulares, quizás más tangibles; sobre cuanto acontece y debe acontecer en el caos preelectoral en el cual está sumergido. Hablando en pretérito, HA PERDIDO el uso de la audición. ¿Para qué oír, si ya tiene en sus adentros todas las voces, cuanto falta? Ya no se permite una mínima ocasión para escuchar, sino, al contrario, la posee para juzgar, sentenciar y decidir. No hay tema de vida pública donde no intervenga, ciego y sordo como es, imponiendo sus "opiniones".
He aquí la principal característica, radiografía en mano, del “predicador” del PJ: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón, expone Ortega en “La rebelión de las masas”; y revela: … yo veo en ello la manifestación más palpable del nuevo modo de ser las masas, por haberse resuelto a dirigir la sociedad sin capacidad para ello. En su conducta política se revela la estructura del alma nueva de la manera más cruda y contundente; pero la clave está en el hermetismo intelectual. El hombre medio se encuentra con "ideas" dentro de sí, pero carece de la función de idear. Ni sospecha siquiera cuál es el elemento utilísimo en que las ideas viven. Quiere opinar. De aquí que sus "ideas" no sean efectivamente sino apetitos con palabras, como las romanzas musicales.
Pero el “pelotudo” perfecto se siente perdido si acepta la discusión, e instintivamente repudia la obligación de acatar esa instancia suprema que se halla fuera de él. Por eso, irreflexivamente, nos muestra lo que aparenta:"acabar con las discusiones", y se reprueba para no hablar de censura, toda forma de concordia que por si misma implique acatamiento de normas ecuánimes, desde la tertulia hasta el Congreso. Esto quiere decir que se renuncia a la convivencia de cultura, ni más ni menos; que es una convivencia bajo normas, y se retrocede a una convivencia salvaje. Porque el señor, exagera, se extrema cacareando, donde sus “compañeros” lo ponderan y se agranda. El hombre perfecto se recarga, se expande; y como todo serafín del discurso se extralimita. En fin, el “pelotudo” perfecto exagera en retro, digamos. El tractorista HA DICHO: “se quedó leyendo el diario de la década del '70”. Pero también omite en la perorata retrospectiva, sus destellos en los pretéritos años de la segunda década infame donde él HABIA SIDO pieza fundamental del menemato.
Entónces no es un pelotudo perfecto, atención. Es, un pelotudo pluscuamperfecto. Permiso…

viernes, 22 de mayo de 2009

Con habano...sin galera.




Un tal Oscar Natalio, risa de atorrante, de atorrante pero buena tu mano franca, franca para el pobre siempre abierta, domingos de ravioles amasados por la vieja y después a ver al Globo en la Quema. Brabucón, de brazos cortos, de sueño grande. Ya no queda en este mayo el pío pío con Mancera. Un día como hoy, hace 33 años, se escuchó en un burdel de Las Vegas un cobarde que con voz temblorosa pero decidida gritó: "Eh Ringo! Muérete, muérete Ringo".

"Hay tipos que me dicen: "Hola, Bonavena, siéntese, coma algo". ¡Si cuando yo no tenía un mango no me daban de comer! ¿Por qué me quieren dar de comer ahora?



Cuando Ringo volvió a Argentina protagonizó, quizá no de forma tan fingida más de un escándalo que le vino de perlas para autopromocionarse. De ese modo consiguió enfrentarse al Campeón Argentino Goyo Peralta, ese que “sobreviviría” toda la pelea a el mejor Foreman. El débil a priori era Ringo que poco menos tuvo que perseguir a Peralta para que se enfrentase a él. El hecho es que Bonavena se había ofrecido a Goyo como Sparring estando en Estados Unidos a lo que Goyo Peralta se negó argumentando que Bonavena solo quería darse a conocer a costa de su fama, que ya era aspirante oficial al cinturón mundial Frente a Willie Pastrano. De ese modo se preveía un choque muy interesante lleno de alternativas que los argentinos, divididos no iba a dejar pasar.
El 4 de septiembre del 65 se produce ese choque en el Luna Park, por el título argentino de peso pesado. Ringo subió al ring, donde recibió un abucheo monumental, que para eso era el más “odiado y bocazas” boxeador latino del momento; el abucheo más fuerte que se recuerde en la historia del boxeo Argentino. Por el contrario, Goyo Peralta fue ovacionado desde las cuatro puntos cardinales del recinto. A casi 2 minutos del comienzo del 5° round, Bonavena ganó la pelea por K.O. Fue un momento increíble.
Aún es recordado como al día siguiente Óscar Bonavena se vistió su traje gris corbatita fina, se ciñó su cinturón de Campeón y salió a las calles del barrio para mostrarse transparente y accesible para la gente de su barrio, así era este fortísimo campeón...

En la memoria de muchos aun resuena...

SOMOS DEL BARRIO
DEL BARRIO DE LA QUEMA....
SOMOS DEL BARRIO
DE RINGO BONAVENA.

Aún después de vencer al ídolo, para muchos argentinos Ringo continuó siendo un cobarde, inestable y agrio capaz de ganar al mejor y perder ante el mas mediocre rival. Lo cierto es que es un milagro que Bonavena pudiera subirse a un ring y realizar una más o menos meritoria carrera, el hecho es bien reflejado en este extracto de Ulises Barrera que dijo de "Ringo" Bonavena:
“Ringo fue un extrañísimo fenómeno, y no sólo por sus ocurrencias, sino porque era un boxeador con pies totalmente planos y sin base de sustentación. Allí me expliqué porqué este hombre para hacer footing tenía que ir al hipódromo, ya que era el único lugar donde se sentía bien corriendo en la arena. Era un milagro que subiera al ring. Solía tirar unos golpes abiertos muy largos que Luis Angel Firpo los llamaba telegramas, porque vienen muy de lejos. Llegar a pelear con Clay e inclusive hacerle temblar la osamenta con un golpe fue una hazaña para Bonavena, tanto que hoy se puede decir recorriendo récords que se convirtió en el peso pesado argentino de mejor trayectoria”.

Es cierto, el 7 de diciembre de 1970 se enfrentó a Muhammad Ali en el Madison Square Garden, perdiendo en el último round después de haberse dado el lujo de derribar a Ali antes haber caído en tres oportunidades, decretándose el KO por reglamento. El mejor recuerdo de Bonavena de su encuentro con Ali es además de lograr derribarle y pelear como un jabato, fue darse el gusto de llamarle “gallina” de permitirse llamarle Clay cuando ya era Alí, sabiendo que eso le molestaba muchísimo. De ese modo jugó a ser Ali. Era la interpretación cinematográfica del hombre que tiene que llamar la atención para que se le de una oportunidad, él mismo afirmaría que para conseguir sus combates tenía que decir cosas que no sentía. El hecho, es que si no fuese de ese modo tampoco nos extrañaría, si no lo hiciera premeditadamente, nos lo creeríamos ya que si es cierto que Bonavena tenía sus defectos la maldad no era uno de ellos; fue sincero y trasparente decía lo que pensaba en cada momento aunque eso doliera o la trajera problemas. Mas minuciosamente mas o menos lo que ocurrió fue así: “Cuando llega Bonavena a Nueva York un día va a un entrenamiento y empieza a gritarle "chicken, chicken... (gallina)". Clay lo miró sorprendido. Luego cuando hacen una suerte de conferencia de prensa previa a la pelea, se presenta y dice: "Soy Muhammad Alí que va a ganar fácilmente este combate". Y Bonavena no se ocupó de eso, sino que asomó la cabeza por encima de las dos personas que lo separaban y le empezó a decir: "Clay, Clay...", y este le respondía mirándolo furiosamente "Alí, soy Muhammad Alí...". Era una cosa increíble porque le estaba tomando el pelo recordando su nombre verdadero y no el que había adoptado desde su bautismo al Islam. Se fue tan enojado y sorprendido a la vez, que todo el mundo comentó que el único individuo que le hizo eso fue Bonavena.”


En el momento de la derrota ante Ali, Ringo poseía tenía 68 peleas en su haber, con 58 victorias, 9 derrotas y un empate.

Ese “no pudo ser” fue sin duda el no conseguir su cetro de campeón mundial, aunque hay que valorar sus rivales en la división. Además de Muhammad Alí también perdió ante Jimmy Ellis y fracasó ante Joe Frazier, quien le ganó dos combates.


El hecho es que tanto los preliminares como el propio combate contra El más Grande gustó de tal modo al público que pronto se comenzó a barajar la posibilidad de la revancha. Después de su baño de multitudes en Argentina de vuelta en los Estados Unidos, Ringo quería dejar de ser cobarde para cierto sector de la sociedad y fue en busca del desquite, su revancha, ante Muhammad Ali. Quería demostrar que tenía pasta de campeón y, también, alzarse con la generosa bolsa del combate.

Ringo fue a EEUU en busca del desquite ante Muhammad Ali. Pero su joven corazón de treinta y tres años fue partido en mil pedazos por la bala asesina disparada por un matón a sueldo desde un fusil treinta-cero-seis, a treinta metros, en el estado de Nevada.
Ocurrió a las puertas de "Mustang Ranch", el cabaret de Joe Conforte, quien había sido durante un período su manager. Vale aclarar que Ringo vivía en una cabaña muy cerca del prostíbulo, y que, por eso, pasaba gran parte de sus días en el mismo.

Esa trágica noche Willard Ross Brymer, un mandado de Conforte, le disparó a Bonavena con un poderoso rifle. Ringo habría discutido con un hombre encargado de la seguridad del lugar, Joe Coletti, apodado Billy el niño, y aparentemente todo estaba premeditado y planeado por Joe Conforte, al enterarse de un supuesto romance del boxeador con su esposa, Sally Conforte, una mujer 26 años mayor que Ringo.
Puede que Brymer estuviera enfadado por que Bonavena había golpeado unos días atrás a su hermano Baby Dean en un entrenamiento. O por que Ringo para asegurarse el permiso de residencia estuvo casado durante diez días con Cheryl Ann Revideaux, una prostituta que le gustaba a Brymer, chica del propio burdel. Sea como fuere, no vale la pena buscar un sentido a algo que no lo tiene.

Ringo fue enterrado el 30 de mayo de 1976 con su pecho ahogado en claveles rojos. Unas 150.000 personas pasaron por el Luna. Era el último adiós al bueno de Ringo.

sábado, 16 de mayo de 2009

¿Corrupción de menores?




Porque a falta de Susanas buenas son las María Elenas.
Una señora ya tenía moscones impertinentes en la cabeza zumbandole preguntas. Hoy, con tanto “bailaniño” televisado, nos resulta oportuno que alguien oriente el blanco sobre negro. Hace exactamente 30 años, siempre tan puntual.

"No hay preguntas indiscretas.
Indiscretas son las respuestas."
Oscar Wilde

Vivimos consumiendo preceptos y productos sin cuestionarlos, por temor a la indiscreción de las respuestas y porque es más seguro acatar rutinas que incurrir en singularidades. Un ejercicio de esclarecimiento podría empezar con estas discretísimas preguntas:
¿Educamos a nuestras niñas para que en el día de mañana (si lo hay) sean ociosas princesas del jet-set? ¿Las educamos para Heidis de almibarados bosques? ¿Las educamos para futuras cortesanas? ¿Las educamos para enanas mentales y superfluas "señoras gordas"?
Así parece, por lo menos en buena parte de la bendita clase media argentina, dada la aberrante insistencia con que se estimula el narcisismo y la coquetería de nuestras niñas y se les escamotea su participación en la realidad.
La nena suele gozar de una envidiable amnesia para repetir la tabla del cuatro junto con una no menos envidiable memoria para detallar el último capítulo del idilio de tal vedette con tal campeón o el menor frunce del penúltimo modelo de Carolina de Mónaco cuando salió a cazar mariposas en Taormina con su digno esposo.
Consentimos y aprobamos que sea maniática consumidora de chafalonía, vestimenta, basura impresa y todo lo que, en fin, represente moda y no verdad. Consentimos que acuda al espejito más neuróticamente que la madrastra de Blancanieves, que sea experta en cosmética, teleteatros y publicidad, que exija chatarra importada o que calce imposibles zuecos para denuedo de traumatólogos.
Formamos una personalidad melindrosa cortando de raíz —porque todo empieza desde el nacimiento— la sensibilidad o el interés que podría sentir por la variada riqueza del universo.
—Es el instinto femenino —dicen algunos psicólogos de calesita. Eso me recuerda una anécdota. El director de una compañía grabadora estaba un día ocupado en comprobar cuántas veces se pasaba determinado disco por la radio.
—¡Qué bien, qué éxito, cómo gusta, cómo lo difunden a cada rato! —aplaudió entusiasmado. Y después agregó —: Claro que hay que ver la cantidad de plata que invertimos en la difusión radial de este tema...
Nosotros también programamos a nuestras niñas como a ese eterno infante que es el público. Les insuflamos manías e intereses adultos, les subvencionamos la trivialidad y luego atribuimos el resultado a su constitución biológica.
Las jugueterías, en vidrieras separadas, ofrecen distintos juguetes para niñas y para varones. En Estados Unidos, no hace muchos años los lugares públicos estaban igualmente divididos "para gente de color" y "para blancos". ¡Dividir para reinar!
A las nenas sólo se les ofrece —o se les impone— juguetería doméstica: ajuares, lavarropas, cocinas, aspiradoras, accesorios de belleza o peluquería.
Si con esto se trata de reforzar las inclinaciones domésticas que trae desde la cuna, ¿por qué no orientarla también hacia la carpintería o la plomería? ¿Acaso no son actividades hogareñas indispensables? Sí, lo son, pero remuneradas. He aquí una respuesta indiscreta.
Los juguetes para varones sortean la monotonía y ofrecen toda la gama de posibilidades humanas y extraterrestres: granjas, tren eléctrico, robots, microscopio, telescopio, equipos de química y electrónica, autos, juegos de ingenio y todo lo que, en fin, estimula las facultades mentales.
¿A la nena no le gustan los animales de granja ni los trenes? ¿No sueña con manejar un coche? ¿No siente curiosidad por el microcosmos o el espacio? ¡Cómo la va a sentir si es cosa de la otra vidriera, la de Gran Jefe Toro Sentado Blanco!
¿Es que el ejercicio de la razón y la imaginación pueden llevarla a la larga a desistir de ser una criatura dependiente y limitada, mano de obra gratuita y personaje ornamental? La respuesta es sumamente indiscreta.
En la casa y la escuela destinamos a la nena a reiterar las más obvias y desabridas manualidades, a remedar las tareas maternas... y a practicar la maledicencia a propósito de indumentaria vecinal.
La nena vive rodeada de dudosos arquetipos y la forzamos a emularlos, comprándole la diadema de la Mujer Maravilla o el manto de cualquier otra maravilla femenil. No falta tío que ponga en sus manos un ejemplar de "Cómo ser bella y coqueta", otro espejito más o la centésima muñeca.
Salvo raras excepciones como Reportajes Supersónicos de Syria Poletti, cuya heroína es una pequeña periodista, el papel impreso que suele frecuentar la nena —incluido el libro de lectura— le muestra a mujeres que, en la más alta cima del intelecto, son maestras. Las demás, aparte de consabidas hadas y brujas, son siempre domadas princesas o abotargadas amas de casas.
La nena sabe, por las revistas que devora como una leona, que en este mundo no hay mujeres dedicadas a las más diversas tareas, por necesidad o por ganas. Lo que es más grave y contradictorio, le enseñan a soslayar el hecho de que su propia madre trabaja afuera o estudia, como si éste no fuera modelo apropiado dada su excentricidad. Jamás vio —y si lo vio mojó el dedo y pasó la página— que hay mujeres obreras, pilotos, juezas o estadistas. Es tan avaro el espacio que los medios les dedican, ocupados como están en la promoción de Miss Tal o la siempre recordable Cristina Onassis.
Educar para el ocio, la servidumbre y la trivialidad, ¿no significa corromper la sagrada potencia del ser humano?
Por suerte, esta criatura vestida de rosa (no faltará quien diga, confundiendo otra vez causas con efectos, que las nenas nacen de rosa y los varones de celeste, cuando este negocio de los colores distintivos fue invento de una partera italiana, allá por 1919), esta criatura, digo, es fuerte y rebelde, dotada de una capacidad de supervivencia extraordinaria. La nena, en muchos casos, renegará de la manipulación y decidirá ser una persona. Pero ¿quién puede medir la dificultad de la contramarcha y la energía desperdiciada en librarse de tanta tilinguería adulta?
Mientras modelan a la pequeña odalisca remilgada, el tiempo pasa y llega la hora de la pubertad. Entonces los adultos se alarman porque la nena asusta con precoces aspavientos sexuales y emprende calamitosamente los estudios secundarios. Terminó los primarios como pudo, entre espejitos, telenovelas, chismografía y exhibicionismo fomentados y aprobados, pero al trasponer la pubertad se le reprocha todo esto y empieza a hacerse acreedora al desprecio que la banalidad inspira a quienes mejor la imponen y más caro la venden.
Los mayores ponen el grito en el cielo porque la nena no da señales de ir a transformarse en una Alfonsina Storni. Ahí empieza a tallar el prestigio de la cultura —desmesurado porque se trata de otra forma del culto al exitismo individual— y florece una tardía sospecha de que la nena no fue educada razonablemente. Cuando las papas queman, esos pobres padres de clase media argentina comprenden por fin que no son Grace y Rainiero y que la tierra que pisan no es Disneylandia.
En ese preciso momento aparece también el espantajo de la TV, esa culpable de todo. ¿Y quién delegó en ella las tareas de institutriz? La mediocridad de la TV no hace sino colaborar en la fabricación en serie de ciudadanas despistadas.
No se trata de reavivar severidades conventuales ni se trata de desvalorizar el trabajo doméstico ni inquietudes que, mejor orientadas, podrían ser simplemente estéticas. No se trata tampoco de mudarse de vidriera para suponer, por ejemplo, que el automovilismo es más meritorio que el arte culinario, o la cursilería más despreciable que el matonismo.
Toda criatura humana debe aprender a bastarse y cooperar en el trabajo hogareño y a cuidar, si quiere, su apariencia. Lo grave consiste en convencer a la criatura femenina de que el mundo termina allí.
Se trata de comprender que la niña no tiene opción, que es inducida compulsivamente a la frivolidad y la dependencia, que por tradición se le practica un lavado de cerebro que le impide elegir otra conducta y alimentar otros intereses.
La frivolidad no es un defecto truculento que merezca anatemas al estilo cuáquero o musulmán. Lo truculento consiste en hacerle creer a alguien que ése es su único destino, incompatible con el uso de la inteligencia. Lo grave consiste en confundir un espontáneo juego imitativo de la madre con una fatalidad excluyente de otras funciones.
A la nena no se le permite formar su personalidad libremente: se la dan toda hecha, y aprendices de jíbaros le reducen el cerebro para luego convencerla de que nació reducida. La instigan a practicar un desenfrenado culto a las apariencias y a desdeñar su propia y diversa riqueza humana. La recortan y pegan para luego culparla porque es una figurita. La educan, en fin, para pequeña cortesana de un mundo en liquidación.
¿No es eso corrupción de menores?
María Elena Walsh.
Clarín, jueves 5 de abril de 1979.

viernes, 8 de mayo de 2009

Disculpen la molestia.



Eduardo Galeano
Reflexión del día en el programa La Mañana conducido por Víctor Hugo Morales en Radio Continental, el 6 de mayo.




Quiero compartir algunas preguntas, unas moscas que me andan zumbando en la cabeza que tienen que ver con la justicia: si es justa la justicia, si está parada sobre sus pies, la justicia del mundo al revés? Porque ahora se escuchan clamores por todas partes exigiendo la pena de muerte, pero no demandan castigo sobre los amos del mundo esos clamores, faltaba más, los clamores claman contra los asesinos que usan navaja, no contra los que usan misiles, y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social.

Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, cada minuto tres millones de dólares a los gastos militares mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable?. Contra quién se arma hasta los dientes la llamada comunidad internacional? Se arma contra la pobreza o contra los pobres? Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? O a caso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, mal pagados, repitiéndole noche y día, día y noche que ser es tener; tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener y quien no tiene no es.

Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. Hoy fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías. Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce inexplicable para los extraterrestres y también insoportable para los terrestres que todavía queremos contra toda evidencia sobrevivir. Los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando de paso al planeta y a todos sus habitantes. Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo que fabrica, que justifica los enemigos del derroche militar y policial; y en tren de implantar la pena de muerte: qué tal si condenamos a muerte al miedo? No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales, los sembradores de pánico que nos condenan a la soledad y nos prohíben la solidaridad, sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros. El prójimo es siempre un peligro que acecha. Ojo mucho cuidado, este te robará, aquel te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente es seguro que te contagia la peste porcina.

En el mundo al revés dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Pero, no nacieron para caminar juntos, bien pegaditos el sentido común y la justicia?
Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos, una de las consecuencias de esta crisis mundial feroz es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común y alguito de sentido de la justicia, no tendríamos que celebrar esa buena noticia? O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia? Desde el punto de vista de la naturaleza que estará un poquito menos envenenada y desde punto de vista de los peatones que morirán un poquito menos.
Según Louis Carrol la reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el País de las maravillas. Dijo la reina: ahí lo tienes, está encerrado en la cárcel cumpliendo su condena pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles y por supuesto, el crimen será cometido al final.

En El Salvador, el arzobispo Hernán Gandulfo Romero comprobó, que la justicia como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a balazos por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados como en el cuento de la reina, por delito de nacimiento.
El resultado de las recientes elecciones en El Salvador no es de alguna manera un homenaje? Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa.
En el reino de la injusticia a veces terminan mal las historias de la Historia, pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.

jueves, 16 de abril de 2009

Predicar en desiertos.



O bien podría decirse: pedirle peras al olmo; tirarle margaritas a los chanchos; gastar pólvora en chimango...
Este señor escribió allá por el 1837, se hace incalculable dicho momento, como si no hubiera diferencias con la Edad Media por ejemplo; una serie de ensayos publicados en un semanario llamado "La Moda" revista al fin de música, literatura, costumbres y otros menesteres. Allí se evidencia el texto que a continuación reproduce este niño. La actualidad se plasma de tal manera que si no fuera por la fecha de publicación diríamos que fue escrito anoche. El niño decide transcribir estas líneas de un compadrito que no aceptó nunca un cargo público. Que además de pelearse con Sarmiento: él con la pluma y quizás el otro con la espada y unas pocas palabras subidas de tono; rechazó las ideas de Mitre para luego en el exilio, allá en un pueblito en las afueras de París, se dejara morir a los 73. Ensayos como el que a continuación detallamos inauguran la idea de que algunos ya pensaron lo pensado, nada nuevo hay bajo este sol, y fundamentalmente el lugar de los intelectuales en nuestro país debe ser uno solo, y no varios, ambiguos y hasta protagonistas de riñas de gallos. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. En este momento alguien tiene que parar la pelota y pensar. Alguien ya lo hizo hace más de 170 años.
El prócer en cuetión tiene nombre de calle, pero antes de ello hizo lo que dijo y dijo lo que pensó; en aquel tiempo esto estaba de última moda. Permiso...

¡Y qué pocas son las ocasiones que no se predica de este modo en estos
tiempos! Tiempos desiertos para todos los predicadores; tiempos sordos, que no
quieren oír sermones de ningún género: los únicos medios de manejarlos son el
palo, el oro, y la risa: agentes invencibles que se abren paso por dondequiera, y
para los cuales no hay desiertos, porque a la elocuencia del palo, nadie es
insensible; nadie es ciego a la luz del oro, ni sordo al susurro formidable de la
risa. En saliendo de aquí, ya todo es sermón, es decir, sueño, aburrimiento,
sordera, ininteligencia, pérdida de tiempo, desiertos. Así pues:
escribir en La Moda, es predicar en desiertos, porque nadie la lee. ¿Para qué la
han de leer? La Moda no da de palos, no da oro; solo debe a las pocas risas que
se le escapan, los pocos lectores con que cuenta. ¿Para qué la han de leer? ¿Qué
trae La Moda sino cosas que las damas están cansadas de saber? Un estilo añejo
y pesado, que jamás se ha conocido en los tiempos floridos de nuestra prensa
periódica: unas ideas rancias ya entre nosotros; unos asuntos frívolos, faltos de
dirección y de sistema, y todo, en fin, tan trivial y tan ligero, que hasta las
mujeres podrían hacer su crítica. ¿Cómo han de descender a tan indigno y
estrecho recinto nuestros hombres serios? La Moda es para ellos un sucucho, un
cuartejo a la calle, una barbería donde un tal Figarillo hace más enredos que
barbas. De modo que La Moda es un pequeño desierto donde se puede decir
impunemente contra las mujeres, especialmente, todas las injurias que se
quieran.
Y en efecto, escribir para las mujeres, es predicar en desiertos, porque no leen,
ni quieren leer; y si llegan a leer, leen como oyen llover. Un periódico de damas
sería un desierto aquí, porque para nuestras damas, toda literatura es un desierto.
Decirles que deben darse a la lectura, al pensamiento; que no basta saber bordar
y coser; que el piano, el canto, el baile, el dibujo, los idiomas no constituyen
sino un preliminar a una educación completa; que sus destinos son más altos y
dignos en la sociedad, es predicar en las montañas, pero no como Aquél que
hace cerca de dos mil años predicó en un monte, y hasta ahora retumban sus
palabras por toda la tierra. Por un oído les entra, y por otro les sale. Vamos
bailando y paseando, y después una de dos, o secándonos en el trabajo, o
secándonos en el deleite, y después, más tarde, encerrándonos, y después
llorando, y después vomitando sangre, y después entregando al cielo una vida
recién comenzada: ¡esto es bello, natural sin duda!
Escribir para los tenderos, es predicar en desiertos. No leen: los periódicos y los
libros son para ellos unas pampas, de que huyen cual si fuesen ganados. Puede
usted escribir incendios contra ellos, en la seguridad de que no lo sabrán jamás:
es como si usted dirigiese a un gaucho nuestro, un montón de injurias en inglés.
No tienen por qué leer los tenderos: ¡son tan instruidos por lo común, tan
urbanos, tan despejados!
Escribir en estilo un poco fácil y no convencional, es predicar en desiertos,
porque nadie lo entiende. Aquí, en no escribiéndose con la materialidad vulgar y
ordinaria de los españoles, ya tenemos sermón en desierto. Expresión un poco
desusada, expresión perdida. Expresión sin trivialidad, poco prosaica, expresión
perdida... ¡Pon fin! ¡Adónde se ha ido este! ¡Ni el diablo que le alcance!
Término un poco metafísico, término perdido. Comparación un poco lejana,
comparación perdida. Si usted no llama al pan, pan, y al vino, vino, usted
predica en desiertos, en medio de esta sociedad soberbia de su cultura.
Hablar aquí el lenguaje usado hoy día en las prensas y en las tribunas de Europa,
es predicar en desiertos, porque de nadie es entendido: es una jerga, una
jerigonza, un batiburrillo indescifrable según algunos espíritus positivos de
nuestra tierra. Es nuestro atraso, digo yo; no entendemos a la Europa: es
extranjera para nosotros, como para nuestra madre la España, que no es de
Europa, sino de África o Asia, más bien. Sola a la España entendemos; es decir,
la materia, la prosa, la inepcia. No queremos sino lo que es eterno: nos
preciamos de adelantados, y reímos de todo lo que no es de ahora cien años.
Proclamar la sociabilidad y moralidad del arte, es predicar en desiertos, porque
los poetas, los lectores, la sociedad, todo el mundo continúa entregado al
egoísmo. Y no se entiende lo que se lee; se lee como el loro; se acaba de leer la
nueva doctrina, y se sigue haciendo obras egoístas. Es porque no se hace lo que
se quiere, sino lo que se sabe; y no se sabe sino lo que es sabido, lo que ha sido
hecho, lo que es viejo: no se sabe más que imitar, plagiar, copiar. Dar ejemplos
nuevos, y únicamente así, es reformar el arte: ¡ejemplos, ejemplos! y basta de
sermones.
Enseñar sus defectos y sus deberes a los cómicos, es predicar en desiertos. Todo
arte, todo libro, todo estudio, toda escuela, es desierto para nuestros cómicos. Se
les dice: no hagan ustedes esto, hagan ustedes esto otro; y se hacen saco, y
siguen barbarizando, y ganando y comiendo, que es todo el fin de sus poltrones
afanes.
Escribir en español americano, y no en español godo o castizo, es predicar en
desiertos. Porque aquí las ideas, como los memoriales, han de guardar ciertas
formas sancionadas, so pena de ser rechazados en caso de contravención. Hay
hombre que más bien no querría saber una verdad nueva, antes que verla escrita
en mal castellano. Para hombres de esta clase, es inconcebible toda ciencia, toda
doctrina, que no venga escrita en la lengua de Cervantes. Es a la más ciega, a la
más servil imitación de este escritor, a donde todas sus ambiciones literarias
propenden. Escribir español castizo, castizo en todo, en voces, en régimen, en
sintaxis, en giro, en tono, en saber: he aquí la cultura, el gusto, el arte, el lujo
literario de sujetos, que, por otra parte no cesan de disputar a la España todas las
prerrogativas inteligentes. ¡La degradan, la insultan, y la copian! ¡Y de copiarla
se honran! ¡Risible anomalía!
Escribir ideas filosóficas, generalidades de cualquier género, mirar las cosas de
un punto de vista poco individual, es predicar en desiertos. Aquí no se quiere
saber nada con la filosofía, es decir, con la razón. Qué, y nosotros ¿somos
racionales acaso? ¿No somos hijos de la Península? Que vaya la filosofía al otro
lado de los Pirineos y del Rin, que a nosotros, para ser felices y libres, maldita la
falta que nos hace el tal rerum cognoscere causas.
Escribir de su arte para los comerciantes, para los labradores, para los pastores,
para los artesanos, para los industriales de cualquier especie, es predicar en
desiertos. No leen, ni han leído, ni leerán jamás. ¿Acaso esas cosas se aprenden
leyendo ni están en los libros? Eso se aprende por instinto, por imitación, por
rutina, maquinalmente como los animales, como las abejas; y por eso es que
nuestros artesanos y labradores trabajan hoy sus obras como lo hacían ahora cien
años, y como de aquí a cien años lo harán todavía. Son exactamente unas abejas
en esta parte, pero unas abejas ociosas, negligentes, abandonadas, sin duda por
el número infinito de zánganos con que cuenta la colmena.
Estimular la juventud al pensamiento, al patriotismo, al desprendimiento, es
predicar en desiertos. La noble juventud se hace sorda, y corriendo afanosa tras
de deleites frívolos, por encima de un hombro desdeñoso, envía una mirada de
tibieza sobre las lágrimas de la patria.

Juan Bautista Alberdi.La Moda, 10 de marzo de 1838.

miércoles, 18 de marzo de 2009

7 días.


En una semana, las cosas pegan un giro de 360º. La calesita da vueltas y este niño parado allí, haciendo equilibrio y tratando de no caerse. Más que parado, acostado, boca abajo, con una mano completando el círculo que dibuja el andar con una ramita y con la otra aferrándose al caño para no tambalear.

El dueño del partido más popular de la Argentina, más populista que popular si desean, algún día especificaré las abismales diferencias; preguntó en tierras catamarqueñas “¿a quién le tienen miedo adelantando las elecciones provinciales?”; ¿por qué no se realizan junto a las elecciones nacionales en el mes de Octubre, para certificar la constitucionalidad y legitimar la democracia?”; y se preguntó un par de veces “¿tienen miedo de perder?”.

El ingeniero millonario, quizá al igual que el otro, por ingeniero no, claro, coincidencia entre los dos al fin, lo cual no es poco; ideó programar la anticipación de las elecciones en su distrito. Parece que las encuestas obligan a tomar decisiones y cambiar de dirección. A falta de asomarse por la ventana para ver la real realidad, como diría un personaje de Gasalla, buenas son las encuestas.

Quizás sea hasta más fácil pagar encuestas prostitutas que “enamorarse” por motus propio. De todos modos, madura el niño, los sociólogos no tendrían trabajo, no? Porque son éllos los que gastan suelas de caminar y recorrer los barrios bajitos no sólo de la capital federal. En fin, eso es pro.

Ahora bien, para detener la fuga de cerebros del partido mayoritario en las cámaras, aquel que gritaba, casi como lo hace su señora esposa, con maestría ciruelense; minorizó la caída de su partido en las elecciones de aquella provincia; y leyendo con un ojo el resultado de las indagaciones sociológicas, y repasando con el otro, llega a una conclusión; llama a la señora y a que no saben qué? se proclama en Chubut, el adelantamiento de las elecciones proyecto mediante.

A este estrepitosa contradicción se le anexa otra, quizás más ruidosa aún, la “opo pro” rechaza el adelantamiento electoral que éllos mismos propusieron.

Señores, el oficialismo no sabe qué quiere y la oposición no sabe qué no quiere. En el medio, mejor dicho en “su” medio, en medio de éllos; a que no saben quiénes estamos?

P.D. ¡qué chiquita que quedó Lita de Lazzari y Elena Cruz al lado de Susana!

miércoles, 11 de marzo de 2009

Al mazo.


“Si no podemos enorgullecernos de lo que hemos hecho, que nos quede por lo menos el orgullo de lo que no hemos querido hacer.” Alejandro Dolina.

El tesón o el talento en algún momento fueron reconocidos. El ex D.T. de la selección argentina de “fóbal” lo citó para jugar dos partidos con la celeste y blanca; y además con la bendita diez en la espalda, sin siquiera haber entrenado con su ahora actual club Boca Juniors, por que en esa instancia no tenía patrón. El tipo no sólo cumplió una muy buena actuación en los dos match sino que con dos tiros libres deliciosos, uno en cada arco, para que ninguno se vuelva rengo del monumental, y para demostrarle por si hiciera falta a un D.T. chileno que lo mandó a freír churros por Don Torcuato.

Diego expresó, con cámara y micrófono delante, que no estaba para jugar así en el equipo nacional, ya que no lo quería “flotando” por delante de Gago y Mascherano, que así no le servía, que corre para atrás y juega para los costados.
Este jueves 12 se dará a conocer la lista de convocados para enfrentar los dos próximos partidos para enfrentar a Venezuela y Bolivia respectivamente, y allí figuraba el nombre de Román junto a una docena de entusiastas más.
Pero el “mosaico” empezó anoche su verdadera tarea: rechazar ese reconocimiento.
Como si un médico cirujano renunciara a su título. Como el empleado público a su ascenso. Como China Zorrilla a filmar la segunda parte de Esperando la carroza. De esta forma este “compadrito” corona, con sus esfuerzos de toda una vida dedicada a patear la pelotita, su peregrinaje en renunciar a la recompensa.
Se va a cumplir medio año que Diego ingresó al tan ansiado predio de Ezeiza y la novela con sus ayudantes se puede seguir por la pantalla de Fox o por la radio a la noche. Por eso este mozo no los banca, porque tiene un argumento feliz para refutarlos, pero se calla; o mejor dicho se calló hasta ahora. Y entonces pasa de cobarde, y que nunca tuvo “huevos” para calzarse la diez; sobrándole el cuero para ser corajudo.
Porque “el cara de traste” jamás se dejará tentar por la notoriedad, que proclama Niembro y sus súbditos; porque lo dejará trabajar más tranquilo a Diego con sus huestes; porque el mandamás perpetuado en la asociación se quedará en paz con su hijo pródigo a su derecha; porque Bilardo, carente de cualquier postura espiritual digna y humilde, no podrá formar una empresa con él cuando sea presidente; porque además está ahí por las dudas Diego descarrile…
Por qué los medios nos ponen en la postura exigente y demandante de elegir quién tiene razón? Quién traicionó? De qué lado nos paramos? Y los que somos hincha de Boca? Nos hacemos un harakiri con un grisín? Nos cortamos las venas con un bidón? Es como si nos preguntaran ¿a quién querés más a papá o mamá?
La verdadera renuncia es anterior al premio, convengamos, él se baja quince minutos antes de subirse al último bagón del tren que lo depositaba en el mundial. Nada más y nada menos. Su último mundial, que después de todo, “este pecho”, era lo único que le faltaba ganar. Por eso se priva, se priva de lo que ama. ¿Qué mérito representa no tomar sidra si a uno no le gusta? El verdadero virtuoso es aquel que se muere y siente en todo momento ganas irrefrenables de tomar sidra, y no lo hace. A las tentaciones, este “empacado”, les antepone el ejercicio de la virtud. Un hombre sin tentaciones jamás podrá ser santo, digamos.
Tampoco está mal darle cierta ventaja a los alemanes o a los holandeses porque después de todo hasta puede alardear si nos volvemos antes de tiempo.
Señores, este tipo se va al mazo con el ancho de bastos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Elija siempre la vida, señora.


Critica Digital publicó esta carta abierta del sacerdote Pablo Osow.
Estimada Señora:
Me ha sorprendido escucharla en declaraciones expresando su dolor por el brutal asesinato de su colaborador. Se nota que lo quería mucho y le expreso mi cercanía. En medio de la indignación, todos podemos equivocarnos. Ha pegado duro su frase “El que mata tiene que morir”, pero ha aclarado que no está a favor de la pena de muerte, argumentando que es católica. Le aclaro que el catolicismo no excluye “en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 2266). Le confieso que yo también me hubiera rectificado, aunque no por razones religiosas: si se trata de matar a alguien, las razones para no hacerlo van más allá de cualquier credo o bandería política. Pensémoslo. Matar a alguien, ¿quién lo permite?, ¿lo decide?, ¿lo ejecuta? Todos seríamos asesinos, aunque fuera por matar a otro asesino… Digámoslo brutalmente: nos sacaríamos varios problemas de encima. Pero nos quedaríamos con uno más grave: hemos matado. ¿Cómo podríamos vivir en una sociedad que legitime el asesinato? Los discursos de la “mano dura” son un arma de doble filo. Seducen, pero terminan deshumanizándonos. Instalan en nuestro corazón sentimientos terribles.
Volvamos al tema: los episodios de inseguridad. Hay que hacer cumplir las leyes, si no dejamos vía libre al delito. Me llama la atención que identifique inmediatamente minoridad con delincuencia. También me sorprende que no haga referencia a la corrupción estatal como forma fundamental de la delincuencia, aunque de saco y corbata.
Y por último, también están ausentes de su discurso los millones que se quejan pero no mueven un dedo para construir una sociedad más justa. Los millones que sólo cuidan su “quintita”. Los que –atrincherados en búnkers a prueba de balas– miran Policías en acción y Cárceles, ¡escandalizados! La marginalidad, Susana, se ha convertido en algo exótico, como un zoológico. Un documental sobre villas los hace sentir seguros, lejos de los tiros y de la droga y de la pobreza. Y esa lejanía tiene algo de asesinato, de “lesa humanidad”, creo yo. A pocos les interesa la vida, la historia, el origen, el itinerario de un marginal. ¿Ha hablado alguna vez con algún marginal? No hace falta que el diálogo sea largo para descubrir que somos iguales en naturaleza pero desiguales en oportunidades. A veces nos sentimos “gente honesta” víctima de delincuentes pero, ¿no será que nos ha tocado nacer, inmerecidamente, en un buen lugar? Estoy de acuerdo en que si el Gobierno no hace nada nosotros tenemos que hacer algo. En nuestra parroquia funciona un hogar de día, para chicos que están solos. Así intentamos evitar que se conviertan en chicos de la calle. Los ayudamos a hacer los deberes, les damos la merienda, organizamos juegos y salidas… Profesionales y voluntarios crean para ellos un clima de hogar, el hogar que a muchos de ellos les falta por diversos motivos. Nos parece que la violencia social se soluciona desde abajo, desde lo pequeño, desde la prevención y, sobre todo, desde el amor; nunca desde la violencia.
Usted menciona el factor “droga”. También funciona un tratamiento ambulatorio gratuito para adictos en recuperación. Y los salimos a buscar por la calle, algunos viernes por la noche.
Le cuento todo esto porque me parece que si nos quedamos en un análisis de síntomas, perdemos de vista las causas y por ende las posibles soluciones prácticas a nuestro alcance. Nadie se hace cargo de los “vectores sociales” que confluyen en alguien que decide drogarse o delinquir: la falta de horizontes, un sistema educativo que no enseña a pensar, la pérdida de la cultura del trabajo, el vacío existencial, la carencia de hogar, etc. Y esto no es una justificación sino un intento de comprensión y un llamado a la compasión y la acción. ¡Hay que hacer algo! Cada uno desde nuestro lugar, venciendo nuestros egoísmos y achicando nuestras distancias, superando las protestas con propuestas. Pero siempre eligiendo la vida. Todos tenemos el mismo derecho a vivir, aunque a veces nos equivoquemos.
Como verá, no todo el país piensa en todo como Ud.; apelo a su responsabilidad como comunicadora, a su sensibilidad social y a su buena voluntad. Ojalá –si le llegan– le hagan bien estas líneas. Le mando un abrazo, y que Dios la bendiga.

lunes, 23 de febrero de 2009

Filosofía líquida.


O más bien podría llevar otro bautizo este inicio de conjunto de palabras, como Pausa o Té para tres o Pará la moto o Me fumo un pucho y sigo... Hoy lleva su toque de reflexión, no sin antes pensar en aquellas infusiones capaces de transportarnos dos metros más allá de la realidad en que vivimos. Acompañemos esos 5 minutos desactivando la pausa escoltando dicho brevaje con un tema musical.
Dolina alguna vez se preguntó afirmando "¿hay algo más filosófico que la luna?", también nuestro amigo Rozitchner mencionó que el café es "un jarabe de pensamiento: entra y pone en marcha las ideas atascadas". Aunque algunos prefieran manzanilla y otros el ritual matero
el niño y su medio
invita la merienda con la excusa de incorporar diferentes maneras de encontrar un momento de meditación junto al cómplice extracto. Mientras toma su café con leche bucea entre el comfort y música para volar. Gracias por los comentarios.

jueves, 12 de febrero de 2009

El flaco Julio.


“Siempre seré un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez éste lleva consigo al niño, y en el mezo del camino se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo. Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mis circunstancias, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia o descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas. El monstruito sigue firme... Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo.”
Un día como hoy moría el creador de Rayuela. Y además de recomendar la delicadísima ficción de Tristán Bauer y la magnífica Blow up de Michelangelo Antonioni, realizada a mediados de los 60s; El niño y su medio decidió que para recordar su obra le pareció oportuno enviar la participación de quienes alguna vez se les cruzó Cortázar por la vida. Acá nos chocamos muy de vez en cuando, y releemos lo mismo, como tratando de recordar al recuerdo, como reafirmando las imágenes allí exhibidas, fotografiando la realidad una y otra vez, aquella y lejana lectura de años adolescentes. Permitimos básicamente cuentos cortos, para facilitar la lectura, aquí decidimos plasmar los que han calado hondo: La noche boca arriba y la prosa del observatorio. Gracias por participar.

La prosa del observatorio.


Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se accede al socaire de las otras horas, de la incontable vida con sus horas de frente y de lado, su tiempo para cada cosa, sus cosas en el preciso tiempo, estar en una pieza de hotel o de un andén, estar mirando una vitrina, un perro, acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa mancha clara la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos, y sin aviso, sin innecesarias advertencias de pasaje, en un café del barrio latino o en la última secuencia de una película de Pabst, un arrimo a lo que ya no se ordena como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas, en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos esa brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo como lo es el mármol, como lo es la anguila: comprenderás que nada de eso puede decirse desde aceras o sillas o tablados de la ciudad; comprenderás que sólo así, cediéndose anguila o mármol, dejándose anillo, entonces ya no se está entre los sargazos, ..hay decurso, eso pasa: intentarlo, como ellas en la noche atlántica, como el que busca las mensuras estelares, no para saber, no para nada; algo como un golpe de ala, un descorrerse, un quejido de amor y entonces ya, entonces tal vez, entonces por eso sí.
Desde luego inevitable metáfora, anguila o estrella, desde luego perchas de la imagen, desde luego ficción, ergo tranquilidad en bibliotecas y butacas; como quieras, no hay otra manera aquí de ser un sultán de Jaipur, un banco de anguilas, un hombre que levanta la cara hacia lo abierto en la noche pelirroja. Ah, pero no ceder al reclamo de esa inteligencia habituada a otros envites: entrarle a palabras, a saco de vómito de estrellas o de anguilas; que lo dicho sea, la lenta curva de las máquinas de mármol o la cinta negra hirviente nocturna al asalto de los estuarios, y que no sea por solamente dicho, que eso que fluye o converge o busca sea lo que es -y no lo que se dice: perra aristotélica, que lo binario que te afila los colmillos sepa de alguna manera su innecesidad cuando otra esclusa empieza a abrirse en mármol y en peces, cuando Jai Singh con un cristal entre los dedos es ese pescador que extrae de la red, estremecida de dientes y de rabia, una anguila que es una estrella que es una anguila que es una estrella que es una anguila.
Así la galaxia negra corre en la noche como la otra dorada allá arriba en la noche corre inmóvilmente: para que buscar más nombres, más ciclos cuando hay estrellas, hay anguilas que nacen en las profundidades atlánticas y empiezan, porque de alguna manera hay que empezar a seguirlas, a crecer, larvas translúcidas notando entre dos aguas, anfiteatro hialino de medusas y plancton, bocas que resbalan en una succión interminable, los cuerpos ligados en la ya serpiente multiforme que alguna noche cuya hora nadie puede saber ascenderá leviatán, surgirá kraken inofensivo y pavoroso para iniciar la migración a ras de océano mientras la otra galaxia desnuda su bisutería para el marino de guardia que a través del gollete de una botella de ron o de cerveza entreve su indiferente monotonía y maldice a cada trago un destino de singladuras, un salario de hambre, una mujer que estará haciendo el amor con algún otro en los puertos de la vida.
Es así: Johannes Schmidt, danés, supo que en las terrazas de un Elsinor moviente, entre los 22 y los 30 grados de latitud norte y entre los 48 y los 65 de longitud oeste, el recurrente súcubo del mar de los sargazos era más que él fantasma de un rey envenenado y que allí, inseminada al término de un ciclo de lentas mutaciones, las anguilas que tantos años vivieron al borde de los filos del agua vuelven a sumergirse en la tiniebla de cuatrocientos metros de profundidad, ocultas por medio kilómetro de lenta espesura silenciosa ponen sus huevos y se disuelven en una muerte por millones de millones, moléculas del plancton que ya las primeras larvas sorben en la palpitación de la vida incorruptible. Nadie puede ver esa última danza de muerte y de renacimiento de la galaxia negra, instrumentos guiados desde lejos habrán dado a Schmidt un acceso precario a esa matriz del océano, pero Pitón ya ha nacido, las larvas diminutas y aceitadas, «Anguilla anguilla», perforan lentamente el muro verde, un caleidoscopio gigantesco las combina entre cristales y medusas y bruscas sombras de escualos o cetáceos. Y también ellas entrarán en una lengua muerta, se llamarán leptocéfalos, ya es primavera en las espaldas del océano y la pulsión estacional ha despertado en lo más hondo el enderezarse de las miriadas microscópicas, su ascenso hacia aguas más tibias y más azules, el arribo al fabuloso nivel desde donde la serpiente va a lanzarse hacia nosotros, va a venir con billones de ojos dientes lomos colas bocas, inconcebible por demasiado, absurda por cómo, por por qué, pobre Schmidt.
Todo se responde, pensaron con un siglo de intervalo Jai Singh y Baudelaire, desde el mirador de la más alta torre del observatorio el sultán debió buscar el sistema, la red cifrada que le diera las claves del contacto. Cómo hubiera podido ignorar que el animal Tierra se asfixiaría en una lenta inmovilidad si no estuviera desde siempre en el pulmón de acero astral, la tracción sigilosa de la luna y del sol atrayendo y rechazando el pecho verde de las aguas. Inspirado, expirado por una potencia ajena, por la gracia de un vaivén que desde resortes fuera de toda imaginación se vuelve mensurable y como al alcance de una torre de mármol y unos ojos de insomnio, el océano alienta y dilata sus alvéolos, pone en marcha su sangre renovada que rompe rabiosa en los farallones, dibuja sus espirales de materia fusiforme, concentra y dispersa los oleajes, las anguilas, ríos en el mar, venas en el pulmón índigo, las corrientes profundas batallan por el frío o por el calor, a cincuenta metros de la superficie los leptocéfalos son embarcados por el vehículo hialino, durante más de tres años surcarán la tubería de precisos calibres térmicos, treinta y seis meses la serpiente de incontables ojos resbalará bajo las quillas y las espumas hasta las costas europeas. Cada signo de mensura en las rampas de mármol de Jaipur recibió (recibe siempre, ya para nadie, para monos y turistas) los signos morse, el alfabeto sideral que en otra dimensión de lo sensible se vuelve plancton, viento alisio, naufragio del petrolero californiano «Norman» (8 de mayo de 1957), eclosión de los cerezos de Naga o de Sivergues, lavas del Osomo, anguilas llegando a puerto, leptocéfalos que después de alcanzar ocho centímetros en tres años no sabrán que su ingreso en aguas más dulces acciona algún mecanismo de la tiroides, ignorarán que ya empiezan a llamarse angulas, que nuevas palabras tranquilizadoras acompañan el asalto de la serpiente a los arrecifes, el avance a los estuarios, la incontenible invasión de los ríos; todo eso que no tiene nombre se llama ya de tantas maneras, como Jai Singh permutaba destellos por fórmulas, órbitas insondables por concebibles tiempos.
«Marzo e pazzo», dice el proverbio italiano; «en abril, aguas mil», agrega la sentencia española. De locura y de aguas mil está hecho el asalto a los ríos y a los torrentes, en marzo y en abril millones de angulas ritmadas por el doble instinto de la oscuridad y la lejanía aguardan la noche para encauzar el pitón de agua dulce, la columna flexible que se desliza en la tiniebla de los estuarios, tendiendo a lo largo de kilómetros una lenta cintura desceñida; imposible prever dónde, a qué alta hora la informe cabeza toda ojos y bocas y cabellos abrirá el deslizamiento río arriba, pero los últimos corales han sido salvados, el agua dulce lucha contra una desfloración implacable que la toma entre légamos y espumas, las angulas vibrantes contra la corriente se sueldan en su fuerza común, en su ciega voluntad de subir, ya nada las detendrá, ni ríos ni hombres ni esclusas ni cascadas, las múltiples serpientes al asalto de los ríos europeos dejarán miriadas de cadáveres en cada obstáculo, se segmentarán y retorcerán en las redes y los meandros, yacerán de día en un sopor profundo, invisibles para otros ojos, y cada noche reharán el hirviente tenso cable negro y como guiadas por una fórmula de estrellas, que Jai Singh pudo medir con cintas de mármol y compases de bronce, se desplazarán hacia las fuentes fluviales, buscando en incontables etapas un arribo del que nada saben, del que nada pueden esperar; su fuerza no nace de ellas, su razón palpita en otras madejas de energía que el sultán consultó a su manera, desde presagios y esperanzas y el pavor primordial de la bóveda llena de ojos y de pulsos.
El profesor Maurice Fontaine, de la Academia de Ciencias de Francia, piensa que el imán del agua dulce que desesperadamente atrae a las angulas obligándolas a suicidarse por millones en las esclusas y las redes para que el resto pase y llegue, nace de una reacción de su sistema neurendocrino frente al adelgazamiento y a la deshidratación que acompaña la metamórfosis de los leptocéfalos en angulas. Bella es la ciencia, dulces las palabras que siguen el decurso de las angulas y nos explican su saga, bellas y dulces e hipnóticas como las terrazas plateadas de Jaipur donde un astrónomo manejó en su día un vocabulario igualmente bello y dulce para conjurar lo innominable y verterlo en pergaminos tranquilizadores, herencia para la especie, lección de escuela, barbitúrico de insomnios esenciales, y llega el día en que las angulas se han adentrado en lo más hondo de su cópula hidrográfica, espermatozoides planetarios ya en el huevo de las altas lagunas, de los estanques donde sueñan y se reposan los ríos y los tortuosos falos de la noche vital se acalman, se acaman, las columnas negras pierden su flexible erección de avance y búsqueda, los individuos nacen a sí mismos, se separan de la serpiente común, tantean por su cuenta y riesgo los peligrosos bordes de las pozas, de la vida; empieza, sin que nadie pueda conocer la hora, el tiempo de la anguila amarilla, la juventud de la raza en su territorio conquistado, el agua al fin amiga ciñendo sin combate los cuerpos que reposan.
Y crecen. Durante dieciocho años, plácidas en sus huecos, en sus nichos, aletargadas en el limo, rozándose en una lenta ceremonia para nadie, salpicando el aire con un aletazo y un cabrilleo, devorando incesantes los jugos de la profundidad, repitiendo durante dieciocho años el deslizamiento solapado que las lleva en una fracción de segundo, durante dieciocho años, al fragmento comestible, a la materia orgánica en suspensión, solitarias soñolientas o violentamente concertadas para despedazar una presa y rechazarse en un frenético desbande, las anguilas crecen y cambian de color, la pubertad las asalta como un latigazo y las transforma cromáticamente, el mimético amarillo de los légamos cede poco a poco al mercurio, en algún momento la anguila plateada prismará el primer sol del día con un rápido giro de su espalda, el agua turbia de los fondos deja entrever los espejos fusiformes que se replican y desdoblan en una lenta danza: ha llegado la hora en que cesarán de comer, prontas para el ciclo final, la anguila plateada espera inmóvil la llamada de algo que la señorita Callamand considera, al igual que el profesor Fontaine, un fenómeno de interacción neuroendocrina: de pronto, de noche, al mismo tiempo, todo río es río abajo, de toda fuente hay que huir, tensas aletas rasgan furiosamente el filo del agua: Nietzsche, Nietzsche.
Primero hay una fase de excitación, una como noticia o santo y seña que alborota: dejar los juncos, las pozas, dejar dieciocho años de hueco entre roca, volver. Alguna remota ecuación química guarda la memoria velada de los orígenes, una constelación ondulante de sargazos, la sal en las fauces, el calor atlántico, los monstruos al acecho, las medusas teléfono o paracaídas, el guante atontado del octopus. Retomar al fragor silencioso de las corrientes submarinas, sus venas sin escape; también el cielo es así en las noches despejadas cuando las estrellas se amalgaman en una misma presión, conjuradas y hostiles, negándose al recuento, a las nomenclaturas, oponiendo una aterciopelada inalcanzabilidad a la lente que las circunda y abstrae, metiéndose de a diez, de a cien en un mismo campo visual, obligando a Jai Singh a bañarse los párpados con el bálsamo que su médico extrae de hierbas enraizadas en los mitos del cielo, en los crueles, alegres juegos de las deidades hartas de inmortalidad.
Después, según estima la señorita Callamand, sigue una fase de desmineralización, las anguilas se vuelven amorfas, se abandonan a las corrientes, el verano se acaba, las hojas secas flotan con ellas río abajo, a veces una metralla de lluvia las alcanza y despierta, las anguilas resbalan con el río, se protegen de la lluvia y el perfil amenazante de las nubes, desmineralizadas y amorfas ceden a la imperceptible pendiente que las acerca a los estuarios y a la avidez de quienes esperan en las curvas del río, el hombre está ahí, codicioso de la anguila plateada, la mejor de las anguilas, atrapando sin lucha las anguilas desmineralizadas y amorfas abandonadas a la corriente, sin reflejos, basadas en el número, en que nada importa si el pescador las atrapa y las devora innúmeras pues muchas más pasarán lejos de redes y anzuelos, llegarán a las desembocaduras, despertarán a la sal, a los golpes de un oleaje que también golpea en una oscura memoria recurrente; es el otoño, las pescas milagrosas, las cestas repletas de anguilas que tardan en morir porque sus estrechas branquias guardan una reserva de agua, de vida, y duran, horas y horas se retuercen en las cestas, todos los peces están muertos y ellas siguen una salvaje batalla con la asfixia, hay que despedazarlas, hundirlas en el aceite hirviendo, y las viejas en los puertos mueven la cabeza y las miran y rememoran una oscura sapiencia, los bestiarios remotos donde anguilas astutas salen del agua e invaden los huertos y los vergeles (son las palabras que se emplean en los bestiarios) para cazar caracoles y gusanos, para comerse los guisantes de los huertos como dice la enciclopedia Espasa que sabe tanto sobre las anguilas. Y es verdad que si un río se agosta, si aguas arriba una represa o una cascada les veda la carrera hacia las fuentes, las jóvenes anguilas saltan fuera del cauce y franquean el obstáculo sin morir, resistiendo el ahogo, resbalando obstinadas por el musgo y los helechos; pero ahora las que bajan están desmineralizadas y amorfas, se dejan pescar y sólo tienen fuerzas para luchar contra una muerte que no han evitado, que las tortura delicadamente durante horas como si se vengara de las otras, de las que siguen río abajo en multitudes incontables, buscando los corales y la sal del regreso.
De Jai Singh se presume que hizo construir los observatorios con el elegante desencanto de una decadencia que nada podía esperar ya de las conquistas militares, ni siquiera tal vez de los serrallos donde sus mayores habían preferido un cielo de estrellas tibias en un tiempo de aromas y de músicas; serrallo del alto aire, un espacio inconquistable tendía el deseo del sultán en el límite de las rampas de mármol; sus noches de pavorreales blancos y de lejanas llamaradas en las aldeas, su mirada y sus máquinas organizando el frío caos violeta y verde y tigre: medir, computar, entender, ser parte, entrar, morir menos pobre, oponerse pecho a pecho a esa incomprensibilidad tachonada, arrancarle un jirón de clave, hundirle en el peor de los casos la flecha de la hipótesis, la anticipación del eclipse, reunir en un puño mental las riendas de esa multitud de caballos centelleantes y hostiles. También la señorita Callamand y el profesor Fontaine ahíncan las teorías de nombres y de fases, embalsaman las anguilas en una nomenclatura, una genética, un proceso neurendocrino, del amarillo al plateado, de los estanques a los estuarios, y las estrellas huyen de los ojos de Jai Singh como las anguilas de las palabras de la ciencia, hay ese momento prodigioso en que desaparecen para siempre, en que más allá de la desembocadura de los ríos nada ni nadie, red o parámetro o bioquímica pueden alcanzar eso que vuelve a su origen sin que se sepa cómo, eso que es otra vez la serpiente atlántica, inmensa cinta plateada con bocas de agudos dientes y ojos vigilantes, deslizándose en lo hondo, no ya movida pasivamente por una corriente, hija de una voluntad para la que no se conocen palabras de este lado del delirio, retornando al útero inicial, a los sargazos donde las hembras inseminadas buscarán otra vez la profundidad para desovar, para incorporarse a la tiniebla y morir en lo más hondo del vientre de leyendas y pavores. ¿Por qué, se pregunta la señorita Callamand, un retomo que condenará a las larvas a reiniciar el interminable remonte hacia los ríos europeos? Pero qué sentido puede tener ese por qué cuando lo que se busca en la respuesta no es más que cegar un agujero, poner la tapa a una olla escandalosa que hierve y hierve para nadie? Anguilas, sultán, estrellas, profesor de la Academia de Ciencias: de otra manera, desde otro punto de partida, hacia otra cosa hay que emplumar y lanzar la flecha de la pregunta.
Las máquinas de mármol, un helado erotismo en la noche de Jaipur, coagulación de luz en el recinto que guardan los hombres de Jai Singh, mercurio de rampas y hélices, grumos de luna entre tensores y placas de bronce; pero el hombre ahí, el inversor, el que da vuelta las suertes, el volatinero de la realidad: contra lo petrificado de una matemática ancestral, contra los husos de la altura destilando sus hebras para una inteligencia cómplice, telaraña de telarañas, un sultán herido de diferencia yergue su voluntad enamorada, desafía un cielo que una vez más propone las cartas transmisibles, entabla una lenta, interminable cópula con un cielo que exige obediencia y orden y que él violará noche tras noche en cada lecho de piedra, el frío vuelto brasa, la postura canónica desdeñada por caricias que desnudan de otra manera los ritmos de la luz en el mármol, que ciñen esas formas donde se deposita el tiempo de los astros y las alzan a sexo, a pezón y a murmullo. Erotismo de Jai Singh al término de una raza y una historia, rampas de los observatorios donde las vastas curvas de senos y de muslos ceden sus derroteros de delicia a una mirada que posee por transgresión y reto y que salta a lo innominable desde sus catapultas de tembloroso silencio mineral. Como en las pinturas de Remedios Varo, como en las noches más altas de Novalis, los engranajes inmóviles de la piedra agazapada esperan la materia astral para molerla en una operación de caliente halconeria. Jaulas de luz, gineceo de estrellas poseídas una a una, desnudadas por un álgebra de aceitadas falanges, por una alquimia de húmedas rodillas, desquite maniático y cadencioso de un Endirnión que vuelve las suertes y lanza contra Selene una red de espasmos de mármol, un enjambre de parámetros que la desceñirán hasta entregarla a ese amante que la espera en lo más alto del laberinto matemático, hombre de piel de cielo, sultán de estremecidas favoritas que se rinden desde una interminable lluvia de abejas de medianoche.
De la misma manera, señorita Callamand, algo que el diccionario llama anguila está esperando acaso la serpiente simétrica de un deseo diferente, el asalto desmesurado de otra cosa que la neuroendocrinología para alzarse de las aguas primordiales, desnudar su cintura de milenios de sargazos y darse a un encuentro que jamás sospecharía Johannes Schmidt. Sabemos de sobra que el profesor Fontaine preguntará por la finalidad de semejante búsqueda, a la hora en que uno de sus ayudantes cumple la delicada tarea de fijar un minúsculo emisor de radiaciones en el cuerpo de una anguila plateada, devolverla al océano y seguir así la pista de un itinerario mal cartografiado. Pero no hablamos de buscar, señorita Callamand, no se trata de satisfacciones mentales ni de someter a otra vuelta de tuerca una naturaleza todavía mal colonizada. Aquí se pregunta por el hombre aunque se hable de anguilas y de estrellas; algo que viene de la música, del combate amoroso y de los ritmos estacionales, algo que la analogía tantea en la esponja, en el pulmón y el sístole, balbucea sin vocabulario tabulable una dirección hacia otro entendimiento. Por lo demás, ¿cómo no respetar las valiosas actividades de la señora M. L. Bauchot, por ejemplo, que brega por la más correcta identificación de las larvas de los diferentes peces ápodos (anguilas, congrios, etc.)? Solamente que antes y después está lo abierto, lo que el águila estúpidamente alcanza a ver, lo que el negro río de las anguilas dibuja en la masa elemental atlántica, abierto a otro sentido que a su vez nos abre, águilas y anguilas de la gran metáfora quemante. (Y como por casualidad descubrir que sólo una consonante diferencia esos dos nombres; y decirse una vez más que la casualidad, esa palabra tranquilizadora, ese otro umbral de la apertura...).
Así yo -una vez más el Occidente odioso, la obstinada partícula que subtiende todos sus discursos- quisiera asomar a un campo de contacto que el sistema que ha hecho de mí esto que soy niega entre vociferaciones y teoremas. Digamos entonces ese yo que es siempre alguno de nosotros, desde la inevitable plaza fuerte saltemos muralla abajo: no es tan difícil perder la razón, los celadores de la torre no se darán demasiada cuenta, qué saben de anguilas o de esas interminables teorías de peldaños que Jai Singh escalaba en una lenta caída hacia el cielo; porque el no estaba de parte de los astros como algún poeta de nuestras tierras sureñas, no se aliaba a la señora M. L. Bauchot para la más correcta identificación de los congrios o de las magnitudes estelares. Sin otra prueba que las máquinas de mármol sé que Jai Singh estaba con nosotros, del lado de la anguila trazando su ideograma planetario en la tiniebla que desconsuela a la ciencia de mesados cabellos, a la señorita Callamand que cuenta y cuenta el paso de los leptocéfalos y marca cada unidad con una meritoria lágrima cibernética. Así en el centro de la tortuga índica, vano y olvidable déspota, Jai Singh asciende los peldaños de mármol y hace frente al huracán de los astros; algo más fuerte que sus lanceros y más sutil que sus eunucos lo urge en lo hondo de la noche a interrogar el cielo como quien sume la cara en un hormiguero de metódica rabia: maldito si le importa la respuesta, Jai Singh quiere ser eso que pregunta, Jai Singh sabe que la sed que se sacia con el agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo el agua dejará de tener sed.
Así, profesor Fontaine, no es de difuso panteismo que hablamos, ni de disolución en el misterio: los astros son mensurables, las rampas de Jaipur guardan todavía la huella de los buriles matemáticos, jaulas de abstracción y entendimiento. Lo que rechazo mientras usted me llena de informaciones sobre el decurso de los leptocéfalos es la sórdida paradoja de un empobrecimiento correlativo con la multiplicación de bibliotecas, microfilms y ediciones de bolsillo, una culturización a lo jíbaro, señorita Callamand. Que Dama Ciencia en su jardín pasee, cante y borde, bella es su figura y necesaria su rueca teleguiada y su laúd electrónico, no somos los beocios del siglo, un brontosaurio bien muerto está. Pero entonces se sale a vagar de noche, como sin duda también tantos servidores de Dama Ciencia, y si se vive de veras, si la noche y la respiración y el pensar enlazan esas mallas que tanta definición separa, puede ocurrir que entremos en los parques de Jaipur o de Delhi, o que en el corazón de Saint Germain des Prés alcancemos a rozar otro posible perfil del hombre; pueden pasarnos cosas irrisorias o terribles, acceder a ciclos que comienzan en la puerta de un café y desembocan en una horca sobre la plaza mayor de Bagdad, o pisar una anguila en la rue du Dragon, o ver de lejos como en un tango a esa mujer que nos llenó la vida de espejos rotos y de nostalgias estructuralistas (ella no terminó de peinarse, ni nosotros nuestra tesis de doctorado); porque no se trata de ahuecar la voz, esas cosas ocurren como los gatos de golpe o el desbordarse de la bañadera mientras atendemos el teléfono, pero solamente les ocurren a los que llevan el gato en el bolsillo, la noche es pelirroja y húmeda, alguien silba bajo un portal, la zona franca empieza; cómo decirlo de otra manera más inteligible, profesor Fontaine, escribirle a la señora M. L. Bauchot,
estimada señora Bauchot,
esta noche he visto el río de las anguilas
he estado en Jaipur y en Delhi
he visto las anguilas en la rue du Dragon en
París,
y mientras cosas así me ocurran (hablo de mi por fuerza, pero estoy hablando de todos los que salen a lo abierto) o mientras me habite la certeza de que pueden ocurrirme,
no todo está perdido porque
señora Bauchot, estimada señora Bauchot, le estoy escribiendo sobre una raza que puebla el planeta y que la ciencia quiere servir, pero mire usted, señora Bauchot, su abuela fajaba a su bebé,
lo volvía una pequeña momia sollozante
porque el bebé quería moverse, jugar, tocarse el sexo, ser feliz con su piel y sus olores y la cosquilla del aire,
y mire hoy, señora Bauchot, ya usted creció más libre, y acaso su bebé desnudo juega ahora mismo sobre el cobertor y el pediatra lo aprueba satisfecho, todo va bien, señora Bauchot, sólo que el bebé sigue siendo el padre de ese adulto que usted y la señorita Callamand definen homo sapiens, y lo que la ciencia le quitó al bebé la misma ciencia lo anuda en ese hombre que lee el diario y compra libros y quiere saber, entonces la enumeración la clasificación de las anguilas
y el fichero de estrellas nebulosas galaxias, vendaje de la ciencia: quieto ahí, veinticuatro, sudoeste, proteína, isótopos marcados. Libre el bebé y fajado el hombre, la pediatra de adultos, Dama Ciencia abre su consultorio, hay que evitar que el hombre se deforme por exceso de sueños, fajarle la visión, manearle el sexo, enseñarle a contar para que todo tenga un número. A la par la moral y la ciencia (no se asombre, señora,
es tan frecuente) y por supuesto
la sociedad que sólo sobrevive si sus células cumplen el programa. Atentamente la saludo.
Esta carta infundirá en la señora Bauchot la horrenda sospecha de que los brontosaurios saben escribir, por eso una postdata gentil, no me entienda mal, querida señora, qué haríamos sin usted, sin Dama Ciencia, hablo en serio, muy en serio, pero además está lo abierto, la noche pelirroja, las unidades de la desmedida, la calidad de payaso y de volatinero y de sonámbulo del ciudadano medio, el hecho de que nadie lo convencerá de que sus limites precisos son el ritmo de la ciudad más feliz o del campo más amable; la escuela hará lo suyo, y el ejército y los curas, pero eso que yo llamo anguila o Vía láctea pernocta en una memoria racial, en un programa genético que no sospecha el profesor Fontaine, y por eso la revolución en su momento, el arremeter contra lo objetivamente enemigo o abyecto, el manotazo delirante para echar abajo una ciudad podrida, por eso las primeras etapas del reencuentro con el hombre entero. Y sin embargo ahí se emboscan otra vez Dama Ciencia y su séquito, la moral, la ciudad, la sociedad: se ha ganado apenas la piel, la hermosa superficie de la cara y los pechos y los muslos, la revolución es un mar de trigo en el viento, un salto a la garrocha sobre la historia comprada y vendida, pero el hombre que sale a lo abierto empieza a sospechar lo viejo en lo nuevo, se tropieza con los que siguen viendo los fines en los medios, se da cuenta de que en ese punto ciego del ojo del toro humano se agazapa una falsa definición de la especie, que los ídolos perviven bajo otras identidades, trabajo y disciplina, fervor y obediencia, amor legislado, educación para A, B y C, gratuita y obligatoria; debajo, adentro, en la matriz de la noche pelirroja, otra revolución deberá esperar su tiempo como las anguilas bajo los sargazos. Llegar a ella es también serpiente negra de ida; lentos peldaños hacia la plataforma que reta el musgo astral, serpiente plateada de regreso, fecundación, desove y muerte para otra vez serpiente negra, marcha hacia las cabeceras y las fuentes, retorno dialéctico donde se cumple el ritmo cósmico; empleo a sabiendas las palabras más mancilladas por la retórica, de muchas maneras me he ganado el derecho a que brillen aquí como brilla el mercurio de las anguilas y el girasol vertiginoso en las máquinas de Jai Singh. Todavía es tiempo de sargazos, de guerrillas parciales que despejan el monte sin que el combatiente alcance a ver una totalidad de cielo y mar y tierra. En cada árbol de sangre circulan sigilosas las claves de la alianza con lo abierto, pero el hombre da y toma la sangre, bebe y vierte la sangre entre gritos de presente y recidivas de pasado, y pocos sentirán pasar por sus pulsos la llamada de la noche pelirroja; los pocos que se asomen a ella perecerán en tanta picota, con sus pieles se harán lámparas y de sus lenguas se arrancarán confesiones; uno que otro podrá dar testimonio de anguilas y de estrellas, de encuentros fuera de la ley de la ciudad, de arrimo a las encrucijadas donde nacen las sendas tiempo arriba. Pero si el hombre es Acteón acosado por los perros del pasado y los simétricos perros del futuro, pelele deshecho a mordiscones que lucha contra la doble jauría, lacerado y chorreando vida, solo contra un diluvio de colmillos, Acteón sobrevivirá y volverá a la caza hasta el día en que encuentre a Diana y la posea bajo las frondas, le arrebate una virginidad que ya ningún clamor defiende, Diana la historia del hombre relegado y derogado, Diana la historia enemiga con sus perros de tradición y mandamiento, con su espejo de ideas recibidas que proyecta en el futuro los mismos colmillos y las mismas babas, y que el cazador trizará como triza su doncellez despótica para alzarse desnudo y libre y asomarse a lo abierto, al lugar del hombre a la hora de su verdadera revolución de dentro afuera y de fuera adentro. Todavía no hemos aprendido a hacer el amor, a respirar el polen de la vida, a despojar a la muerte de su traje de culpas y de deudas; todavía hay muchas guerras por delante, Acteón, los colmillos volverán a clavarse en tus muslos, en tu sexo, en tu garganta; todavía no hemos hallado el ritmo de la serpiente negra, estamos en la mera piel del mundo y del hombre. Ahí, no lejos, las anguilas laten su inmenso pulso, su planetario giro, todo espera el ingreso en una danza que ninguna Isadora danzó nunca de este lado del mundo, tercer mundo global del hombre sin orillas, chapoteador de historia, víspera de sí mismo.
Que la noche pelirroja nos vea andar de cara al aire, favorecer la aparición de las figuras del sueño y del insomnio, que una mano baje lentamente por espaldas desnudas hasta arrancar ese quejido de amor que viene del fuego y la caverna, primera dulce tregua del miedo de la especie, que por la rue du Dragon, por la Vuelta de Rocha, por King's Road, por la Rampa, por la Schulerstrasse marche ese hombre que no se acepta cotidiano, clasificado obrero o pensador, que no se acepta ni parcela ni víspera ni ingrediente geopolítico, que no quiere el presente revisado que algún partido y alguna bibliografía le prometen como futuro; ese hombre que acaso se hará matar en un frente justo, en una emboscada necesaria, que chacales y babosas torturarán y envilecerán, que jefes alzarán al puesto de confianza, que en tanto rincón del mundo tendrá razón o culpa en el molino de las vísperas; para ése, para tantos como ése, un dibujo de la realidad trepa por las escaleras de Jaipur, ondula sobre sí mismo en el anillo de Moebius de las anguilas, anverso y reverso conciliados, cinta de la concordia en la noche pelirroja de hombres y astros y peces. Imagen de imágenes, salto que deje atrás una ciencia y una política a nivel de caspa, de bandera, de lenguaje, de sexo encadenado, desde lo abierto acabaremos con la prisión del hombre y la injusticia y el enajenamiento y la colonización y los dividendos y Reuter y lo que sigue; no es delirio lo que aquí llamo anguila o estrella, nada más material y dialéctico y tangible que la pura imagen que no se ata a la víspera, que busca más allá para entender mejor, para batirse contra la materia rampante de lo cerrado, de naciones contra naciones y bloques contra bloques. Señora Bauchot, alguna vez Thomas Mann dijo que las cosas andarían mejor si Marx hubiera leído a Holderlin; pero vea usted, señora, yo creo con Lukacs que también hubiera sido necesario que Holderlin leyera a Marx; note usted qué frío es mi delirio aunque le parezca anacrónicamente romántico porque Jai Singh, porque la serpiente de mercurio, porque la noche pelirroja. Salga a la calle, respire aire de hombres que viven y no el de la teoría de los hombres en una sociedad mejor; dígase alguna vez que en la felicidad hay tanto más que una cuota de proteínas o de tiempo libre o de soberanía (pero Holderlin debe leer a Marx, en ningún momento ha de olvidar a Marx, las proteínas son una de tantas facetas de la imagen, vaya si lo son, señora Bauchot, pero entonces la imagen toda, el hombre en su jardín de veras, no un esquema del hombre salvado de la desnutrición o la injusticia). Vea usted, en el parque de Jaipur se alzan las máquinas de un sultán del siglo dieciocho, y cualquier manual científico o guía de turismo las describe como aparatos destinados a la observación de los astros, cosa cierta y evidente y de mármol, pero también hay la imagen del mundo como pudo sentirla Jai Singh, como la siente el que respira lentamente la noche pelirroja donde se desplazan las anguilas; esas máquinas no sólo fueron erigidas para medir derroteros astrales, domesticar tanta distancia insolente; otra cosa debió soñar Jai Singh alzado como un guerrillero de absoluto contra la fatalidad astrológica que guiaba su estirpe, que decidía los nacimientos y las desfloraciones y las guerras; sus máquinas hicieron frente a un destino impuesto desde fuera, al Pentágono de galaxias y constelaciones colonizando al hombre libre, sus artificios de piedra y bronce fueron las ametralladoras de la verdadera ciencia, la gran respuesta de una imagen total frente a la tiranía de planetas y conjunciones y ascendentes; el hombre Jai Singh, pequeño sultán de un vago reino declinante, hizo frente al dragón de tantos ojos, contestó a la fatalidad inhumana con la provocación del mortal al toro cósmico, decidió encauzar la luz astral, atraparla en retortas y hélices y rampas, cortarle las uñas que sangraban a su raza; y todo lo que midió y clasificó y nombró, toda su astronomía en pergaminos iluminados era una astronomía de la imagen, una ciencia de la imagen total, salto de la víspera al presente, del esclavo astrológico al hombre que de pie dialoga con los astros. Tal vez los gobernantes de la avanzada por la que damos todo lo que somos y tenemos, tal vez la señorita Callamand o el profesor Fontaine, tal vez los jefes y los hombres de ciencia acabarán por salir a lo abierto, acceder a la imagen donde todo está esperando; en este mismo instante las jóvenes anguilas llegan a las bocas de los ríos europeos, van a comenzar su asalto fluvial; acaso ya es de noche en Delhi y en Jaipur y las estrellas picotean las rampas del sueño de Jai Singh; los ciclos se fusionan, se responden vertiginosamente; basta entrar en la noche pelirroja aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida; habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Holderlin ha leído a Marx y no lo olvida; pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.