miércoles, 27 de enero de 2010

Unidos o dominados.


...los escritores y artistas constituyen, al menos desde la época romántica, una fracción dominada de la clase dominante, necesariamente inclinada, en razón de la ambigüedad estructural de su posición en la estructura de la clase dominante, a mantener una relación ambivalente, tanto con las fracciones dominantes de la clase dominante ('los burgueses') como con las clases dominadas ('el pueblo'), y a formar una imagen ambigua de su posición en la sociedad y de su función social.
Pierre BOURDIEU, Intelectuales, Política, Poder.

En el canasto de la desconfianza se encuentran, allá en el fondo y acurrucados, la Iglesia, el desencanto de la Justicia, la contrariedad de los periodistas, la irritación de la Policía. Así y en cualquier orden. ¿Qué nos queda? ¿Quiénes? Los intelectuales señores.
Por eso creemos y estamos ilusionados de que lo que a continuación se observa, sólo se trate de una contienda de estación, y que perdure lo que tarde en llegar el otoño.
Los debates entre eruditos, ilustrados, investigadores, pensadores enseñados y “malenseñados”; en fin, porfías matriculadas por intelectuales, periodistas y escritores constituyen un verdadero jardín de tierra fértil donde brota permanente el tallo de la acción y el pensamiento. Dentro de hibridaciones problemáticas, eslabonamientos y discontinuidades; como muestra perezosa nos acordamos del Che, quien hizo lo que dijo y dijo lo que pensó, hallamos discursos académicos y otros de cuento conocido cuyos contenidos no escapan de la meseta baladí y estúpida tornándose en elogio de la chicana.
Salivando sus destrezas y habilidades o borrando de un plumazo sus identificaciones partidarias como si lectores o televidentes los eligieran por dichas pequeñeces que desvían el discurso e insultan al observador.
José Pablo Feinmann: “…Pensemos en la cantidad de libros que han salido para arrojar material defecatorio, excremental, estiercolero, sobre la figura de ‘los K’. ¿Qué son, qué buscan? Ventas rápidas, trepar en las listas de best sellers. Son libros-cacerola. Hay, todavía, una clase media que se los devora. El libro anti K se ha transformado en un libro de autoayuda. Permite a la Mesa de Enlace, a los garcas de todo tipo, a la ‘oposición’ y a toda la inmensa clase media teflonera tener enhiestas sus esperanzas destituyentes…”
No tardaron en contestar Luis Majul y Edi Zunino: “…El filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann parece estar muy, pero muy enojado, más bien exasperado, con quienes, últimamente, publicamos libros en los que se critica desde distintos puntos de vista a sus jefes políticos…”
“… de todos los chupamedias del poder, los que más me repugnan son los que usan su inteligencia para justificar lo injustificable. Son los peores. Los compran con un programa de TV o con una palmadita oficial en la espalda, el toque justo para engordar su enorme ego…”
Así las cosas. Pero ¿cuál es la distancia adecuada que el discurso crítico debe establecer con la sociedad a la que se dirige? Michael Walzer trata de encontrar la respuesta: “la distancia adecuada es la distancia media, ni tan crítica de la sociedad como para que ella no se reconozca, ni tan próxima como para que el momento crítico se mezcle en el sentido común hasta desaparecer”.
Allí entra en juego el sentido común de algunos políticos, de bigotes prominentes por ejemplo, como frase hecha que produce un efecto de verdad, con esa oratoria donde reinan argumentos simplistas; un elogio constante del sentido común que se transforma en antipensamiento.
Por eso, sin orden jerárquico, el pensamiento crítico mantiene una relación con la política aunque se peleen por ganarse la sociedad por sus propios medios. Porque el populismo y la demagogia se hacen carne en este ciclo, entonces alejarse de ello sería un buen comienzo; alejarse de connotaciones peyorativas que rodean la Casa rosada
En este tanteo surge una pregunta: ¿Por qué al filósofo se lo lee o escucha? Diferentes respuestas se pueden encontrar, quizás todas rondando las ideas de intérpretes de la realidad, de comunicación clara y ejemplificadota, su didáctica a la hora de exponer un tema complejo, su sabiduría y la capacidad para explicar una cuestión desde su sapiencia y otras tantas. Por lo tanto pertenecer a esa elite significa descartar intereses oficialistas, por lo menos. Esa incompatibilidad pone en foco a colocar al Gobierno en caja, centrarlo, marcándole coordenadas si hacen falta en pos del sistema democrático; juzgado así por sus quehaceres.
A cada instante asoma la necesidad de su arbitraje sabio y en este tiempo tal vez, aparece como más urgente.
Pensamos así, no depender de sus colores partidarios, ni futbolísticos, tampoco si les gusta la sidra o el champán; ahora bien, en la actualidad asistimos a riñas fruto de exceso de sobremesa. A ver si aparece, entre tantas nubes de sinrazón, la grieta que en algún modo consiste en el ejercicio de la inteligencia antes que ninguna otra cosa.
¿Nos salvará dicha inteligencia y el concreto de las acciones? ¿Deberíamos abandonar las revoluciones emblemáticas hechas de símbolos, de banderas, de honores ofendidos y de carteras Lui Buitton? Sin embargo entendemos que no es a la vida rumbosa y hasta un poco grotesca de nuestros pensadores a lo que nos debemos oponer, sino a las acciones políticas pertinaces y continuadas a través del tiempo por nuestras tutelas que producen resultados que a la vista se perciben. Lejos de intervenir ciertamente nuestros intelectuales en el quehacer social y político, consumen sus energías en contiendas que se desvanecen con la misma celeridad con la que emanan su tinta.
Nos negamos a creer que todo se hace, dice y piensa debajo de una bandera política.
Es inaceptable pensar en la posibilidad de contratación de un pensador por parte de un medio masivo por su afiliación partidaria o no. Sino a lo mejor por sus caudales culturales formativos e instructivos. Así se vuelven virtuosos e irreprochables, porque que de eso dan cuenta ante lectores y oyentes.
Nos preocupa de esta manera el papel de los intelectuales en momentos de desarticulización social e institucional con la profundización de marcas de violencia simbólica y material, pasadas y presentes.
¿Acaso no son ellos los que nos dan la llave para que abramos la puerta del pensamiento y desencantarnos o convencernos de acertijos banales?
No son presentadores de noticieros. No salen noticias todos los días. No se escribe un libro todos los días. Cuando tengan algo para decir, entonces ahí tal vez pongamos nuestras manos detrás de la oreja y no tapando nuestra visión. Pero sí, leemos y escuchamos noticias todos los días. En ese momento nace la confusión.
Desde cuánto los intelectuales necesitan pantalla o best sellers? Ahorrarse un autógrafo en las Brótolas o en la Bristol se convertirá en lo más cercano a la decencia. Proponemos juntar firmas para que vuelva, perseguidos por una obsesión, alguna noche de insomnio cuando se creían solos en el Universo preguntándose: “¿dónde van las cosas que se pierden?”. Quizás encuentren allí la sensibilidad perdida hace rato.
Y después de 3.258 mates quizás vuelvan a recuperar la esperanza de quienes aún permanecemos absortos e incrédulos.

lunes, 18 de enero de 2010

Best sellers: José Pablo de la gente.


Utilizar el espacio de un diario, por más Perfil que sea, para defender libros escritos por uno anteponiéndose a si a los dichos de Feinmann es por lo menos un acto que llama la atención. Aguinis con su autoayuda, Luisito con su “Dueño de nada” que parece más un tema del Puma Rodríguez que literatura de verano ( …dueño de ti, dueño de qué, dueño de nada, un arlequín que hace temblar hasta tu alma, dueño de la aire y del reflejo de la luna con el agua…).
Uno elige un medio para informarse, contrastarlo con otro y sacar conclusiones propias.
Esto de ¨periodismo para periodistas¨ o ¨escritores para escritores¨ creo que es para otro lugar. Hacerla corta, se le manda una carta documento o se toma un café con él o se le rompe el culo a patadas. Para peleas mediáticas me sigo quedando con Intrusos.

En definitiva lo mejor que tiene Feinmann es su don de docencia, su capacidad de definir el peronismo como nadie y aquella “Sangre derramada” asi que tan solo por eso sigue siendo, aún de correr riesgo de incompatibilidad con su profesión (porque el periodismo se puede codear con el poder, pero de ahí a darle la mano)el José Pablo de la gente. Igual preferimos desde este espacio a la señora gorda de Encuentro hablando de Heidegger y no a su malandra tocayo de c5n. Claro.
A continuación reproduzco, luego leo comentarios. Igual Zunino no suele pifiarle tanto.

Edi Zunino para Perfil.
En cualquier barrio de clase baja, media o alta de cualquier parte de Iberoamérica, cualquiera sabe lo que significa mierda. Ya ni siquiera la Real Academia la considera una mala palabra y hasta se rumorea por ahí que pisarla trae buena suerte, aunque en este caso tiendo a suponer que dicha superstición fue inventada para consuelo de desprevenidos gilastrunes. La mierda de veras; es decir, el sustantivo mierda, suele volverse adjetivo cuando cualquiera busca desacreditar a personas o cosas que le caen verdaderamente mal, al punto de sacarlo de las casillas. Nadie llega a decir que tal tipo o tal producto es una mierda sin cierto nivel de enojo. Ni qué hablar si se sobreadjetiva el calificativo anteponiéndole la apelación “reverenda...”. Ya el enojo se habrá convertido en furia.
El filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann parece estar muy, pero muy enojado, más bien exasperado, con quienes, últimamente, publicamos libros en los que se critica desde distintos puntos de vista a sus jefes políticos. Los considera una mierda, aunque ningún intelectual de fuste se permitiría utilizar ese término soez para expresar sus sentimientos. Escribió Feinmann en su habitual columna de contratapa en el diario paraestatal Página/12, el domingo pasado:
“Pensemos en la cantidad de libros que han salido para arrojar material defecatorio, excremental, estiercolero, sobre la figura de ‘los K’. Uno de Marcos Aguinis (Pobre patria mía), otro de Luis Majul (El dueño), enseguida uno de un periodista de PERFIL, Edi Zunino (Patria o medios), antes uno del infaltable Joaquín Morales Solá (Los Kirchner)...”.
Queda confirmadísimo que Feinmann tiene clase para decir mierda. Al menos, la suficiente como para dar por hecho que, antes de meter todo dentro de la misma bolsa infecta, leyó con detenimiento los objetos de su análisis clínico de tanta materia fecal. En el próximo párrafo llega la sorpresa:
“No han incurrido en esta modalidad –se lamenta José Pablo– ni Natalio Botana, ni Santiago Kovadloff, ni Beatriz Sarlo ni Tulio Halperín Donghi ni Carlos Altamirano, por citar sólo algunos que uno habría leído con cierta atención.”
Los estudiantes de Filosofía y los televidentes de Feinmann en sus programas de los canales estatales 7 y Encuentro ya saben que no hace falta leer (o hacerlo “con cierta atención”) antes de criticar algo.
Sigue adelante nuestro pensador oficial:
“Son periodistas con un tufillo aventurero. Gente que no ha demostrado talento ensayístico ni atesorado prestigio intelectual. ¿Qué son, qué buscan? Ventas rápidas, trepar en las listas de best sellers. Son libros-cacerola. Hay, todavía, una clase media que se los devora. (...) El libro anti K se ha transformado en un libro de autoayuda. Permite a la Mesa de Enlace, a los garcas de todo tipo, a la ‘oposición’ y a toda la inmensa clase media teflonera tener enhiestas sus esperanzas destituyentes (...) creyendo que llegará el día en que los ‘terroristas que nos gobiernan’ serán destituidos...”.
Pasando por alto el elitismo de Feinmann (quien sólo se muestra dispuesto a leer, y con todo derecho, lo que escriben sus pares académicos) y la tramposa idea de que él jamás escribió libros para que se vendan, me queda la esperanza de que la reciente despenalización del antiguo delito de calumnias e injurias no haya sido impulsada por el Gobierno para que sus acólitos puedan acusar de cualquier cosa a cualquiera. Prefiero seguir pensando que, pese al oportunismo con que se la tomó, la decisión fue correcta. Como tantos otros periodistas, en los 90 (cuando a Feinmann le encantaban los libros periodísticos) supe lo molesto e indignante que es andar pintándose los dedos en los Tribunales, acusado de delincuente por el poder de turno.
Llevando su oficialitis al límite de las convulsiones, dice Feinmann:
“Al fin y al cabo, es cierto que hay corrupción en este Gobierno. Sólo que lo que nos espera con el horrible fascismo que está armándose es mucho, pero mucho peor.”
Bingo. El filósofo preferido de Néstor y Cristina acaba de disminuir el noventista axioma de “roban pero hacen” a una especie de “roban pero piensan como yo”.
Apenas leí la nota por Internet, llamé a un gran amigo mío que lo fue de Feinmann, para tratar de entender semejante ofuscación.
—Están preocupados, Edi. Los contratos en la tele son muy buenos y tienen miedo de que se les corte el chorro.
—No, yo no puedo creer que todos los monos bailen por la plata.
—Es cierto. No todos bailan. Algunos, a veces, cantan –me dijo mi amigo, ex amigo de Feinmann.
Había leído la contratapa de Página/12 inmediatamente después de mandarle un mail a Marcos Aguinis, para agradecerle su “exagerada generosidad” al considerar, en una reseña publicada un día antes en la revista cultural de La Nación, que mi libro “es fruto de una apasionada investigación periodística, pero también de un talento narrativo admirable”. Nunca compartimos siquiera un apretón de manos con Aguinis. Somos de generaciones e ideas distintas. Vamos a cumpleaños diferentes, digamos. Pero nobleza obliga.
Cuento esto sólo para que nuestro afilado filósofo quede tranquilo con su conciencia y, desde su nerviosa y momentánea pequeñez (ya vendrán tiempos mejores, tal vez algún día trabajemos juntos), dé por confirmado que soy de derecha. Siempre lo fui, José Pablo. Hice mis primeras armas repartiendo por los kioscos la revista Retruco, vestido a veces de colimba. Era el 82. Uno todavía podía ir en cana por eso. Después me metí unos años en el Partido Comunista (soy el mismo que figura último en la lista de La Fede, el reciente libro de Isidoro Gilbert). En el 83, cometí el error de votar con disciplina a Hermino Iglesias. Y en las útimas, lo hice por Cristina.
Igual que vos, pero sin carné.