
...los escritores y artistas constituyen, al menos desde la época romántica, una fracción dominada de la clase dominante, necesariamente inclinada, en razón de la ambigüedad estructural de su posición en la estructura de la clase dominante, a mantener una relación ambivalente, tanto con las fracciones dominantes de la clase dominante ('los burgueses') como con las clases dominadas ('el pueblo'), y a formar una imagen ambigua de su posición en la sociedad y de su función social.
Pierre BOURDIEU, Intelectuales, Política, Poder.
En el canasto de la desconfianza se encuentran, allá en el fondo y acurrucados, la Iglesia, el desencanto de la Justicia, la contrariedad de los periodistas, la irritación de la Policía. Así y en cualquier orden. ¿Qué nos queda? ¿Quiénes? Los intelectuales señores.
Por eso creemos y estamos ilusionados de que lo que a continuación se observa, sólo se trate de una contienda de estación, y que perdure lo que tarde en llegar el otoño.
Los debates entre eruditos, ilustrados, investigadores, pensadores enseñados y “malenseñados”; en fin, porfías matriculadas por intelectuales, periodistas y escritores constituyen un verdadero jardín de tierra fértil donde brota permanente el tallo de la acción y el pensamiento. Dentro de hibridaciones problemáticas, eslabonamientos y discontinuidades; como muestra perezosa nos acordamos del Che, quien hizo lo que dijo y dijo lo que pensó, hallamos discursos académicos y otros de cuento conocido cuyos contenidos no escapan de la meseta baladí y estúpida tornándose en elogio de la chicana.
Salivando sus destrezas y habilidades o borrando de un plumazo sus identificaciones partidarias como si lectores o televidentes los eligieran por dichas pequeñeces que desvían el discurso e insultan al observador.
José Pablo Feinmann: “…Pensemos en la cantidad de libros que han salido para arrojar material defecatorio, excremental, estiercolero, sobre la figura de ‘los K’. ¿Qué son, qué buscan? Ventas rápidas, trepar en las listas de best sellers. Son libros-cacerola. Hay, todavía, una clase media que se los devora. El libro anti K se ha transformado en un libro de autoayuda. Permite a la Mesa de Enlace, a los garcas de todo tipo, a la ‘oposición’ y a toda la inmensa clase media teflonera tener enhiestas sus esperanzas destituyentes…”
No tardaron en contestar Luis Majul y Edi Zunino: “…El filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann parece estar muy, pero muy enojado, más bien exasperado, con quienes, últimamente, publicamos libros en los que se critica desde distintos puntos de vista a sus jefes políticos…”
“… de todos los chupamedias del poder, los que más me repugnan son los que usan su inteligencia para justificar lo injustificable. Son los peores. Los compran con un programa de TV o con una palmadita oficial en la espalda, el toque justo para engordar su enorme ego…”
Así las cosas. Pero ¿cuál es la distancia adecuada que el discurso crítico debe establecer con la sociedad a la que se dirige? Michael Walzer trata de encontrar la respuesta: “la distancia adecuada es la distancia media, ni tan crítica de la sociedad como para que ella no se reconozca, ni tan próxima como para que el momento crítico se mezcle en el sentido común hasta desaparecer”.
Allí entra en juego el sentido común de algunos políticos, de bigotes prominentes por ejemplo, como frase hecha que produce un efecto de verdad, con esa oratoria donde reinan argumentos simplistas; un elogio constante del sentido común que se transforma en antipensamiento.
Por eso, sin orden jerárquico, el pensamiento crítico mantiene una relación con la política aunque se peleen por ganarse la sociedad por sus propios medios. Porque el populismo y la demagogia se hacen carne en este ciclo, entonces alejarse de ello sería un buen comienzo; alejarse de connotaciones peyorativas que rodean la Casa rosada
En este tanteo surge una pregunta: ¿Por qué al filósofo se lo lee o escucha? Diferentes respuestas se pueden encontrar, quizás todas rondando las ideas de intérpretes de la realidad, de comunicación clara y ejemplificadota, su didáctica a la hora de exponer un tema complejo, su sabiduría y la capacidad para explicar una cuestión desde su sapiencia y otras tantas. Por lo tanto pertenecer a esa elite significa descartar intereses oficialistas, por lo menos. Esa incompatibilidad pone en foco a colocar al Gobierno en caja, centrarlo, marcándole coordenadas si hacen falta en pos del sistema democrático; juzgado así por sus quehaceres.
A cada instante asoma la necesidad de su arbitraje sabio y en este tiempo tal vez, aparece como más urgente.
Pensamos así, no depender de sus colores partidarios, ni futbolísticos, tampoco si les gusta la sidra o el champán; ahora bien, en la actualidad asistimos a riñas fruto de exceso de sobremesa. A ver si aparece, entre tantas nubes de sinrazón, la grieta que en algún modo consiste en el ejercicio de la inteligencia antes que ninguna otra cosa.
¿Nos salvará dicha inteligencia y el concreto de las acciones? ¿Deberíamos abandonar las revoluciones emblemáticas hechas de símbolos, de banderas, de honores ofendidos y de carteras Lui Buitton? Sin embargo entendemos que no es a la vida rumbosa y hasta un poco grotesca de nuestros pensadores a lo que nos debemos oponer, sino a las acciones políticas pertinaces y continuadas a través del tiempo por nuestras tutelas que producen resultados que a la vista se perciben. Lejos de intervenir ciertamente nuestros intelectuales en el quehacer social y político, consumen sus energías en contiendas que se desvanecen con la misma celeridad con la que emanan su tinta.
Nos negamos a creer que todo se hace, dice y piensa debajo de una bandera política.
Es inaceptable pensar en la posibilidad de contratación de un pensador por parte de un medio masivo por su afiliación partidaria o no. Sino a lo mejor por sus caudales culturales formativos e instructivos. Así se vuelven virtuosos e irreprochables, porque que de eso dan cuenta ante lectores y oyentes.
Nos preocupa de esta manera el papel de los intelectuales en momentos de desarticulización social e institucional con la profundización de marcas de violencia simbólica y material, pasadas y presentes.
¿Acaso no son ellos los que nos dan la llave para que abramos la puerta del pensamiento y desencantarnos o convencernos de acertijos banales?
No son presentadores de noticieros. No salen noticias todos los días. No se escribe un libro todos los días. Cuando tengan algo para decir, entonces ahí tal vez pongamos nuestras manos detrás de la oreja y no tapando nuestra visión. Pero sí, leemos y escuchamos noticias todos los días. En ese momento nace la confusión.
Desde cuánto los intelectuales necesitan pantalla o best sellers? Ahorrarse un autógrafo en las Brótolas o en la Bristol se convertirá en lo más cercano a la decencia. Proponemos juntar firmas para que vuelva, perseguidos por una obsesión, alguna noche de insomnio cuando se creían solos en el Universo preguntándose: “¿dónde van las cosas que se pierden?”. Quizás encuentren allí la sensibilidad perdida hace rato.
Y después de 3.258 mates quizás vuelvan a recuperar la esperanza de quienes aún permanecemos absortos e incrédulos.
